Capítulo 9: El desafío a la Muerte.

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"No fue hasta dos horas más tarde que Combeferre salió de la habitación acompañado por Joly, quien me miró como quien observa a una joven y desgraciada viuda. Esa mirada lo dijo todo, y a la vez no pretendía expresar nada.
Con una suave cojera, Joly avanzó hasta Courfeyrac y Bahorel para comunicarles lo mismo que en ese momento Combeferre me quería contar a mí.
Tiró de mi brazo con delicadeza y me hizo mirarle a los ojos. Éstos, escudados como siempre tras los finos cristales de sus gafas, me observaron con falsa tranquilidad; supe ver en sus pupilas un mar de emociones que él se esforzaba por disimular.

-Tenemos que hablar, Samuelle-empezó, llevando uno de sus dedos a colocar bien sus gafas sobre el tabique nasal.

Cogió aire, en vista de que de mis labios no salía sonido alguno. Simplemente no tenía voz para intentar si quiera hablar.
A pesar de intentar ocultarlo, vi que lo que quisiera decirme le estaba costando inmensamente, y causando un dolor emocional terrible.

-Por el amor de Dios, Adrien, dilo ya.-supliqué con voz quebrada, en parte por todo el rato pasado en silencio . Tentado estuve de sacudirle para hacerle reaccionar, pero me contuve.

-Está muy débil -comenzó a decir, sin quitarme el ojo de encima con preocupación -Ha preguntado por ti antes de cerrar los ojos, pero antes de que entres ahí quiero prepararte para lo que vas a ver.

¿Prepararme? Estuve a punto de soltar una amarga e histérica carcajada. ¿Creía de verdad que por mucho que me dijera iba a preparar mi alma para lo que venía a continuación?

Pero no dije nada. Él soltó un nuevo y pesado suspiro, e intenté comprenderlo: estaba teniendo que ejercer su dura y entregada profesión con su mejor amigo, podría decirse incluso que más bien, Enjolras era su hermano.
Mi enfado pareció apaciguarse, dando paso a una engañosa calma. Asentí, dejando así que me hablase si quería.

-Uno de los aurores mejor parados ha podido contarme lo que sucedió exactamente: fue una emboscada; los estaban esperando... Al llegar al paso de Gloucestershire, los sorprendieron. Eran superiores en número... quizá unos treinta-paró para tomar aire. Hasta el momento no me había contado nada que yo no supiera ya.-Los supervivientes están todos muy graves-sentenció-Pero... Todo indica que...-le vi entrecerrar los ojos. Realmente, sufríamos tanto emisor como receptor- con Alexandre se tomaron su tiempo. Sabes lo que hacen los mortífagos-sacudió la cabeza- No te lo voy a relatar-masculló, aunque sin perder la calma. - Hay evidencias de que invocaron la maldición tortura repetidas veces contra él -bajó el tono de voz, como si hablar así de su amigo de la infancia le doliera en lo más profundo de su ser. Jamás había visto a Combeferre de ese modo, lo cual también me dolió. Sentí el impulso de gritar, angustiado, pero hice de mis sentimientos una pequeña bola y la empujé hacia lo más hondo de mí -Tiene los huesos de la pierna derecha completamente destrozados; si se recupera...-aquella pausa me dio la clave para comprender lo grave de la situación. Sentí que un ardor me nublaba la vista. Tuve que apartar los ojos de la siempre fija y seria mirada de Combeferre. Ni siquiera me preocupé por enjugarme las lágrimas, qué, rápidas, corrieron por mi rostro- Tardará años en volver a andar correctamente y sin dolores, aunque lo más seguro es que acabe necesitando bastón -dijo a pesar de que en sus palabras no había convencimiento alguno de que Enjolras fuera a sobrevivir.- Estamos haciendo cuanto podemos, Samuelle-me advirtió, como si temiera un reproche cargado de agresividad - Pero... Han empleado magia muy oscura para la que no estamos preparados. Le suministramos una poción cicatrizante cada hora, pero sus cortes y hemorragias vuelven a abrirse -murmuró. Me miró con absoluta y terrible fijeza-Han usado un maleficio desconocido-tomó aire una última vez, y a pesar de que yo apenas le miraba de reojo, sumido en mi propio mar de autodestrucción y lamentos, pude oír su jadeo final, angustiado. Cuando alcé la mirada vi cómo se limpiaba el inicio de unas lágrimas. Por muy bueno que fuera Combeferre en su recién adquirido trabajo como sanador, no había examen alguno que enseñase a soportar esa presión y dolor. Entreabrí los labios para decir algo, pero me interrumpió- Será mejor que entres a despedirte-musitó con voz ahogada.

El hombre y el cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora