Confesiones Bajo la lluvia

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Luis me sostuvo en silencio, dejando que las lágrimas cayeran sin prisa. No intentó llenarme de palabras ni hacerme sentir que debía ser fuerte. Su presencia, cálida y constante, fue el único ancla que tuve en ese instante en que todo parecía desmoronarse a mi alrededor.

—Gracias... —murmuré, mi voz casi inaudible contra su hombro.

Luis no respondió con palabras. Solo me apretó un poco más, como si quisiera transmitirme sin hablar que no estaba sola, que estaría allí sin importar lo que viniera. Sentí que su abrazo me daba permiso para llorar, para sentir el dolor sin ocultarlo.

Después de un rato, me aparté ligeramente, limpiando mis ojos con la manga de mi chaqueta. Luis me miró, su expresión serena pero llena de preocupación.

—¿Quieres ir al banco ahora, o prefieres tomar un descanso más largo? —me preguntó con cuidado, dándome la opción de decidir sin presión.

Pensé en su pregunta por un momento, aún abrumada por el torbellino de emociones. No quería quedarme atrapada en ese dolor, pero tampoco sabía si podría continuar como si nada hubiera pasado.

—Creo que... necesito un café. ¿Podemos ir por uno? —pedí, intentando encontrar algo sencillo que me ayudara a mantener la calma.

Luis sonrió levemente, asintiendo.

—Claro. El café siempre ayuda —dijo con una amabilidad que me hizo sentir un poco más ligera.

Nos levantamos de la banca y comenzamos a caminar hacia una cafetería cercana. A pesar del peso en mi pecho, agradecí la compañía tranquila de Luis, alguien que sabía cómo estar sin exigir nada. En silencio, él me acompañaba, paso a paso, mientras yo intentaba recomponerme.

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Llegaron a la cafetería y escogieron una mesa cerca de la ventana, donde podían ver la lluvia cayendo suavemente sobre las calles. Bella se quitó la chaqueta y se sentó, aún con la sensación de peso en el pecho, pero decidida a cambiar el tono de la conversación.

—¿Sabes qué? —dijo, mirándolo con una pequeña sonrisa—. Quiero hablar de otra cosa. Como nose... ¿Por qué viniste acá a Canadá? A Saskatchewan.

Luis, que estaba revolviendo su café, alzó la mirada con un destello juguetón en los ojos.

—¿Quieres que te diga la verdad o la mentira? —preguntó, arqueando una ceja con una media sonrisa.

Bella se rió ligeramente. Esa ligereza era justo lo que necesitaba en ese momento.

—Vamos a ver qué te inventas. Empieza con la mentira.

Luis se recargó en la silla, cruzando los brazos como si estuviera a punto de contar la historia más increíble del mundo.

—Bueno, todo comenzó cuando fui seleccionado para un reality show exclusivo llamado Enfermeros por el Mundo. La idea era que un grupo de estudiantes de enfermería competíamos para encontrar al Paciente Dorado. ¿Y qué es eso? Pues nadie lo sabe, ni siquiera nosotros —dijo con total seriedad—. Pero el que lo encontrara ganaba un estetoscopio de oro y un viaje a Bora Bora.

Bella no pudo contener la risa.

—¡Qué! ¿El Paciente Dorado? ¡Eso ni siquiera tiene sentido!

Que Hubiera Sido...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora