Capítulo 12

36 14 0
                                    

Al notar que nadie movería un músculo para abrir la puerta de la oficina, Duncan Russell se vio obligado a entrar sin ser invitado.

—No puedes venir acá sin aviso ni entrar como si nada —dijo Erin, adelantándose para intervenir entre Farah y él.

—Hola, Erin... Farah... —mantuvo los ojos en ella—. Necesito hablar a solas contigo... Por favor. —Sonó como un ruego.

Erin miró a Farah, esperando que le dijera qué hacer, pero ella no apartó sus ojos de él.

Farah sintió que el corazón comenzó a latirle más lento y una presión dolorosa en el pecho la embargó. Le dolió igual que aquella vez cuando descubrió todo. Recordó el rostro extasiado de Duncan y su trato hosco e indiferente después de todo lo que le entregó. Aquella imagen en la ducha, mientras su sangre se diluía en el agua y se perdía por el drenaje, le vino a la mente. ¿Cómo se atrevía a buscarla y a volver por ella? Solo un tipo desvergonzado como Duncan Russell podía aparecerse, así como si nada, y con un ramo de flores en las manos.

Un chaparrón de ira le cayó encima al verlo, aunque no mojara. Un chaparrón que reveló una parte de ella, herida, y que procuró esconder debajo de nuevas vivencias, mejores recuerdos y de una nueva mujer. El problema fue que Duncan Russell le robó todo el brillo a su renacimiento, a su alza al vuelo como un ave fénix. Él sacó a la luz lo mucho que no había superado todavía, lo que escondió. Hasta eso le venía a arruinar, por lo que respondió, enojada:

—No tenemos nada de que hablar. Eso quedó claro siete años atrás para ambos.

—Farah... Yo... —Duncan miró al suelo. No hallaba forma de introducir el tema. No era fácil, y sintió que debía aligerar el aire. Así que la contempló por un momento y comentó—: Estás realmente hermosa.

Farah mostró una expresión desconcertada. ¿Cómo se atrevía a hablarle sobre eso?

—Sé que no manejé las cosas bien contigo —continuó él.

—Oh, no me digas... —replicó Farah, interrumpiendo, sardónica—. Jamás me di cuenta de eso.

Rhett estaba al tanto de los movimientos de Duncan, pues Max lo había seguido durante el día para confirmar que cumpliera su parte del trato. En efecto, su amigo lo llamó y le informó que Duncan Russell subía por el elevador hacia el bufete. Así, Rhett se preparó para intervenir al llegar a la oficina de su compañera en el momento más oportuno; y lo hizo sin falta. Miró los ojos de Farah desde el vidrio, revelaban una profunda expresión de sorpresa y desazón. Una parte de él se sintió incómodo, pues la sonriente chica que estuvo feliz hace un momento con él, ahora se mostraba inquieta. Tampoco entendía por qué Duncan no solo dejaba las flores y se iba, como habían acordado. ¿Qué hacía allí de pie incomodándola?

—Entiendo tu enojo y lo acepto. Solo querí... —dijo Duncan.

—Vete. No tenemos nada que hablar. ¡Nada! —interrumpió la abogada—. Quiero que te vayas.

Duncan se acercó un poco y extendió las flores hacia ella, mas Farah retrocedió a la defensiva y por instinto. Eso lo hizo sentir mal, pues comprendió que ella le tenía miedo. No importaba que no fuera ni la sombra de lo que fue, ni que los golpes de la vida lo hubieran tallado del joven descortés al nuevo hombre que era ahora. Pero necesitaba decírselo, necesitaba hacérselo ver.

—Vine... —intentó hablar.

—¿Qué pasa aquí? —intervino Rhett al entrar a la oficina.

Rhett pasó junto a Duncan y mantuvo la miraba fija en él, como cazador enfocado en su presa. Notó que era un tipo casi de su estatura, tal vez de la altura de Max y, definitivamente, lucía mejor en persona, y ahora más maduro, que en las fotos de su juventud. El semblante de Duncan no mostraba enojo, sino más bien una imploración; parecía que tuviera algo oprimiéndole el alma. Y Rhett tuvo la impresión, al ver el rostro de Duncan y el de Farah, de que entre ellos había pasado mucho más que un fallido noviazgo de preparatoria.

Entre ceja y cejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora