Capítulo 34.

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El siguiente día Sasha ya se sintió mejor y decidió ir a la escuela. Dante se la pasó todo el receso con ella, quería besarla pero ella no lo dejaba porque decía que le podía contagiar su resfriado, así que se limitaba con verla y abrazarla. Kevin no estaba muy feliz con eso, pero no podía quejarse con nadie.

Mientras tanto, Belinda y Rocío le empezaron a hacer señas a Claudia para que fuera con ellas. La pelirroja suspiró, ya tenía tiempo que no hablaba con ellas pero descubrió que ni siquiera tenía ganas de eso. Se alejó de sus amigos y se acercó a ambas.

—Hola.

—Hola, Clau, ¿cómo estás? —Le preguntó Rocío.

—Bien, ¿y ustedes?

—Bien.

—Súper bien —sonrió Belinda—. La semana pasada me encontré con León en la biblioteca, no sé si te dijo.

—Sí, me comentó, dijo que la pasaron bien.

—¡De maravilla! Él me dijo que tú siempre hablas bien de mí. Gracias por apoyarme —Se acercó a abrazarla—. ¡Eres la mejor amiga del mundo!

Claudia bajó la cabeza sin corresponderle el abrazo.

—¿Y yo qué? —Se quejó Rocío.

—Tú también eres la mejor amiga. —También la abrazó—. Las tres somos las mejores amigas.

—Y siempre lo seremos —concluyó Rocío.

Las chicas se dejaron de abrazar.

—Bueno, Clau, te dejamos, vamos a nuestro salón.

—¿O quieres ir con nosotras? —Le preguntó Rocío.

—No, yo... Me regreso con los chicos.

—Está bien. Luego te vemos, dale mis saludos a León.

—A mí también.

—¡Ro! —Belinda le dio un codazo a la morena y ella comenzó a reír con fuerza.

—Sí, luego las veo... —Las vio con tristeza—. Amigas —susurró esto último.

«Amigas por siempre... Ojalá» pensó.


***


En la última hora, el profesor Humberto puso a sus alumnos a hacer calentamientos y luego les ordenó jugar basquetbol porque León se lo pidió. Antes del juego, Lucas se acercó a Yolanda y le sonrió con timidez, pero ella se volteó en seguida con indignación.

Una vez que entretuvo a sus alumnos, Humberto tomó un sorbo de agua y se dirigió hasta Sasha, que estaba entretenida viendo a sus compañeros jugar.

—¿Estás bien?

—Sí, profesor.

Él se recargó en el árbol y vio el juego con detenimiento. Luego volteó a ver con discreción a Sasha. La chica, por su parte, no quería ni voltear a verlo; a pesar de estar muy equivocada, sentía que todo era su culpa. «Agh, qué horror... Yo fui la que empezó a provocarlo de manera sutilmente descarada, tratando de parecer inocente... Ojalá eso que siente Humberto también lo pudiera sentir Dante» suspiró.

Después de la clase, los chicos fueron al salón por sus cosas. Una vez allí, cuando la mayoría ya había salido, Sasha se acercó a Dante.

—¿Nos vamos, amor?

—Sí, pero espera, tengo que meter mis cosas.

Él acomodó sus cosas en su mochila y la vio con fijeza. Bajó su mirada, hasta las piernas de la chica, y comenzó a comprender al profesor Humberto.

El suplicio de estar en la escuela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora