Capítulo 40

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Farah se detuvo en la puerta de la suite

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Farah se detuvo en la puerta de la suite. Rhett la alzó en brazos sorpresivamente, haciéndola emitir un breve grito de sorpresa y, con cuidado, se dio paso hasta una iluminada sala llena de finos detalles. La chica quedó perpleja porque cada detalle reflejaba la elegancia de la tradición parisina; los techos altos con molduras exquisitas, ventanales dobles por donde entraba la luz del atardecer con vista al lago Michigan, bordados creados por Prelle, candelabros, un pequeño piano de un fino laqueado negro y las alfombras de estilo asiático.

—Es hermosa, Rhett. Qué gran elección. Gracias... —dijo Farah con la mirada llorosa.

Rhett pensó en ofrecerle algo para beber, pero lo vencieron las ansias de poseerla, de besarla. Así que, la rodeo con unos de sus brazos por la cintura, y sin mediar palabras, porque no era necesario, y con la mirada cargada de deseo, tomó dominio de su boca en un apretado beso rodeado por inquietas caricias.

Al terminar el beso, al fin el Espartaco dijo algo:

—Quería darte lo mejor, que tuvieras las más bonitas memorias, mi amor mío.

—Créeme que las tengo —admitió ella.

—¿Te gustaría tomar o comer algo?

—Solo un poco de vino rosado. No tengo nada de hambre.

Rhett le sirvió una copa y la incentivó a tomar, pues sabía que, con la dificultad de Farah para intimar, ella necesitaba estar relajada sin sentir presiones. Por lo que siguió paso a paso los consejos del terapeuta.

Ella estaba desesperada por quitarse aquel inmenso vestido y Rhett, sin tardanza, la ayudó a desabotonar cada botón, desesperado también por deshacerse del atuendo. El Espartaco rozó la espalda de su esposa con cada movimiento, y Farah tembló, a veces, por las cosquillas que le generaron aquellos dedos inquietos, haciéndola reír.

Él se fijó en esa espalda de espaciadas pecas que lucía suave debajo de un delicado chifón. Besó el hombro de Farah e inhaló el perfume de su piel desde su cuello.

—Estos botones solo aumentan mi curiosidad —dijo Rhett, riendo—. Madre mía, ¿quién te ayudó a ponerte esto?

—La pobre Erin tuvo la labor de abotonar cada una de esas pequeñas pesadillas.

Cuando Rhett terminó el último botón, Farah sostuvo el vestido y dijo:

—Iré a cambiarme, amor.

—Con gusto te espero —replicó él.

Rhett se quitó el corbatín y desabotonó el cuello de su camisa, en tanto esperaba. Unos minutos después, al escuchar la perilla de la puerta, volteó con apuro para encontrar a una sonriente Farah, quien lucía airosa, una lencería azul marino que contrastaba con su blanca piel y su largo cabello rojo. Los grandes pechos de la chica, lucían apretados dentro de un escote pronunciado que combinaba con una braga pequeña y reveladora, y un camisón ceñido en la cintura que realzaba las curvas pronunciadas de aquel cuerpo voluptuoso.

Entre ceja y cejaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora