Dos días habían transcurrido desde la muerte de Danielle y muchas cosas sucedieron en ese tiempo. Más trámites que realizar, interminables reuniones con los abogados en busca de una conciliación o con los investigadores que llevan el caso, al mismo tiempo que hacían el seguimiento de los preparativos para el funeral. Milán sentía que el día no tenía las horas suficientes para poder encargarse todo.
Fueron días en los que ambos hermanos tuvieron que levantarse muy temprano para salir de casa y solo regresaban por la noche, justo para dormir. Cansados para siquiera pensar, con consciencia, en la ausencia de su madre.
Ese día, sin embargo, fue diferente; se llevó a cabo el entierro. Una pequeña ceremonia rodeada de algunos amigos y conocidos de Danielle además de los amigos más cercanos de Milán que fueron a acompañarlo en su dolor. Fue una ceremonia bonita o al menos eso les dijeron, como si eso sirviera de consuelo, y, cuando todo terminó los asistentes se fueron uno a uno del cementerio dejándolos atrás, completamente solos.
El retorno a casa lo hicieron en completo silencio pues ninguno estaba con el humor para pláticas, también porque regresar a casa significaba enfrentarse a su nueva realidad, una en la que su madre ya no estaría junto a ellos nunca más.
— ¿Vas a estar bien? – cuestionó, Olive, mientras estacionaba su automóvil frente a la entrada de la casa de ambos hermanos.
Olive Lawrence era la mejor amiga de Milán, fue la primera amiga que hizo después de que él y su madre se mudaran a esa tranquila zona residencial cuando el solo tenía diez años.
Cambiarse a un nuevo colegio cuando el año escolar ya había comenzado fue algo intimidante, pasar de un colegio público a uno privado lo fue incluso más, sin embargo, ellos congeniaron muy bien desde el principio y con el tiempo su amistad solo se consolidó. Se conocían tan bien que no había secretos entre ellos, Olive sabía todo por lo que Milán pasó en su vida y por eso no podía evitar mirarlo con genuina preocupación, temía que el fallecimiento de su madre sea el punto de quiebre que lo haga colapsar. Milán era fuerte, pero incluso las personas fuertes tienen un límite.
— Podrían quedarse en mi casa unos días, mis padres estarán contentos de recibirlos – sugirió ella mientras apagaba el motor del auto – o yo podría quedarme, aquí, con ustedes.
— No – negó Milán rápidamente, desabrochando el cinturón de seguridad – no es necesario vamos a estar bien – aseguró, lo último que quería era sentirse una carga – gracias por traernos.
— ¿Estás seguro? – insistió ella con desconfianza.
Por el espejo retrovisor observó a su hermanito, sentado en el asiento trasero del auto con la vista perdida en algún punto invisible del suelo. Cabizbajo, decaído, ni siquiera pronunció una sola palabra en todo el trayecto. Sin duda alguna estaba triste, al igual que él.
— No – contestó con honestidad – pero no tenemos otra opción, esta es nuestra casa y mientras más pronto nos acostumbremos será mejor.
— Bien – cedió ella, ese era un punto válido – pero si cambias de opinión, quizás no hoy ni mañana, pero pasado mañana o en unas semanas más o incluso dentro de algunos meses, mi oferta sigue en pie, no tiene fecha de caducidad.
— Gracias, lo tendré en cuenta – dijo Milán abriendo la puerta del asiento del copiloto para poder salir.
— Milán – Olive sujetó a Milán por el brazo antes de que ponga un pie fuera del auto, reteniéndolo en el interior – si necesitas algo lo que sea y a la hora que sea, solo llámame, ¿de acuerdo? Yo vendré enseguida.
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Junto a ti
RastgeleMilán siempre se caracterizó por ser tranquilo, amable, gentil y un muy buen hijo. Desde muy pequeño la vida para él no fue sencilla, aun así se esforzó por sobrellevar todo con la mejor actitud. Sin embargo, cuando por fin todo en su vida comenzaba...