Capítulo 38

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3 meses después

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3 meses después

Las heridas de Farah fueron cerrando más rápido que sus inquietudes. Así solía pasar, las laceraciones sanaban, pero no pasaba lo mismo con el alma. Ella no solo vivió una experiencia traumática, su vida cambio de forma abrupta, porque ahora compartía cada detalle de su día a día con un hombre. Todo parecía nuevo para Farah. Además, no era cualquier hombre. Rhett la tenía encantada, como si la hubiese atrapado en un hechizo del que ya no quería despertar. Sumergida en una cotidianidad dulce y hermosa; tanto, que hasta miedo sintió. Miedo a amarlo y perderlo.

Todavía Farah no se sentía a gusto al mirarse al espejo. Pasaba su dedo índice, como una caricia por las marcas que todavía no desaparecían. Aquel día, al fin, notó que ya lograba disimularlas mejor con maquillaje y tácticas femeninas, aunque sus emociones siguieran a flor de piel, siempre a punto de desbordarse. A veces, mientras realizaba alguna tarea rutinaria y diaria, sin aviso, venía a su mente la imagen de aquel hombre encapuchado, y un estremecimiento la recorría de pies a cabeza. Una sensación imborrable que la hacía preguntarse si algún día lo olvidaría, concluyendo que sí, que lograría superarlo, se le prometía a sí misma, pues ya lo había hecho antes.

Aquella mañana, Rhett la sorprendió con una invitación. El verano ya estaba en su cumbre, por lo que las noches se tornaban muy agradables.

—Rhett... No quiero salir así, todavía se me notan un poco las marcas.

—Dije que comeremos afuera —argumentó él con una leve sonrisa en sus labios—. Afuera del departamento, no del edificio. Sé que no deseas salir. No te preocupes, amor, que a tu centurión no se le escapa nada.

Después de que Farah le contara los sueños que tenía con él, donde aparecía con túnica y armadura, Rhett, a tono de broma, comenzó a llamarse "centurión" a sí mismo.

—¿Afuera del edificio? —inquirió, ella. No comprendía nada—. Entre las ocurrencias de Basti y las tuyas me van a volver loca. Entonces... ¿Me tengo que vestir de gala y ni siquiera saldré del edificio?

—Comprendes rápido, mi amor mío.

Farah miró al techo, resignada, negando con la cabeza y conteniendo las ganas de reír.

La noche llegó como si el tiempo se hubiese acelerado. Farah se maquilló con tonos delicados, no los necesitaba. Su vestido verde menta, atado solo en uno de sus hombros, dejando el otro descubierto y bien ceñido a la cintura, le entregó un aire veraniego y relajado, pues el viento agitaba con suavidad las suaves telas que la cubrían. Se miró en el espejo y reconoció un brillo en sus ojos, uno nuevo y que no tuvo antes.

El Espartaco entró en la habitación y se detuvo a mirarla un instante.

—Luces muy hermosa, amor. Que bien te queda ese color, contrasta con el color de tu cabello. Eres muy hermosa.

—¿Te parece? —indagó con duda, como si no se lo acabara de decir.

Él carcajeó.

—Sabes que te ves hermosa, Farah. Pero te lo repetiré: Te ves preciosa.

Entre ceja y cejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora