El Espartaco subió por el ascensor dominado por una inquietud que no podía explicar. Al llegar al piso de su departamento, se detuvo antes de introducir la llave en la cerradura y apoyó su mano izquierda sobre la puerta. Sintió que, al abrirla, daría paso de algo desconocido a su hogar y sentía terror de tan solo sentir amenazada su idílica vida familiar. No podía perderla de nuevo. No podía.
Se armó de valor y, de nuevo, encontró el lugar en silencio y oscuro. Supo que habían cenado, porque los aromas asiáticos aún flotaban en el aire. Seguro la nana preparó uno de sus platos favoritos e imaginó que el suyo estaría guardado en el horno, esperándolo. Apenas, en ese momento, notó que tenía hambre.
No podía explicar por qué, pero procuró guardar silencio con un andar sigiloso. Se asomó y notó la luz encendida de su habitación, Farah lo esperaba. Luego, se asomó a la habitación de Basti y este saltó de la cama al ver a Rhett.
—¡Papá! —exclamó el pequeño, quien corrió y saltó a los brazos del Espartaco, quien lo alzó—. ¿Dónde estabas tú? Ya son dos días en que te vi poco —recostó su cabecita sobre el firme hombro de Rhett.
—Lo sé —Acarició la espalda del pequeño—. También los he extrañado. Estos dos días me han parecido una eternidad —Acostó al niño y continuó—: He estado ocupado, pero ya se acabó. Siempre estaré para ustedes, Basti. Siempre. Ahora duérmete —Lo besó en la frente—. Pasado mañana es sábado y quiero que la pasemos juntos. ¿Sí?
Sebastián sonrió a plenitud y se acostó.
—¿Cuánto falta para que sea de día, papá?
—Bueno... Mañana es viernes y después viene el sábado. Ya hemos hablado sobre los días de la semana —replicó con paciencia el Espartaco.
—Es que si no canto la canción que me enseñó mamá, se me olvidan. Y... ¿cuánto falta para que salga el sol del viernes?
Rhett miró su reloj y respondió:
—Unas siete horas, pero si cierras los ojos, si te duermes; sentirás que fueron segundos, y se hará de día más rápido.
—¿Como si fuera el rey del tiempo? —preguntó el pequeño emocionado.
—Sí, Basti, como si fueras el rey del tiempo —Rhett sonrió.
Sebastián se levantó y comenzó a quitarse el pijama, abrió un par de cajones de su ropero y sacó un pantalón y una remera.
—Hijo, pero ¿qué haces?
—Me voy a dormir con la ropa puesta. Así estaré listo para la escuela. Haré lo mismo la otra noche y, así, haré que el tiempo pase volando.
Rhett carcajeó de nuevo. No podía con las ocurrencias del pequeño. Así que, se acercó y lo detuvo. Se agachó en un intento por quedar a su nivel, aunque siguiera siendo más alto.
ESTÁS LEYENDO
Entre ceja y ceja
RomanceEn la ciudad de los vientos, Farah Ward, una formidable abogada que esconde detrás de su temeraria actitud las inseguridades que le generó su sobrepeso, conoce a Rhett Butler, otro abogado audaz con una dolorosa venganza contra los Ward que lo impul...