Farah lucía genuinamente agotada.
—No puedo más —confesó, justo cuando Rhett arribaba a su condominio.
—¿Están Sebastián y tu nana? —indagó él, preocupado, pues no quería dejarla sola.
Ella negó.
—Basti está con mi papá, y le di el día libre a mi nanita. Pensé que hoy llegaría al amanecer. Era de esperar un desastre, al reencontrarme con todos esos demonios. Hay un toque de ingenuidad que se niega a abandonarme —sonrió.
Rhett la observó, su bonita sonrisa tan natural de ojos achicados, esta vez hinchados, y se perdió en los gestos de Farah y su rostro sincero.
—Déjame quedarme contigo —rogó él.
—Rhett... No estoy lista para eso.
—¿Qué crees que haremos, malpensada? —dijo riendo—. Solo quiero acompañarte. Permítelo, por favor. No deseo dejarte sola. Hoy no.
Farah asintió, sonriendo.
Rhett estacionó su auto en uno de los puestos destinados para las visitas. Y ambos subieron por el ascensor, tomados de la mano.
El departamento lucía oscuro y silencioso, cosa que nunca pasaba si Basti estaba presente, pero no era el caso.
—Estoy tan cansada... —comentó Farah y frotó su nuca, dejando caer un poco su cabeza hacia atrás. No soportaba la tensión en sus músculos.
Rhett la alzó en sus brazos, sorprendiéndola.
—¿Qué haces, Rhett? —dijo, extrañada.
—Señorita, usted necesita atención médica —dijo, sonriendo—. Solo un especialista como yo la puede ayudar.
Farah carcajeó sin imaginar lo que el Espartaco se traía entre manos. La acostó en la cama y se despojó de su camisa. Ella miró con fascinación aquel torso perfecto, pero sintió una tensión involuntaria que no podía remediar.
Rhett notó su inquietud, porque ella retrocedió y se protegió, como una respuesta natural.
—Ya te dije que no haremos nada, mi amor mío —le recordó—. Puedes confiar en mí. ¿Lo harás?
Ella afirmó que sí con un gesto de su cabeza.
Rhett palpó su muñeca.
—Está bien su presión arterial —comentó, ahogando la risa.
—¿Dónde dejó su bata, doctor? —preguntó Farah, en tanto pasaba su dedo sobre su pectoral definido.
—La llevo puesta. Tiene usted una mente muy vívida. ¿Qué es lo que está imaginando, señorita fogosa?
Farah carcajeó.
—Tiene una herida grande allí, en el alma y es profunda —señaló en su pecho, entre sus senos y el cuello. Y comentó—: Hay que suturar.
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Entre ceja y ceja
RomanceEn la ciudad de los vientos, Farah Ward, una formidable abogada que esconde detrás de su temeraria actitud las inseguridades que le generó su sobrepeso, conoce a Rhett Butler, otro abogado audaz con una dolorosa venganza contra los Ward que lo impul...