Capítulo VIII

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Decorar el árbol de Navidad era una tradición Weasley. No podía considerarse algo típico de los sangre pura, pero la familia había adoptado la costumbre hacía ya muchas generaciones y a todos les gustaba demasiado como para cambiarla ahora.

El día de decorar el árbol siempre se convertía en uno de esos momentos familiares que atesoras en tu mente año tras año. Los platos llenos de hombres de jengibre, las bandejas de galletas con formas de copos de nieve y los vasos de ponche de huevo eran sistemáticamente rellenados por una sonriente Señora Weasley, a medida que los numerosos pelirrojos los vaciaban. Los adornos navideños y las guirnaldas de espumillón parecían no tener fin, y la radio mágica que Harry recordaba en esa casa desde las primeras navidades que pasó allí, no dejaba de reproducir villancicos una y otra vez. Lo estaba disfrutando de lo lindo.

Observaba entretenido como Victorie y Dominique agarraban un par de guirnaldas y se las enroscaban al cuello cantando y bailando como si estuvieran en un cabaret, bajo la mirada embobada de su orgulloso padre. Le pareció conmovedor.

Charlie y Vicktor no participaban activamente en la decoración, que había quedado totalmente dominada por los pequeños de la familia, pero desde el sofá donde estaban tranquilamente acomodados, hacían levitar de vez en cuando un adorno aquí y allá para colgarlo donde los niños no alcanzaban. Se extrañó al ver que Louis hacía pucheros cada vez que sus tíos levitaban un adorno fuera de su alcance.

—¿Qué te pasa, peque? —Le preguntó al niño que miraba el árbol casi terminado con ojos anhelantes.

El pequeño no contestó, pero señaló la enorme estrella que solía colocarse en la cúspide del árbol.

—¿Quieres colgarla tú? —Volvió a preguntar Harry entendiendo dónde estaba el problema.

Louis asintió y Harry no dudó en darle la estrellita de plástico, cogerlo en brazos y levantarlo por encima de su cabeza, acercándolo al árbol lo suficiente para que pudiera colocar el adorno que tanto le había gustado. El niño río complacido y aplaudió observando su obra, la estrella había quedado un poco torcida, pero a nadie pareció importarle, toda la familia estalló en aplausos y vítores hacia el pequeño que sonreía orgulloso de su trabajo.

Harry se sentía tan feliz, envuelto en ese calor familiar de una familia que no era suya pero que sentía como si lo fuera, que no se percató de la mirada embobada que Ron le estaba dirigiendo desde el otro lado de la habitación.

★★★

—Disimula un poco, hermanito. —Charlie sí que se había percatado de esa mirada embelesada y, tal y como era su deber de hermano mayor, había abandonado su cómoda posición entre los brazos de su pareja para ir a burlarse un poco de su hermanito pequeño.— Se te está cayendo la baba.

Ron desvió la mirada de Harry y observó a su hermano con el ceño fruncido.

—¿De qué estás hablando?

—De la migración del pájaro carpintero. —Ironizó Charlie rodando los ojos.— ¿De qué va a ser? ¡De ti y de Harry! Deja de marear la perdiz y dile de una vez que te gusta.

Ron esbozó una sonrisa triste y negó con la cabeza.

—No es lo que crees. No te negaré que la idea se me pasó por la cabeza en el pasado, incluso puede que ahora sienta algo por él, pero... No puede ser, es mi mejor amigo.

Soltero en Navidad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora