Aquella tarde, al llegar a su apartamento, Rhett agradeció que Max no estuviera presente, porque lanzó cada cosa que se le atravesó en el camino. La frustración que sintió fue de esas que pocas ocurren en la vida, donde iracundas oleadas de corazón acelerado le azotaban la sangre y no por amor, sino por lo opuesto. Un desamor que se le clavó y no salía.
Al fin, se dejó caer en la cama y miró el techo, perdiendo la noción del tiempo. Cerró los ojos y se permitió recordar el sonriente rostro de Farah al decir de sus bromas. El beso en el bar tampoco podía dejarlo a un lado. Rhett se vio obligado a hacer cosas que no quiso durante su vida, y para llevarlas a cabo hasta tuvo que emborracharse. Sin embargo, esos besos con Farah y el sabor de sus labios le acaramelaron la vida y los recuerdos para siempre. Meditó en su venganza, ¿Y si la dejaba a un lado? ¿Y si apartaba el odio y se permitía tener, al fin, lo que perdió con la partida de sus padres; amar y sentirse amado?
El lunes sería un día difícil para ambos, tanto Rhett como Farah llegaron a su oficina tratando de dilucidar cómo pasar el día junto a su compañero sin mirarlo de forma distinta y enfocados en el trabajo.
Al entrar en su oficina, una cabizbaja Farah saludó a Erin con un abrazo que duró más de lo normal.
—¿Estás bien? —indagó Erin, la conocía muy bien.
Farah solo asintió. La alegre abogada, ese día, no tenía ganas de hablar.
—No lo parece, pero veo en tus ojos que no quieres hablar de eso. Supongo que no salió muy bien la salida de ayer.
Farah negó esta vez.
—Pues el papacito bello como que quiere insistir, porque esas flores en tu oficina llegaron, apenas se abrieron las puertas al público.
—¿Cómo? —preguntó Farah con impresión—, pero sí hablamos de eso.
La abogada entró a su oficina y encontró un hermoso ramo de tulipanes blancos, que contaba con una hermosa tarjeta color perla y letras en tinta plateada.
"Siempre supe que eras la mujer para mí".
Manteniendo la tarjeta entre sus manos, Farah leyó, ceñuda. ¿Acaso Rhett no aceptaba un no por respuesta? Miró los delicados tulipanes y meditó en que le encantaban. Sintió alegría de recibirlas y, a la vez, frustración porque no podía aceptarlas. Dejó las flores, no quería llamar la atención de todos en el bufete, y se dirigió a la oficina de Rhett.
Luego de ser anunciada, Farah pasó para encontrar al Espartaco mirando por su gran ventanal, dando un sorbo a su café. La luz del sol del Este lo iluminaba, exhibiendo esos reflejos dorados de su cabello. Lucía perfecto, como siempre, bien peinado, con un traje impoluto que le quedaba muy bien, y esa fragancia que Farah reconocería, aunque estuviera en medio de una multitud. Sin embargo, Rhett no volteó a mirarla, aunque ella saludara.
—Buen día, Rhett...
—Hola, Farah... —dijo, absorto en la vista.
Ella se incomodó un poco de no poder encontrarse con esos ojos claros que se achicaban al sonreír.
—Discúlpame, pero... te pedí que no me enviaras flores. Por favor, Rhett... No me hagas esto más complicado.
Al fin, él giró su rostro y la observó. Farah sostenía una expresión de incomodidad y tristeza a la vez.
Él sabía muy bien lo que se hacía con una mujer que te rechazaba; se le aplicaba la ley del hielo y el desinterés. Por experiencia comprobó que, de ese modo, la mayoría regresaban solas. Aun así, no se permitía olvidar que Farah no era como las demás, y que sus maquinaciones no solían salir bien con ella.
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Entre ceja y ceja
RomanceEn la ciudad de los vientos, Farah Ward, una formidable abogada que esconde detrás de su temeraria actitud las inseguridades que le generó su sobrepeso, conoce a Rhett Butler, otro abogado audaz con una dolorosa venganza contra los Ward que lo impul...