Llegando al Corazón

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Tienes razón, déjame integrarlo de forma que fluya mejor. Aquí tienes la versión mejorada:

El avión finalmente aterrizó, y mientras rodábamos hacia la puerta de desembarque, la voz del piloto resonó en los altavoces, dándonos la bienvenida:

—Damas y caballeros, bienvenidos a Bogotá. La temperatura actual es de 18 grados centígrados. Gracias por elegir volar con nosotros, esperamos que hayan tenido un vuelo placentero. Les deseamos una excelente estadía, y esperamos verlos de nuevo pronto.

Solté un suspiro de alivio. Después de las horas de vuelo y el dolor en mi tobillo, sentía que no veía la hora de estar en tierra firme. Luis me ayudó a acomodarme en una silla de ruedas, asegurándose de que mi tobillo estuviera en una posición cómoda. Mientras me empujaba suavemente por el aeropuerto, observé a los viajeros que iban y venían, y al cruzar las puertas de salida me di cuenta de algo:

—Tengo sed... no sé por qué, pero tengo mucha sed —le dije con una sonrisa, riéndome de mi propia ocurrencia.

Luis sonrió, deteniéndose unos segundos para mirar a su alrededor. Rápidamente localizó una máquina expendedora al otro lado del pasillo y se acercó sin decir nada. Volvió con una botella de Fanta en la mano y me la entregó con una expresión divertida.

—Para ti, mi fantástica.

No pude evitar reír ante su ocurrencia. Ese apodo me traía tantos recuerdos de mis días de colegio. Lo miré, algo sorprendida.

—No puedo creer que recuerdes eso... —le dije, riendo—. "Mi fantástica", así era como me decían también.

Luis me miró con calidez, sus ojos reflejando un sincero aprecio.

—¿Cómo olvidarlo? Me acuerdo de todo lo que me cuentas, Bella. Los detalles de tu vida se quedan conmigo —dijo suavemente, haciéndome sentir especial y en casa.

Sonreí mientras tomaba un sorbo de la bebida, y después continuamos hacia la salida. Al cruzar las puertas, mi atención fue capturada por un pequeño puesto decorado con globos coloridos y flores; ofrecían regalos para recibir a los viajeros.

Era la oportunidad perfecta para comprar algo para mi mamá y mi hermanito. Miré a Luis, quien asintió, comprendiendo mi intención.

Me acerqué al puesto y, después de unos minutos, escogí un ramo de flores vibrantes para mi mamá. Sabía que le encantaría el detalle, especialmente la pequeña tarjeta donde le escribí: "Gracias por estar siempre conmigo". Para mi hermanito, elegí un peluche de avión con la bandera de Colombia en una de las alas. Con lo mucho que le encantaban los aviones, sabía que le haría feliz.

Luis observaba mis elecciones, sonriendo.

—Van a sentirse muy cerca de ti con estos detalles, Bella. Estoy seguro de que les encantará.

Con el ramo y el peluche en manos, y el cálido recuerdo de los gestos de Luis, sentí una paz profunda. Allí, frente a la salida del aeropuerto, respiré el aire familiar de casa y supe que estaba lista para el abrazo de mi familia.

Al salir del aeropuerto, sentí un alivio enorme al notar que mi tobillo ya se sentía mejor y, aunque con algo de cuidado, podía apoyarlo al caminar. Le lancé una mirada a Luis y le pregunté, entre curiosa y algo preocupada:

—¿Crees que sea necesario ir al hospital para que me pongan un vendaje o algo?

Luis me miró con una sonrisa burlona.

—Bueno, si quieres perder tiempo en una sala de espera, podemos hacerlo —respondió, encogiéndose de hombros, claramente disfrutando de su propia broma—. Pero, honestamente, con lo que te hice yo creo que será suficiente. Si quieres, podemos pasar por una farmacia, compramos un vendaje y yo mismo te ayudo. Nos ahorramos el viaje al hospital.

Reí, agradecida por su humor y su disposición a ayudarme. Así que hicimos exactamente eso: encontramos una farmacia cerca del aeropuerto, donde compramos el vendaje, y Luis me ayudó a colocarlo con cuidado, mostrando que realmente sabía lo que hacía. Su habilidad me sorprendió y, una vez que estuvo bien vendado, contratamos un Uber que nos llevara a casa.

El trayecto fue corto. En unos 20 minutos ya estábamos en mi urbanización. Mientras el Uber se acercaba a la entrada, me recordé a mí misma que vivía en una urbanización privada, algo que siempre había visto como un detalle normal, pero que ahora, al llegar con Luis, parecía que tenía un nuevo significado. Al detenernos frente al portón de seguridad, el guardia se acercó a la ventana y me pidió el código de acceso. Tras darlo, noté que Luis me observaba con una mezcla de curiosidad y asombro.

—¿No que tu casa era modesta? —me dijo en tono divertido, arqueando una ceja mientras miraba alrededor—. No estoy seguro de que entiendas bien lo que significa "modesta".

Reí, algo apenada y tratando de justificarme.

—Es que... bueno, es solo por seguridad. Ya sabes cómo es Colombia —respondí entre risas.

Al entrar, Luis miró a mi alrededor con interés, y yo noté cómo sus ojos se detenían en los detalles. Desde su perspectiva, la urbanización parecía un pequeño oasis en la ciudad, con palmeras perfectamente alineadas a lo largo del camino y arbustos bien cuidados en cada esquina. Al llegar frente a mi casa, él se quedó en silencio, admirándola por un momento.

Desde afuera, la casa era acogedora y moderna, pintada en tonos suaves que contrastaban con el verde vibrante de las plantas que la rodeaban. En el jardín delantero, había palmeras que daban una sensación tropical y relajada. La entrada estaba decorada con algunas macetas de colores, y la fachada tenía amplias ventanas que dejaban ver un poco del interior iluminado y lleno de vida.

—No esperaba que fuera así... —murmuró Luis, todavía asimilando la escena.

Yo, riendo por su asombro, lo empujé suavemente hacia la puerta.

—Vamos, "mi fantástica" también sabe escoger una buena casa —le dije en broma, y ambos reímos mientras cruzábamos el umbral.

Luis miraba todo a su alrededor, capturando cada detalle como si estuviera entrando en un pequeño refugio. Por su expresión, sabía que le había sorprendido, y en el fondo me alegraba haber compartido ese momento con él, haciéndolo parte de mi hogar y de un pedacito de mi vida en Colombia.

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⏰ Última actualización: 4 days ago ⏰

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