Doce

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Los días pasaban entre compromisos, llamadas tardías y risas compartidas en cada oportunidad que encontraban para verse. Ambos se aferraban a esos momentos, como si temieran que en cualquier instante la magia pudiera desvanecerse.

Una noche, después de una cena sencilla en la casa de Franco, estaban en el sofá, cada uno absorto en sus pensamientos. Franco, recostado con un brazo rodeando los hombros de Valentina, parecía más tranquilo de lo habitual. Ella, acurrucada contra él, sentía la calidez de su pecho y el ritmo constante de su respiración. Aquel silencio compartido era una sensación nueva para ambos; no necesitaban palabras para sentirse cerca.

Finalmente, Franco rompió el silencio, su voz en un susurro suave:

-¿Sabias que nunca he mostrado esto a nadie? -dijo, sus ojos vagando hacia una puerta en el pasillo.

Valentina levantó la vista, sorprendida por el tono serio en su voz.

-¿Mostrarme qué? -preguntó, con una mezcla de curiosidad y sorpresa.

Franco se levantó lentamente, como si cada paso que estaba a punto de dar tuviera un peso especial. Extendió la mano hacia ella, y sin dudar, Valentina la tomó, dejándose guiar. La llevó por el pasillo hasta una habitación cuya puerta estaba cerrada. Con un leve giro de la manija, Franco la abrió y encendió la luz.

La habitación era su estudio, un espacio personal que contrastaba con el resto de la casa. Era un sitio sencillo pero lleno de recuerdos, con paredes adornadas con fotografías de su carrera. Había imágenes en blanco y negro de sus primeros días en karting, su sonrisa de niño con casco y traje de carreras, y otras más recientes de momentos de triunfo, rodeado de su equipo y colegas. También había trofeos en repisas, algunos ya desgastados, pero todos colocados con cuidado, como testigos silenciosos de su dedicación.

Valentina miraba cada fotografía con detenimiento, admirando la historia de Franco reflejada en cada imagen.

-Es... impresionante -dijo ella en voz baja, casi temiendo interrumpir el ambiente solemne del lugar-. Este espacio habla mucho de vos.

Franco asintió, sus ojos paseando por la habitación con una expresión de nostalgia.

-Acá está todo lo que he sido y todo lo que conozco -murmuró, su voz casi un susurro-. Mi vida se ha construido alrededor de estos momentos. Cada trofeo, cada foto... cada sacrificio.

Valentina dio unos pasos hacia una foto en particular, una imagen desgastada de él sosteniendo un pequeño trofeo y mirando la cámara con una sonrisa infantil. El niño en la foto tenía la misma mirada intensa y decidida que ella reconocía en el Franco adulto, pero también una inocencia que le conmovió.

-¿Eras muy chiquito cuando empezaste, no? -preguntó, sin apartar la vista de la fotografía.

Franco asintió, sonriendo con un toque de melancolía.

-Sí, tenía apenas siete años cuando comencé a competir en karting. Recuerdo que ese primer trofeo fue como el mundo entero para mí. Desde ese momento, supe que quería vivir para esto.

Valentina sintió un nudo en la garganta al oírlo. Podía ver cuánto amaba su carrera, pero también notaba algo más, una vulnerabilidad que nunca antes había percibido en él.

-Debe haber sido difícil... todo el sacrificio, todo lo que dejaste atrás -murmuró, mirándolo con ternura.

Franco dejó escapar un suspiro, apartando la vista.

-A veces me pregunto si he perdido más de lo que he ganado -admitió, con una honestidad que pocas veces permitía salir-. No he tenido una vida normal. He pasado más tiempo en aeropuertos y hoteles que en casa. He perdido amistades, momentos familiares... y a veces me pregunto si algún día me puedo llegar a arrepentir

Valentina se acercó, colocándose frente a él y tomando sus manos entre las suyas. Sus dedos acariciaron suavemente las manos de Franco, reconfortándolo.

-Lo que lograste es extraordinario, Franco. Pero también entiendo lo que queres decir... a veces, en el camino de nuestros sueños, dejamos cosas que amamos atrás. Pero no todo está perdido. Hay tiempo para crear nuevas experiencias, nuevos recuerdos -dijo, su voz suave y llena de comprensión.

Franco la miró, sus ojos reflejando un mar de emociones. Sus dedos apretaron ligeramente los de ella, como si en ese gesto estuviera aferrándose a una esperanza.

-Desde que te conocí, me hiciste ver las cosas de una manera diferente -murmuró-. Con vos a mi lado, siento que podría tener algo más allá de las pistas. Una vida más completa... una vida que nunca imaginé que querría.

Valentina sintió cómo su corazón se aceleraba ante sus palabras. Le costaba encontrar las palabras adecuadas, pero sabía que debía ser honesta.

-Franco... no quiero que dejes de ser quien sos. No quiero que cambies por mí. Pero si en algún momento decidis que queres algo más, voy a estar acá para apoyarte, sin importar cuál sea tu camino.

Él la miró en silencio durante un instante, sus ojos cargados de una ternura que pocas veces mostraba. Lentamente, acercó su rostro al de ella, sus labios apenas rozando los suyos en un beso suave y lleno de significado. No había prisa, no había pasión desbordante como la que habían compartido antes. Este beso era una promesa silenciosa, una muestra de cariño que iba más allá de las palabras.

Cuando se separaron, Franco acarició la mejilla de Valentina, mirándola como si ella fuera la única persona en el mundo.

-Quiero intentarlo con vos, Valen. Quiero ver hacia dónde nos lleva este camino, sin reservas, sin miedo.

Ella sonrió, sus ojos brillando con una mezcla de felicidad y alivio.

-Yo también quiero, Franco. No sé qué nos deparará el futuro, pero acá y ahora, estoy con vos.

Se abrazaron, quedándose en silencio, disfrutando de la calidez del momento, conscientes de que acababan de dar un paso importante en su relación.

Sin Frenos - Franco ColapintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora