Islandia Capítulo 5

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Al día siguiente me levanté. Me dolían todos los músculos y a pesar de mi juventud tuve el primer enganchón de espalda de mi vida. Dormir en aquel pasillo había sido terrible. Había tenido una pesadilla detrás de la otra, rodeado de nieve y el pelo lleno de escarcha. Recogí el saco y volví a la habitación. El indio cabrón se había ido ya y no había ni rastro de él.

Salí de casa y comencé a andar, no tuve tiempo si quiera de desayunar. Se me había hecho tarde y tenía que volver a la casa principal. A los cinco minutos di de nuevo con la casa y vi un par de furgonetas aparcadas en la calle. Al lado de la puerta de entrada vi a Don Julián con sus mochilas y cara de mosqueo. Estaba allí esperando un poco apartado. Parecía que no se había atrevido a entrar.

-¿Cabronazo donde te habías metido?

-Aquí me tienes.

-Cabrón ya pensaba que me habías dejado tirado. ¡La hostia! No me cogías el  móvil y ya me veía sólo rodeado de guarros hippilongos. No veas la noche que he pasado aquí.

-Ah, ¿conseguiste sitio?

-Llegue ayer tardísimo, como a las tres de la madrugada. Una rusa cachonda me abrió la puerta en braguitas. Estaba completamente sobada y sin preguntarme ni quien era me dijo que me buscará un sitio. Estaba todo apagado y fui avanzando con mi linternita. Macho subí al piso de arriba; estaba todo lleno de polvo y trastos y la peña durmiendo por todas partes. Los que estaban en las literas tenían los brazos colgando como chorizos y no había manera de encontrar un hueco. Olia a porro y sudor que no veas y al final encontré un colchón.

-Ah menos mal. Ya pensaba que habías dormido como yo en el suelo.

- ¡Peor! Era el que nadie quería. Estaba lleno de ácaros y demás fauna que habría crecido tras los trescientos bombeos que debían haber echado en ese colchón cochambroso. Era como uno de esos colchones viejos que tienen una meada de niño que no se va ni con lejía.

-A la próxima al palace ;-). Vamos a la furgo.

Pusimos las mochilas en la maleta y subimos a la furgoneta mientras nos poniamos al día. Había gente de todas partes y de todos los colores, iba completamente llena. Nos sentamos en las plazas traseras y el conductor arrancó. Cuando me despisté Don Julián ya había abierto mi licor islandés y le había pegado un trago.

-Buah.. que asco.

-¿Que dices?- le pegué yo otro trago. Bueno esta bien.

-Madre mía como te la ha jugado la lugareña.

-Ya ves.

Don Julián miro a su alrededor.

-Dios nos han cobrado 120 pavos a cada uno de gasolina y esto va petado. Menudo negocio más redondo han hecho- concluyó Don Julián.

Una par de filas delante vi a una chica de pelo corto y rizado. Tenía ojos azules, mirada inocente y sonreía sin parar. La miré un par de veces y me sonrió de manera muy simpática. Don Julián, tras una noche de pocas horas de sueño se puso a roncar y yo me quedé también dormido. El viaje era largo, no había autovías y las carreteritas eran interminables.

Una hora más tarde Don Julián me despertó.

-Acho, mira, mira.

Nos acercábamos a una gran cascada y me la señalaba zarándeandome de la chaqueta.

-Cabrón despiértame sólo en caso de emergencia.

-No, no, que vamos a parar a hacer fotos y a parar un rato.

Nos bajamos de la furgo. La joven llevaba un forro polar gris y pronto se dirigió hacia la cascada. Adormilado traté de meterle prisa a Don Julián pero íbamos a ser inevitablemente los últimos.

-Espera, espera, que tengo que pillar el trípode del maletero.

Fuimos andando hacia la cascada y la gente empezó a sacar sus cámaras. Había nivel. Vi a un japonés con un gran objetivo y a un chico rubio con una tripode araña haciendo fotos a unas flores.

La chica del día anterior, María, estaba también por allí. De uno de los bolsillos de su sudadera azul  sacó una cámara desechable y se quedó más ancha que larga. Le acompañaba otra chica de pelo rizado y muy vivaracha. Por su físico entendía que era la pechugona de cadiz.

Camino de la cascada la gente se paraba a hacer fotos y a montar sus trípodes. El lugar era impresionante y en cuanto llegamos se formó un gran arcoíris que podía ser fotografiado de mil maneras. Me quedé al lado de Don Julián y vi a la joven de pelo corto haciendo fotos con una amiga. Al rato recogieron las cámaras y volvieron hacia la furgoneta, tenían que pasar por donde estábamos nosotros. Don Julián llevaba su propio ritmo por lo que íbamos a estar allí cuando pasaran. Se fueron acercando poco a poco y fui mirando de reojo, esperando que se acercasen. Cuando pasaron por delante nuestro le pregunté a ella qué tal habían ido las fotos. Me dijo que bien, que habían hecho muchísimas. Don Julián seguía entretenido con la cámara y aproveché para preguntarle más cosas. Era una estudiante suiza y había venido con una amiga a pasar el verano a Islandia. Después planeaba volver y comenzar su tesis doctoral sobre torres de perforación petrolífera. Me sonreía y miraba todo el tiempo mientras su amiga le metía prisa para volver a la furgoneta. Se hacía tarde.

-Genial, pues nos vemos más tarde, aún queda viaje.

-Claro, hasta luego.

Se fueron y empecé a contarle a Don Julián la conversación al tiempo que le metía prisa.

-Cabrón no puedo configurar la cámara si me hablas sin parar de tus acosos al personal.

Miré hacia la furgoneta. Nos hacían señales para que volviéramos.

-Julián, que se piran.

Volvimos corriendo. Subí a la furgoneta y mientras avanzaba entre los asientos sonreí a la chica suiza. Me devolvió la sonrisa al instante.

-Acho, esa quiere filete -dijo Julián imitando el tono de un marino mercante. 

Diario de un español en el mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora