Mi ultimo aliento ~Kacchako~

~Una heroína~

EI dolor de perder a alguien es algo que, tarde o
temprano, todos sentimos. Pero, calguna vez te has
preguntado lo que se siente perder al amor de tu vida?
Esa persona con la que compartiste cada momento
con quien sentías que todo cobraba sentido, como si
nada más importara en el mundo. Muchos dirían: "Ay,
pero solo eran novios, no es para tanto". Pero, ¿Te has
detenido a pensar alguna vez por qué, a su lado, el
mundo se siente diferente? Por qué una sonrisa suya
puede ser el único destello en tu día, por qué todo lo
que antes te parecía banal, de repente cobra un
significado más profundo, un significado que solo tú
entiendes cuando estás con él? ¿No te has detenido a
pensar que cuando te ama alguien de esa manera, no
solo te hace sentir especial, sino que transforma tu
mundo en algo mágico y único?

Eso fue lo que Uraraka Ochako, empezó a perder. Y lo
perdió en un abrir y cerrar de ojos. El destellos de lo que alguna vez fue. Había perdido todo, y con ello,
una parte de sí misma.

En la negrura de su mente, apareció una figura. Un chico alto, de ojos tan fríos como el océano, la miraba fijamente. En sus manos, sostenía una rosa negra, una flor que parecía destilar tristeza. Uraraka, sin pensar, extendió la rosa hacia ella, entregandosela, tomó la rosa y sintió cómo sus espinas le perforaban la piel. Pero no le importó.

La sostuvo con fuerza, como si fuera todo lo que quedaba de aquel amor perdido. La sangre comenzó a salir de sus heridas, tiñendo la flor y su pecho. Ella no se dio cuenta de cuánto le estaba dañando, ya que no era capaz de ver más allá que solo la belleza de la rosa dejaba ver.

Abrió los ojos y aquella rosa que en sus manos parecía inofensiva, estaba ahora bañada en sangre. No solo la flor, sino también las manos del chico que se la había entregado, ahora cubiertas de rojo. Y detrás de él, en el suelo, yacía un cuerpo de un joven que parecía dormir, pero cuya piel estaba manchada de sangre, su rostro irreconocible, la expresión de alguien que ya no estaba allí.

Fue entonces cuando la pesadilla la arrastró
completamente, y el dolor la despertó, no solo de la
oscuridad del sueño, sino de la cruda realidad de su
pérdida. Su espalda se arqueó, su corazón se rompió, y un grito desgarrador emergió de lo profundo de su garganta.

- ¡AAAAHHHHHH!

El sonido atravesó las paredes, y sus compañeras de
piso, despertadas por el terror en su voz, salieron
corriendo aterradas. Sabían lo que pasaba. No era la
primera vez. Esa semana ya era la tercera vez que
Ochako despertaba entre lágrimas y gritos, atrapada
en las garras de sus pesadillas. Nadie podía entender
su dolor, nadie podía comprender lo que realmente
sentía. Estaba sola en su sufrimiento, y ese vacío era
lo único que la acompañaba, cada noche, cada día.

Su cuerpo se retorcía en la cama como si tratara de escapar de las garras de su pesadilla. Cada vuelta era más desesperada, como si intentara huir de algo invisible, de un sufrimiento que la atrapaba con fuerza. Mina entró a la habitación al escuchar los gritos de su mejor amiga, al ver lo que ocurría, no pudo quedarse quieta. Corrió hacia la cama, sin saber exactamente qué hacer, solo deseaba que Ochako despertara.

- ¡Ocha! ¡Ocha, despierta! - gritó Mina, con la voz quebrada por la desesperación. Sus manos temblaban al tocar los brazos de su amiga, sacudiéndola suavemente, intentando que volviera en sí. Ochako seguía gritando, retorciéndose sin control, perdida en el abismo de su propia mente. - ¡Ochako-chan! ¡Por favor, escucha mi voz!

Mina tomó las manos de la castaña, aferrándose a ellas, buscando que su amiga sintiera su presencia, que la escuchara.

De repente, como si la voz de Mina hubiera atravesado la espesa niebla del sueño, Ochako dejó de gritar. La agitación en su cuerpo se calmó un poco, y comenzó a jadea con dificultad, apretando las manos de Mina como si todavía estuviera atrapada en algún rincón oscuro de su mente. Mina sintió que el aire volvía a ella, pero el dolor aún estaba presente.