Capítulo XIII

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El momento no podía ser más mágico. El jardín de los Weasley brillaba en una miríada de colores a la luz de los fuegos artificiales que iluminaban la noche. Las risas y los retazos de las conversaciones de la familia se convertían en la banda sonora de la escena. Los niños se habían alejado correteando, y como si el destino así lo quisiera, Harry se encontró al lado de Ron, lo suficientemente apartados del resto como para no ser escuchados. El instante era perfecto, era ahí, era el tiempo y el lugar, ahora o nunca.

Envalentonado por la seguridad que los hermanos de Ron le habían dado sobre los sentimientos de este, embriagado de la belleza del lugar y la magia de la noche más familiar del año, con el corazón latiéndole desbocado dentro del pecho y los sentimientos rasgando desde dentro la superficie de su piel, se lanzó al vacío. En picado, sin paracaídas ni red de seguridad, tal y como lo había hecho siempre, tal y como se había enfrentado durante toda su vida a cada uno de los actos que le habían inspirado temor.

—Oye Ron... Hay algo que quiero decirte.

La mirada azul de su amigo era tan clara y limpia como siempre, repleta de curiosidad. Cabeceó hacia un punto situado a su izquierda, más alejado aún del resto de su familia, invitándolo a seguirle a un lugar más apartado donde pudieran gozar de mayor intimidad. Caminó un par de zancadas y Harry lo siguió nervioso, más de lo que había estado nunca, más que cuando esperaba su turno para enfrentar a un colacuerno húngaro bajo la lona de una tienda, más que cuando tuvo que pedirle a una chica una cita para un estúpido baile, más que cuando se internó en el bosque prohíbo a la tierna edad de once años acompañado únicamente por Draco Malfoy y un perro cobarde, incluso más que cuando años después se adentró en ese mismo bosque, caminando hacia lo que el creía que sería su muerte. No había estado tan nervioso en toda su maldita vida y aquello no tenía sentido. Ron era su mejor amigo, sus sentimientos recientemente descubiertos no cambiaban eso, ellos podían hablar de cualquier cosa, su amistad era eterna y prevalecería por encima de todo. No tenía por qué estar tan asustado.

Caminó tras su amigo, siguiéndolo hasta la parte trasera del cobertizo donde el señor Weasley guardaba los artilugios muggles que tanto le fascinaban y que todos fingían que no sabían que hechizaba ilegalmente. La noche era fría, pero Harry sentía su cuerpo caliente, su sangre parecía haberse vuelto lava dentro de sus venas.

—¿Por fin vas a decirme por qué has estado actuando tan extraño últimamente? —Preguntó Ron.

Su sonrisa ladeada le derritió. Cuanto más lo miraba, más convencido estaba de que eso era exactamente lo quería, ese era el rostro que quería seguir viendo cada día al despertar.

—Yo... Mira, le he estado dando muchas vueltas al asunto, más de las que debería si lo pienso bien, y la verdad es que... Ron... Yo... Te quiero. —Lo soltó así, a bocajarro y sin rodeos, bastantes vueltas le había dado ya al tema dentro de su cabeza.

La sonrisa de Ron se volvió condescendiente al tiempo que su mirada divertida se tornaba tranquilizadora, parecía estar esperando que Harry continuara hablando, como si no hubiera dicho ya exactamente lo que quería decir.

—Yo también te quiero, Harry, eso ya lo sabes, por eso estoy aquí para escucharte, puedes contarme cualquier cosa.

Mierda. Ron no lo había captado. Era comprensible hasta cierto punto, aunque para él era más que evidente, su mejor amigo nunca había sido lo que se dice bueno captando señales.

—No, Ron, no me has entendido, lo que quiero decir es que yo... —Inspiró hondo para calmarse. No quería titubear ni balbucear, quería que su voz sonase fuerte y clara cuando por fin expulsara de su garganta las palabras que se le habían estado atascando durante días, puede que mucho más, tal vez incluso años.— Estoy enamorado de ti.

Soltero en Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora