Capítulo XII

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El día de Nochebuena siempre era una auténtica locura en el hogar de los Weasley.

Cabezas pelirrojas corrían por doquier, tratando de ocultarse de las órdenes de una estresada Molly Weasley, que se levantaba a las seis de la mañana para empezar a preparar el abundante banquete que se serviría en la cena.

Harry se había despertado solo en una cama fría. Eso no era normal. Ron no madrugaba, jamás. Ron no se había levantado antes que él en la puñetera vida.

La noche anterior había sido demasiado extraña. Habían dormido abrazados ¡Abrazados! No habían hecho algo así desde Hogwarts; en esa época sus pesadillas eran un problema, y la única forma que tenía de dormir tranquilo era escabullendose a la cama de Ron en mitad de la noche. El pelirrojo jamás había puesto objeciones a que lo hiciera, pero por aquel entonces, dormir juntos era un acto cargado de inocencia, de ternura. La noche anterior, Harry no lo había sentido así. Pocos de los pensamientos que se le pasaron por la cabeza podían considerarse inocentes.

Quizás Ron se había dado cuenta, quizás se había sentido incómodo y por eso se había levantado temprano y huído de la cama.

No se quitaba de la cabeza la conversación que mantuvo con los gemelos la noche anterior. Ellos verdaderamente creían que Ron le correspondía. Estaban ansiosos porque diera el paso, y para ser sincero, Harry se había envalentonado bastante. Casi se lo dice cuando se metió en su cama, aunque al final no se atrevió, no era algo fácil de decir, sin duda si confesaba lo que sentía, para bien o para mal, sus palabras supondrían un antes y un después en su amistad.

Él había afrontado cosas horribles en su vida, pero llegados al caso, le parecía mucho más sencillo robarle un huevo a un dragón, o enfrentarse al mago tenebroso más poderoso del último siglo, que exponerse a corazón abierto de esa manera delante de otra persona, aunque esa persona fuera su mejor amigo. Para empezar, ¿Que debía decirle? ¿Como plantear el asunto? Ron le había dejado claro que estaba harto de Irlanda, él quería volver a Inglaterra con su familia, eso era un hecho, y si Harry quería estar con él tenía que tener eso en cuenta, la posibilidad de una relación con su mejor amigo estaba allí, lejos de Irlanda, lejos de la vida que habían construido en los últimos diez años. Si quería empezar las cosas con buen pie, debía demostrarle a Ron que estaba dispuesto a volver, a quedarse allí, donde él quería estar. Y no valía hacerlo solo de boquilla, necesitaba hechos.

Como un golpe de inspiración divina, una locura irrumpió en su mente cual pensamiento intrusivo, una de esas cosas que podían salir muy bien o muy mal, algo que sin duda alguien menos impulsivo se pararía a meditar antes de hacerlo. Pero bueno, Harry siempre fue más de improvisar que de planear.

★★★

Ron notaba que algo extraño estaba pasando.

Se había levantado temprano aquella mañana, cosa poco habitual en él, pero apenas había podido pegar ojo en toda la noche.

No era la primera vez que compartía cama con Harry, solo que las veces anteriores que lo habían hecho no eran más que unos críos asustados. La noche pasada había sido diferente, ya no estaban ni cerca de ser unos niños, y definitivamente no estaban asustados. Aún así, Ron se había pegado al cuerpo de Harry como si fuera una lapa. En ese momento lo había sentido algo natural, el cuerpo de Harry estaba frío, y él solo había tratado de darle calor. Durante la noche, esa acción le había parecido lo más normal del mundo, pero a la luz del sol, empezaba a ver las cosas de otra manera. Seguro que para Harry había sido algo extraño, por eso parecía tan nervioso, sin duda lo habia hecho sentir tremendamente incómodo y había sido demasiado cortés para decírselo.

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