Capítulo 12: ¿Casualidad?

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Caminó de nuevo por ese silencioso y fantasmal lugar. A Diana nunca le habían atraído ese tipo de sitios, jamás. Era el tipo de persona que ve la belleza en la luz y en la presencia de elementos vivos, no en lugares que suscitasen emociones negativas o tristeza para el alma, y sin embargo, allí estaba, caminando entre las tumbas de aquellas personas sin nombre, recorriendo las calles repletas de nichos y lápidas con inscripciones que para ella no tenían mayor importancia.

Cuando quiso darse cuenta, la luz en el cementerio había adquirido un matiz blanquecino, místico, tal vez.

Una suave niebla empezó a poblarlo todo, y sintió la irremediable necesidad de hablar en voz alta, de hacer ver que estaba allí y que no se trataba de un sueño. Pero sus labios, pese al empeño que puso en ello, no se separaron.

La neblina siguió avanzando según así lo hacía la joven. Se sentía extrañamente en paz, sin apenas un atisbo de dolor pese a saber específicamente hacia dónde se dirigía.

"¿Es esto un sueño?" pensó, en vista de que de su garganta no salía el más mínimo sonido. Apretó los mismos con frustración, pues estaba sola, y en consecuencia a ello, no recibió ninguna respuesta. "Debe de serlo" sentenció para sí. "¿Y si soy consciente de que estoy soñando, por qué no puedo despertarme? Quiero hacerlo." se ordenó a sí misma, apretando sus puños e intentando de ese modo salir de aquella escena tan irreal.

"Cuídale"

Entre alarmada y asombrada, Diana miró en derredor, tratando de identificar aquella voz femenina que sonó en las inmediaciones del campo santo, pero, nuevamente para su desgracia, la niebla fresca y espesa no la dejó ver más allá de donde alcanzaba a extender sus brazos. Sus labios, siempre dispuestos a mostrar una amable y educada sonrisa, estaban torcidos en una mueca de contrariedad.

"¿Quién eres?" pensó todo lo alto que pudo, como si de esa forma exclamase de forma verbal.

De nuevo, el silencio sepulcral fue su única respuesta. Esperó lo que a ella le parecieron largos minutos para volver a escuchar aquella voz.

¿No iba a recibir respuesta? Bien, se las arreglaría para salir de aquella pesada broma del subconsciente. ya ni siquiera le interesaba seguir adelante en su camino y alcanzar el destino que tenía marcado en su mente.

Giró un pie, alcanzando a verlo mientras lo hacía, mas, en cuanto alzó la vista un poco más allá, una pequeña figura le cerraba el paso.

La calma con la que aquellos felinos ojos le atravesaron fue suficientemente intensa como para hacer que dentro de la mente de Diana se instaurase la curiosidad y las ansias de descubrir el misterio. En cuanto hizo un poco de memoria, recordó al animal, y ello sólo consiguió confundirla aún más. Sólo entonces sus labios parecieron querer ceder, articulando una sola palabra.

–Patria.

Su voz sonó ajena, desconocida. Una experiencia que todos vivimos cuando somos capaces de hablar en sueños.

La hembra pelirroja ladeó su cabeza y una vez más la observó con sus enormes ojos amarillentos. Sin más aviso, la Gata del Cementerio, como muchos habían empezado a conocerla dada su costumbre de pasar los días merodeando entre los nichos y lugares de descanso de los fallecidos, bordeó a la joven de cabellos dorados y se lanzó a la carrera a través de la densa niebla.

–¡Espera!–fue capaz de exclamar la muchacha mientras giraba sobre sus pasos e intentaba abrirse paso sin ver apenas por dónde iba. En su escaso campo visual, alcanzaba a ver los cuartos traseros del felino moviéndose de manera estilizada y rápida por entre los senderos del cementerio, burlando la neblina como si no le afectase lo más mínimo.

El hombre y el cuadroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora