Tres

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Valentina se movía con agilidad entre los mostradores del pequeño café de esquina, buscando un lugar alejado, lejos del bullicio. Aquella mañana había decidido tomarse un respiro de la rutina y aprovechar un momento a solas. Con una taza de café humeante entre las manos, por fin podía relajarse sin sentir el peso de las apariencias.

Le gustaba ese café, un lugar discreto donde pocos de sus conocidos pensarían en buscarla. Sentada junto a la ventana, su mirada se perdía en las gotas de lluvia que corrían lentamente por el cristal. La ciudad tenía un ritmo frenético, pero ahí dentro, entre el aroma de café recién molido y el murmullo de las conversaciones, todo parecía detenerse por un instante.

Pero la calma se interrumpió cuando oyó una voz familiar a su lado.

—Parece que nos encontramos en todos lados, ¿no?

Valentina alzó la vista, y ahí estaba Franco, de pie junto a su mesa, con una sonrisa relajada y una mirada que reflejaba auténtica sorpresa... o eso parecía.

—¿Me estás siguiendo, Colapinto? —dijo con un tono seco, aunque en el fondo algo en su mirada delataba un ligero interés.

Franco levantó las manos en un gesto de inocencia.

—Créeme, esta vez es pura coincidencia. Pero ya que estamos aquí... ¿te importa si te acompaño? —preguntó mientras tomaba asiento sin esperar respuesta.

Ella suspiró, resignada, y cruzó los brazos.

—¿Qué querés ahora? ¿No tenes un millón de cosas que hacer, como firmar autógrafos o romper récords?

Franco soltó una risa ligera y se acomodó en su asiento, apoyando el brazo en el respaldo con una confianza desenfadada.

—Bueno, lo cierto es que me cansé de esa parte del día. Pensé en tomar un descanso... y parece que vos también. —Sus ojos la estudiaban con atención, buscando comprender esa barrera que ella mantenía erguida a toda costa—. Aunque tengo que decir que me intriga verte fuera del glamour de las galas.

Valentina lo miró, indecisa entre levantarse y marcharse o darle una oportunidad a la conversación.

—Mira —dijo, sin perder el tono defensivo—. No todo el mundo vive para la atención, Franco. Algunos de nosotros solo intentamos pasar desapercibidos.

Franco asintió, dejando que la intensidad de su mirada hablara por él.

—Quizás. Pero hay algo en vos que no deja a nadie indiferente, incluso cuando lo intentas. —La observó llevarse la taza de café a los labios, notando cómo evitaba su mirada con un ligero rubor en las mejillas—. Y eso me hace preguntarme... ¿quién es realmente Valentina?

Ella hizo una pausa antes de responder, como si las palabras fueran una barrera que intentara construir en su mente.

—¿Por qué te interesa? —preguntó al fin, con voz serena, aunque había un deje de curiosidad en su tono—. Ni siquiera me conoces.

Franco se encogió de hombros, sin apartar la vista de ella.

—Tenes razón, no te conozco. Pero la gente interesante es difícil de encontrar, y rara vez alguien consigue llamar mi atención más de una vez. Digamos que estoy dispuesto a hacer el esfuerzo... si me dejas, obvio.

Valentina bajó la mirada, sin poder ocultar una sonrisa irónica.

—Te doy puntos por la perseverancia, pero te advierto que yo no soy un juego.

—Y yo no vine aquí a jugar, Valentina —respondió con voz baja, cargada de una seriedad inesperada.

Por un momento, ambos se quedaron en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos. Valentina se sentía expuesta, vulnerable, pero algo en Franco le hacía bajar las defensas, aunque no quisiera admitirlo.

Al final, fue ella quien rompió el silencio.

—¿Siempre sos así de intenso? —preguntó, con una sonrisa leve.

Franco se relajó, dejándose llevar por el ambiente distendido del café.

—Solo cuando algo vale la pena.

Valentina asintió y volvió a llevarse la taza a los labios, mirando por la ventana para evitar que él viera la pequeña sonrisa que intentaba reprimir. Tal vez, solo tal vez, se permitiría conocer un poco más a ese hombre que parecía decidido a derribar sus barreras.

Cuando terminó su café, se levantó lentamente, ajustándose el bolso en el hombro.

—Bueno, Colapinto, la charla fue... interesante, como siempre —dijo, con una media sonrisa que intentaba ocultar una chispa de autenticidad.

Franco se quedó en su lugar, observándola con una mezcla de satisfacción y curiosidad.

—Nos vemos en la próxima "coincidencia", Valentina.

Ella lo miró con una sonrisa enigmática antes de darse la vuelta y salir del café. Franco la siguió con la mirada hasta que cruzó la puerta y desapareció entre la multitud de la calle.

Justo antes de doblar la esquina, Valentina se detuvo por un instante y miró hacia la ventana. Sus ojos se encontraron con los de Franco a través del vidrio, y aunque fue solo un segundo, él supo que había algo ahí, algo que iba más allá de las palabras.

Cuando ella desapareció finalmente de su vista, Franco se quedó en su mesa, con una sonrisa satisfecha. Tal vez el desafío era mayor de lo que esperaba, pero, sin lugar a dudas, Valentina valía cada momento.

Sin Frenos - Franco ColapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora