Cuatro

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Valentina estaba perdida entre estantes de libros en una librería del centro, disfrutando de la tranquilidad que siempre encontraba entre páginas y portadas desgastadas. Era uno de esos pocos momentos en los que podía olvidarse de todo y dedicarse a sí misma, dejando de lado la presión y la apariencia.

No esperaba encontrarse con nadie conocido allí, y mucho menos con Franco Colapinto.

Cuando giró el pasillo, inmersa en la lectura de una sinopsis, casi chocó con alguien de espaldas. Al levantar la vista, un par de ojos claros y una sonrisa que ya conocía muy bien la miraban con una expresión entre sorpresa y diversión.

—¿Otra vez vos? —dijo Valentina, tratando de sonar indiferente, aunque su pulso se aceleraba al verlo.

Franco soltó una carcajada ligera.

—Estoy empezando a creer que el destino está jugando con nosotros, ¿no crees?

Valentina entrecerró los ojos, sin saber si debía reírse o enojarse.

—O tal vez eres vos sos el que no deja de aparecer en mi camino.

Franco se encogió de hombros con una sonrisa que no dejaba lugar a dudas.

—Supongamos que es una coincidencia. Después de todo, ¿quién iba a pensar que te encontraría en una librería?

Ella suspiró y miró hacia el estante, intentando ignorarlo mientras escogía un libro y lo ojeaba sin mucho interés.

—¿Y vos? No te veo como el tipo que frecuenta estos lugares.

Franco se apoyó en el estante, observándola con una intensidad que la hacía sentirse expuesta.

—Es verdad. Pero hoy pensé en hacer algo diferente. —Dio un paso hacia ella, inclinándose ligeramente para ver el libro que tenía en las manos—. ¿Qué lees?

Valentina intentó mantener la compostura mientras él se acercaba. Podía sentir el suave aroma de su loción, un toque de madera y especias que le resultaba... extrañamente familiar. Sin darse cuenta, se sonrojó y bajó la mirada al libro, intentando controlar el temblor en sus manos.

—Es... solo una novela —respondió, sin dar muchos detalles, aunque él seguía mirándola con interés—. ¿No tenes otro lugar en el que estar, Colapinto?

Franco fingió pensarlo por un segundo, y luego negó con una sonrisa burlona.

—La verdad, no. Creo que por hoy puedo dedicarme a observar los misterios de una dama en una librería.

Ella soltó un resoplido, tratando de disimular su sonrisa.

—¿Y qué vas a hacer después de eso? ¿Esperar que te cuente mi vida, solo porque tienes una sonrisa encantadora?

Franco rió, mostrando una expresión relajada y confiada.

—Funciona la mayoría de las veces. —Dio un paso atrás, inclinándose en un gesto casi teatral—. Pero en tu caso, Valentina, creo que va a llevar algo más que una sonrisa. ¿Me equivoco?

Ella negó, intentando no reírse.

—Lo que querés no lo vas a conseguir tan fácilmente.

Franco asintió, aceptando el desafío sin perder la calma.

—¿Y quién dijo que lo quiero fácil?

En ese momento, una voz interrumpió su conversación. Era el encargado de la tienda, que se acercaba para avisar que la librería estaba a punto de cerrar. Ambos miraron alrededor, sorprendidos de cómo había pasado el tiempo sin darse cuenta.

—Parece que esta charla tendrá que quedar para otro día —dijo Franco, levantando una ceja.

Valentina suspiró, aunque había algo en sus ojos que revelaba más de lo que sus palabras intentaban ocultar.

—Eso suponiendo que volvamos a cruzarnos, claro.

Franco la miró con una sonrisa confiada.

—Si el destino quiere, Valentina. Nos veremos pronto.

Ella lo miró por un momento, dudando si responder o solo despedirse en silencio. Finalmente, decidió mantener el misterio.

Franco la vio salir de la librería, y una vez que Valentina desapareció entre las calles de la ciudad, bajó la vista al estante donde ella había estado antes. Allí, entre varios libros desgastados, notó la portada de la novela que Valentina había estado ojeando. La tomó en sus manos, sonriendo para sí mismo al leer el título: Corazones sin dueño.

Con una sonrisa pensativa, cerró el libro y lo devolvió al estante. No entendía del todo por qué, pero algo en esa novela le recordaba a ella, a su forma de mantener distancia mientras dejaba entrever solo un destello de sus verdaderos sentimientos.

Sin decir nada, se dio la vuelta y salió de la librería, con la certeza de que quería conocer cada página de la historia que Valentina parecía guardar solo para ella.

Sin Frenos - Franco ColapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora