Hilary Sainz

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El mal es siempre posible. La bondad es una dificultad.

Anne Rice

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El motor del auto rugió suavemente cuando Esteban giró la llave en el contacto. Yo cerré la puerta del copiloto, sosteniendo a Atlas en mis brazos mientras Esteban me lanzaba una mirada de reojo.

—¿Qué hacías en McLaren? —preguntó, su tono neutral, aunque podía sentir la tensión bajo la superficie.

—Fui a buscar a Atlas —respondí con tranquilidad, acariciando la cabeza de mi cachorro.

—¿Lando y Carlos tenían a Atlas? ¿Por eso estabas con ellos? —La pregunta llegó más rápido de lo que esperaba, su voz endureciéndose mientras sus dedos tamborileaban sobre el volante.

Parpadeé, intentando entender a dónde iba con eso.

—No lo sé. No vi quién lo tenía. Solo fui por él.

El silencio que siguió fue más pesado que cualquier discusión previa. Esteban inhaló profundamente, y cuando habló, su tono era cortante.

—Bájate del auto.

Lo miré, incrédula.

—¿Qué? ¿Esteban, estás hablando en serio?

—Bájate del auto, América. Ahora.

Mi corazón latía con fuerza mientras procesaba sus palabras. No sabía si estaba molesta o simplemente desconcertada. Bajé la mirada a Atlas, que parecía ajeno a la tensión, y luego volví a mirar a Esteban.

—¿Estás exagerando por algo que ni siquiera entiendes?

—Bájate.

No me dejó espacio para negociar. Abrí la puerta lentamente, como si esperara que cambiara de opinión. Pero él no lo hizo. Apenas puse un pie fuera, aceleró, dejando una nube de polvo tras de sí.

Me quedé ahí, sosteniendo a Atlas, viendo cómo las luces traseras del auto desaparecían en la distancia. Una mezcla de rabia y confusión se arremolinaba en mi interior.

Atlas gimió suavemente, y lo abracé con fuerza.

—Parece que solo somos nosotros tres.

Mis pasos resonaron en el pavimento mientras intentaba calmar el caos en mi mente. ¿Qué demonios acababa de pasar?

Me quedé unos segundos mirando el vacío donde el auto de Esteban había desaparecido. Luego, una idea me golpeó como un relámpago.

—Vamos, Atlas. Esto se acabó.

Con decisión, agité la mano para detener un taxi que pasaba por la calle. El conductor, un hombre mayor con bigote blanco, frenó rápidamente. Subí con Atlas en brazos, apretándolo contra mi pecho.

—A los Bungalós de chine ¿Puede esperar un momento cuando lleguemos?

El taxista asintió sin decir mucho, y el auto arrancó. Durante el trayecto, mi mente era un torbellino de pensamientos y emociones, pero había algo claro no iba a quedarme aquí para seguir lidiando con esto.

Al llegar a casa, bajé del taxi y le pedí que aguardara. Subí las escaleras casi corriendo, Atlas moviendo la cola como si no entendiera la urgencia del momento. Abrí la puerta y fui directo a mi habitación.

En un bolso grande, comencé a meter mi ropa a toda prisa, algunas cosas esenciales, mi pasaporte, mi billetera. Busqué la jaula de plástico de Atlas y lo metí dentro  y la coloqué cerca de la puerta. Atlas me miró desde el sofá, confundida, mientras la tomaba en brazos y la acomodaba dentro de la jaula.

AMÉRICA (El Favorito Del Diario Amanecer)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora