Capítulo 54

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Por unos minutos, inhalaciones de una respiración agotada mezcladas con aromas sensuales llenaron la habitación entre miradas y abrazos, mientras descansaban piel con piel

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Por unos minutos, inhalaciones de una respiración agotada mezcladas con aromas sensuales llenaron la habitación entre miradas y abrazos, mientras descansaban piel con piel.

Farah ladeó su rostro sobre el pecho de su esposo con los ojos cerrados, guardando en su memoria cada sentimiento bonito y su aroma. Y fue la voz grave de Rhett la que trajo al presente.

—Estaba pensando en lo que dije antes de que entráramos a la habitación...

—Hablaste de varias cosas.

—Dije que quería hacerte el amor. Creo que eres la primera mujer a la que digo eso —el Espartaco se mostró serio, mirando el cielo de la ventana.

—Qué mentiroso, Rhett. No te creo que nunca le hayas dicho eso a alguna de esas novias que tuviste —respondió Farah entre risas.

—No estoy bromeando, mi amor —permaneció serio, y a Farah se le borró la sonrisa nerviosa de los labios—. Te lo digo en serio. Eres la primera.

Ella lo miró confundida. Era cierto que no lo podía creer, porque si alguien tuvo oportunidad de ser decir eso a alguien en la vida era él.

—Siempre fui de los tontos que decía: "Yo no hago el amor, yo cojo". Hasta me daba rabia esa expresión, "hacer el amor", y me burlaba. Pensaba que eso no existía, que era un invento de los románticos, buscando ponerle un nombre bonito a algo carnal. Pero...

Farah esperó en silencio que su esposo continuara con la mirada fija en él.

—Apenas ahora lo entiendo —afirmó él. La miró y le sonrió—. Desde que estoy contigo, siento algo aquí —se palpó el pecho—, siento tanto que no sé qué nombre darle. Tiene que ser eso, contigo hago el amor, Farah, y sí, sí existe.

Ella sonrió nerviosa porque, a pesar de ser una sencilla explicación, traía mucho detrás. Sentimientos. Cariño. Amor. Dulzura. No sabía qué decir. En realidad, su única experiencia real solo fue con él; y siempre, Farah siempre hizo el amor. Se acercó, lo rodeó por el cuello y se acurrucó entre los brazos firmes de su esposo.

—Te amo, mi amor, pero eso ya lo sabes —susurró ella al oído de Rhett.

El sueño de la tarde los venció. A los esposos se les olvidó almorzar, como si se alimentaran el uno del otro y de su amor. Como si se pudieran devorar sentimientos, caricias y besos.

Farah escuchó unos sonidos y abrió los ojos, sintiéndose atontada.

El Espartaco estaba de pie frente a la ventana, todavía en calzoncillos. Y al percatarse de que ella había despertado, se acercó y se colocó a horcajadas sobre ella. Rodeó el cuello de su esposa con ambas manos y sonrió. Pero esta fue una sonrisa que Farah nunca vio antes, como si tuviera hombre distinto frente a ella. Uno que desconocía, poseído por una motivación desconocida.

Él empezó a apretar ese delicado entre sus manos.

—¿Qué haces, Rhett? —Fue lo último que alcanzó a decir.

Entre ceja y cejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora