Pequeñópolis

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Las diminutas chicas, de no más de un puño de tamaño, se movían rápidamente entre las flores y los arbustos, llevando a cabo sus tareas diarias con una energía contagiosa. Marinette, la princesa de la ciudad, con su cabello azabache recogido en una coleta alta y sus puntas de cabello pintado de color rosa, llevaba un vestido azul celeste, camisa corta con una corbata roja y su tiara brillaba bajo los rayos del sol.

La mañana de un día como cualquier otro, mientras los rayos del sol doraban las fachadas de las casas y los pájaros cantaban sus melodías, la pequeña ciudad de Pequeñópolis despertaba con su usual bullicio. Marinette despertó de golpe al tener una pesadilla sobre una enorme sombra que se cernía sobre Pequeñópolis. El eco de sus pasos gigantescos resonaba en sus oídos, mientras los edificios diminutos se desplomaban bajo su peso.

Marinette se levantó de la cama, su corazón latiendo acelerado, y miró a su alrededor, asegurándose de que todo estaba en su lugar. La tranquilidad habitual del día la envolvía, pero la pesadilla aún la perturba.

Marinette: -¡Solo fue una pesadilla! Se sintió tan real… mejor voy a ver a Kagami, ella sabrá que consejos darme-

Con determinación, decidió que debía consultar a su amiga, la reina. Kagami siempre tenía un consejo sabio para cualquier inquietud, y, aunque solían mantenerse ocupadas con las labores de la ciudad, Marinette sabía que la preocupación que sentía era importante.

Al llegar al palacio, el ambiente era tan acogedor y elegante como siempre. Los pasillos estaban adornados con tapices y luces suaves que daban una sensación de paz. El castillo de Pequeñópolis, aunque pequeño en comparación con los reinos humanos, era un lugar mágico, iluminado por diminutas luciérnagas que parecían estrellas atrapadas en el interior de una joya. Marinette encontró a Kagami en el jardín, rodeada de flores y con una expresión serena en su rostro mientras meditaba.

Kagami, con su elegancia y calma habitual, lucía su vestido de tonos morados. Llevaba una capa roja que flotaba suavemente con la brisa, dándole un aire etéreo, llevaba unas botas celestes y una corona dorada de pequeñas piedras preciosas que resaltaban sus ojos.

Marinette: -Buenos días, Kagami-

Kagami abrió los ojos y le dedicó una sonrisa cálida.

Kagami: -Buenos días, Marinette. ¿Qué te trae por aquí tan temprano?-

Marinette se sentó junto a ella en la suave hierba del jardín, donde el aroma de las flores las envolvía. Con un suspiro, comenzó a contarle a Kagami sobre su pesadilla: la sombra gigante, los edificios desplomándose, el sonido profundo y aterrador de los pasos que parecían acercarse más y más. Kagami la escuchó atentamente, sin interrumpirla. Al terminar, miró a Kagami, buscando su consuelo.

Kagami: -Es solo una pesadilla, pero entiendo por qué te preocupa. El bosque siempre ha sido un lugar de misterio y miedo para todas nosotras-

Marinette respiró hondo, aliviada de tener a Kagami para hablar.

Marinette: -Pero lo que me inquieta es que, en la pesadilla, la sombra era demasiado real. Nunca había sentido un miedo tan profundo. Y hay algo que no entiendo: ¿qué pasaría si los gigantes del bosque realmente existieran? ¿Cómo enfrentaría Pequeñópolis una amenaza tan grande?-

Kagami se quedó en silencio por un momento, reflexionando sobre las palabras de Marinette.

Kagami: -Hemos vivido en paz durante tanto tiempo precisamente porque hemos evitado el bosque. Si los gigantes realmente existieran, no solo sería una amenaza para nuestra seguridad, sino que podría alterar el equilibrio de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, el miedo no debe guiarnos. Debemos prepararnos para cualquier eventualidad sin dejar que la incertidumbre nos paralice-

Las Jovencitas Diminutas y MilagrosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora