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Era el primer día de clases para los alumnos de primer año en Hogwarts, y la emoción se palpaba en el aire. En el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, los estudiantes de Gryffindor y Hufflepuff se acomodaban en sus asientos, mirando alrededor con curiosidad. El profesor Howard, un exauror conocido por su valentía y habilidad en combate, observaba a los alumnos con una mezcla de interés y nostalgia. No podía evitar sonreír al ver lo pequeños e indefensos que parecían, con sus túnicas recién planchadas y sus ojos llenos de expectación.

Sin embargo, mientras hablaba sobre la importancia de la defensa en el mundo mágico, su atención fue capturada por dos chicos en la parte trasera del aula. Estaban susurrando entre ellos con total descaro, ignorando completamente la lección. Aunque se veían tan jóvenes como los demás, había algo en ellos que no cuadraba con la imagen de alumnos inocentes y tímidos. El profesor Howard, con su experiencia en detectar amenazas ocultas, notó de inmediato que estos dos muchachos eran cualquier cosa menos indefensos. Su actitud, su manera de reírse por lo bajo y la forma en que sus ojos brillaban con una chispa de desafío le hicieron pensar que se trataba de un par de rebeldes natos.

Decidido a descubrir más sobre estos dos, se acercó a ellos lentamente, continuando con su explicación pero con la mirada fija en los chicos. Al llegar a su pupitre, se detuvo. La clase quedó en silencio, todos los ojos se volvieron hacia el profesor y los dos estudiantes que había escogido como su objetivo.

-Señores -dijo con voz firme-, ¿cuáles son sus nombres?

Los dos chicos levantaron la vista con calma. No parecían ni sorprendidos ni avergonzados por haber sido interrumpidos. De hecho, uno de ellos, un niño con gafas y cabello desordenado, sonrió abiertamente.

-Yo soy James, James Potter -dijo el chico, sin un rastro de temor en su voz.

El otro, un muchacho de cabello oscuro y una sonrisa de lo más traviesa, continuó sin perder tiempo.

-Y yo soy Sirius, Sirius Black.

El profesor Howard levantó una ceja. Antes de que pudiera decir algo más, Sirius se inclinó hacia adelante, con una actitud casual y descarada.

-¿Y para qué quiere saberlo, Howard? -preguntó Sirius, llamando al profesor por su nombre de pila como si fuera un viejo conocido.

La clase contuvo el aliento. Nunca habían visto a alguien dirigirse a un profesor con tanta familiaridad, mucho menos a uno como Howard.

El profesor, sin embargo, no perdió la compostura. Se inclinó ligeramente hacia los chicos, con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

-Será mejor que se callen, señores Potter y Black -dijo en un tono más bajo pero lleno de autoridad-. Hablaremos después de la clase.

James y Sirius intercambiaron una mirada y luego se encogieron de hombros con una sonrisa divertida, como si no pudieran esperar para ver qué sucedería después. Mientras tanto, el profesor Howard se enderezó y continuó con su lección, aunque su mente ya estaba trabajando en cómo manejar a estos dos jóvenes que, a pesar de su edad, claramente tenían mucho más que ofrecer que solo problemas.

Después de la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, James Potter y Sirius Black se dirigieron al despacho del profesor Howard. Caminaban con un aire despreocupado, intercambiando sonrisas y risitas, como si la idea de ser llamados por el profesor fuera más una aventura que un castigo. Al llegar a la puerta del despacho, se miraron, todavía divertidos, y Sirius tocó la puerta con un gesto exageradamente formal.

-Adelante -se escuchó la voz firme del profesor desde el interior.

Entraron y se encontraron con el profesor Howard, quien estaba sentado detrás de su escritorio. Les hizo un gesto para que se sentaran en las sillas frente a él. Mientras se acomodaban, el profesor los observaba atentamente, como si tratara de descifrar lo que había detrás de esas sonrisas desafiantes.

-He de admitir que me habéis sorprendido hoy en clase -comenzó el profesor Howard, sin rodeos-. El hechizo que os pedí que realizarais no es precisamente sencillo para alumnos de primer año, y, sin embargo, lo habéis conseguido en la primera o segunda...

-En la primera, profesor -interrumpió James con una sonrisa amplia y sin un rastro de humildad.

Sirius asintió, respaldando a su amigo con el mismo aire confiado.El profesor Howard arqueó una ceja, impresionado por la audacia de los chicos, pero también fascinado. Había algo especial en ellos, algo que iba más allá de la arrogancia típica de los alumnos de primer año que querían impresionar.

-Lo que quiero decir es que no sois como los demás -continuó Howard-. Al menos, no completamente. Hay un talento en vosotros que no he visto antes en chicos de vuestra edad. Pero si no queréis meteros en problemas, deberíais manejaros con más cuidado. Con vuestras habilidades, podríais ser grandes en algo... algo más que solo llamar la atención.

James y Sirius intercambiaron una mirada cómplice antes de que ambos se inclinaran ligeramente hacia adelante. En un tono bajo, casi en un susurro, Sirius dijo:

-Seremos grandes, sí. Grandes bromistas, rebeldes...

James completó la frase, con una sonrisa traviesa que iluminó su rostro.

-Y principalmente, dolores de cabeza para ustedes, los profesores.

El profesor Howard los miró con una mezcla de sorpresa y diversión. No esperaba una respuesta tan directa y, aunque sabía que le causarían problemas, no pudo evitar sentirse intrigado.

-Pues entonces, chicos, me aseguraré de tener una buena dosis de poción para el dolor de cabeza a mano -respondió el profesor con una leve sonrisa.

James y Sirius rieron suavemente, satisfechos con su pequeña victoria verbal. Al salir del despacho, sabían que habían dejado una impresión. Mientras caminaban por los pasillos del castillo, James le dio un codazo a Sirius, y ambos compartieron una carcajada, ya tramando su próxima travesura.

Una vida de merodeadorWhere stories live. Discover now