A la mañana siguiente, a las 7:00, el Gran Comedor estaba ya repleto de estudiantes con túnicas de todas las casas, charlando y disfrutando del desayuno. En la mesa de Gryffindor, James y Sirius se sentaron juntos, radiantes y orgullosos de llevar sus colores rojo y dorado. Para James, ser Gryffindor era una promesa de aventura y valentía; para Sirius, era una victoria mucho más personal. Toda su familia había estado en Slytherin, y aunque al principio eso le había generado un poco de miedo y presión, ahora sentía una liberación inmensa. Sabía que pronto recibiría una carta de su madre llena de palabras de desaprobación y decepción, pero extrañamente, eso lo hacía más feliz. Era como si, por fin, empezara a ser él mismo.
Mientras los demás comían con entusiasmo, Sirius apenas tocaba su comida. A pesar de la emoción que sentía, todavía tenía la costumbre de estar tenso en las comidas, como si una parte de él esperara algún comentario hiriente de su familia. Pero James, que parecía notarlo todo, no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
—Vamos, Sirius, no puedes empezar el día sin comer nada —dijo James, empujándole una tostada untada con mantequilla—. ¿Qué clase de Gryffindor serías con el estómago vacío?
Sirius lo miró un momento, entre agradecido y algo resignado, y aceptó la tostada. Le dio un mordisco y, para su sorpresa, la calidez del pan recién tostado y el sabor de la mantequilla le resultaron reconfortantes. Con una pequeña sonrisa, se lo agradeció a James y terminó la tostada.Después de desayunar, ambos se apresuraron hacia su primera clase del día: Transformaciones.
James y Sirius no podían ocultar su emoción, intercambiando ideas sobre qué clase de magia aprenderían y haciendo apuestas sobre qué hechizos dominarían primero.
—¿Te imaginas? ¡Hoy podríamos aprender a convertir un objeto en un animal! —decía James, sus ojos brillando con anticipación.
—Si es así, espero poder convertir algo en una serpiente —respondió Sirius con una sonrisa traviesa—. A ver cómo reaccionan algunos en Slytherin.
Cuando el reloj marcó la hora de la clase, los dos se dieron cuenta de que estaban más atrás de lo que pensaban en el grupo que se dirigía a Transformaciones. A pesar de su entusiasmo, habían perdido un poco la noción del tiempo charlando en el Gran Comedor. Pero, lejos de desanimarse, decidieron que encontrarían el aula por sí mismos, sin la ayuda de los prefectos.Tras una o dos preguntas a algunos estudiantes que pasaban por el corredor, lograron orientarse rápidamente y llegaron al aula de Transformaciones justo antes de que la profesora McGonagall cerrara la puerta. Entraron con sonrisas triunfantes y se acomodaron en sus asientos, sintiéndose como si ya hubieran ganado su primera pequeña aventura en Hogwarts.
McGonagall les lanzó una mirada severa, aunque en el fondo parecía ligeramente divertida por su entusiasmo.
—Señores Potter y Black, si llegan tarde otra vez, me veré obligada a tomar medidas —les advirtió, pero sus palabras apenas lograron disminuir el entusiasmo de los dos chicos.
James y Sirius se miraron, conteniendo la risa. El día apenas comenzaba, y ya sabían que Hogwarts iba a ser todo lo que habían soñado y más. Mientras la profesora McGonagall preparaba algunos materiales para la clase de Transformaciones, James y Sirius comenzaron a intercambiar susurros y miradas cómplices. Ambos estaban llenos de energía y emoción, y no podían evitar hacer algunos comentarios bromistas.
—Apuesto a que McGonagall se transforma en una lechuza por las noches —susurró James, fingiendo un aire serio.
—¿Una lechuza? No, Potter, seguro es un búho gigante —respondió Sirius, intentando mantener el tono bajo, aunque sus ojos brillaban de diversión—. Y vigila nuestras cartas en secreto
.Los estudiantes cercanos a ellos comenzaron a reírse, intentando no hacer mucho ruido para no llamar la atención de la profesora. Aunque James y Sirius sabían q la profesora se transformaba en gato no les impedía bromear para los q los escuchaban y no lo sabían. Era imposible no contagiarse de la actitud desenfadada de James y Sirius; aunque aún no habían hablado con la mayoría, su sentido del humor ya les estaba ganando varios amigos.
Cuando McGonagall finalmente se volvió hacia la clase, aclaró su garganta y anunció:
—Comenzaremos con algo teórico durante los primeros treinta minutos. Después, si han prestado atención, podrán intentar un hechizo simple.
James y Sirius intercambiaron miradas de resignación, y no pudieron evitar susurrar lo que pensaban.
—¿Teoría? Pero si ya estamos listos para hacer magia de verdad —se quejó James, haciendo un puchero que provocó algunas risitas entre los estudiantes cercanos.
—Pensé que estábamos aquí para transformar cosas, no para leer un libro aburrido —añadió Sirius en tono dramático, recibiendo otro par de risas cómplices.
Varios alumnos, aunque no se atrevieron a decir nada, parecían igual de decepcionados, pero nadie lo expresó tan abiertamente como James y Sirius. Sin embargo, cuando McGonagall comenzó a explicar la teoría detrás de los encantamientos de transformación, ambos pusieron atención... al menos por un rato. A pesar de su impaciencia, sabían que debían escuchar, aunque era evidente que les costaba quedarse quietos. De vez en cuando, murmuraban algo entre ellos, dando a entender que estaban un poco aburridos, pero nunca perdían el hilo de la explicación.
Finalmente, llegó el momento de la práctica. McGonagall les pidió que intentaran transformar un fósforo en una aguja, un hechizo básico pero que requería precisión y concentración. Al escuchar que al fin podrían hacer magia, James y Sirius se enderezaron en sus asientos, dejando entrever una emoción desbordante.
James había pasado muchas horas solo en casa, leyendo sobre magia cada vez que podía, especialmente en aquellos momentos en que su prima Victoria no estaba disponible para jugar con él. Sirius, por su parte, había devorado todos los libros de magia que podía en su habitación, lejos de su familia, como una especie de escape que lo ayudaba a prepararse para el día en que, por fin, podría ser él mismo.
Ambos intentaron el hechizo, y aunque al principio solo lograron que el fósforo se tambaleara un poco, en el tercer intento ocurrió la magia: ambos lograron transformar sus fósforos en finas agujas brillantes, idénticas a las que McGonagall les había mostrado. El aula quedó en silencio por un segundo, y varios estudiantes alrededor miraron a James y Sirius con sorpresa. Habían sido los primeros en lograrlo, y con apenas tres intentos. McGonagall, quien había estado observando discretamente, alzó una ceja, claramente impresionada.
—Muy bien, señores Potter y Black —dijo con un tono de reconocimiento que no solía mostrar a menudo—. Parece que tenemos aquí a dos estudiantes bien preparados. Me impresiona su dedicación.
James y Sirius intercambiaron una sonrisa de complicidad, y Sirius no pudo evitar susurrarle a James:
—¿Ves? Te dije que éramos genios.
James se rió, satisfecho. En ese momento, ambos supieron que estaban destinados a hacer grandes cosas juntos en Hogwarts. Y aunque acababan de empezar, ya habían dejado claro que nada iba a detenerlos en su camino ser los mejores en todo lo que pudieran, y la profesora McGonagall lo noto aunque esperaba q cambien y no terminen siendo un dolor de cabeza

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Una vida de merodeador
RandomMomentos de la vida de los merodeadores en Hogwarts entretenidos desde travesuras en clases hasta castigos y ocurrencias y romances