Capitulo 9

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Capitulo 9: El Final en el Umbral de Orochi

Aiko avanzaba con pasos firmes, pero el peso de su destino se sentía más pesado con cada paso que daba hacia el abismo. La niebla se espesaba a su alrededor, envolviéndola como una manta fría y opresiva. A su alrededor, el paisaje era desolado, una tierra que ni siquiera los ecos de la vida habían tocado. El horizonte, oscuro como el carbón, no ofrecía consuelo. Solo la inmensa silueta de una estructura en ruinas destacaba en la distancia: el refugio de Orochi.

Era un lugar que había sido olvidado por todos, incluso por los dioses, o eso había creído Aiko hasta ese momento. Pero ahora, frente a ella, el símbolo de su sufrimiento, de la oscuridad, se alzaba imponente.

El aire estaba cargado de una tensión palpable. Aiko sentía cómo su cuerpo, a pesar de su determinación, temblaba ante la magnitud de lo que estaba por suceder. Había llegado tan lejos, y sin embargo, el final de su camino parecía inevitable. Orochi no era solo un ser, no era solo un enemigo más; era una fuerza que podría arrastrarlo todo consigo, hasta el último vestigio de esperanza.

Yami, su voz inconfundible, resonó en su mente.

—Este es el lugar, Aiko. Orochi está esperando. No puedes dar marcha atrás.

Aiko apretó los dientes. No había marcha atrás. A pesar del miedo, a pesar de la incertidumbre, ella había hecho una promesa, y no iba a rendirse.

La puerta a lo desconocido estaba ante ella. No era solo la entrada a un castillo o a un refugio. Era un portal a la mismísima oscuridad del universo, un portal que, una vez cruzado, podría significar el final para ella.

A medida que se acercaba, los recuerdos de todo lo que había vivido desde que comenzó esta travesía vinieron a su mente: su padre, su entrenamiento, los secretos que le había ocultado. El linaje de cazadores de demonios que había desconocido, su habilidad única que le había permitido sobrevivir en este mundo peligroso, pero ahora se sentía insuficiente. Orochi no era cualquier demonio. No era un ser que pudiera ser derrotado con simples cuchillos o magia.

—Yami… ¿Por qué me has acompañado todo este tiempo? ¿Por qué me has guiado hasta aquí? —preguntó Aiko, mirando al vacío, a la nada que se cernía frente a ella.

El viento que la rodeaba comenzó a cambiar, como si respondiera a su inquietud. Yami, en su forma espectral, apareció ante ella.

—Porque tú eres la clave, Aiko. Lo fuiste desde el principio. Tú no solo eres una cazadora de demonios, eres el último eslabón en una cadena de destino que conecta los tres planos. Tu linaje, tus habilidades… son el puente que Orochi necesita para alcanzar su verdadera forma. —Su voz se tornó sombría, como si contuviera una verdad demasiado grande para ser dicha.

Aiko frunció el ceño, sintiendo que algo no encajaba. Miró a Yami con desconfianza.

—¿Qué quieres decir? ¿Cómo soy yo la clave?

Yami la observó fijamente, un brillo extraño en sus ojos.

—Es sencillo. Tú… eres el sacrificio final. El último sacrificio para que Orochi pueda tomar forma en el mundo físico, un cuerpo humano con poderes divinos. Y yo... yo he sido parte de todo esto. He sido un peón de los dioses, sí, pero también he sido su protector, un guardián de la puerta a este lugar. Los dioses sabían que solo un ser con habilidades excepcionales podría abrir la puerta para Orochi. Te he guiado hasta aquí, te he hecho creer que podías derrotarlo, pero en realidad, mi única misión era llevarte hasta este punto, hasta el final de tu vida.

El corazón de Aiko dio un vuelco. No podía creer lo que estaba escuchando. Yami, su protector, su guía, había estado manipulándola todo el tiempo.

—No… —musitó, con la voz quebrada, mientras las piezas del rompecabezas encajaban en su mente.

—Sí. —Yami dio un paso hacia ella. —Los dioses, aunque no lo parezca, siempre están interesados en el equilibrio entre los planos. Y, cuando la guerra entre ellos y las fuerzas oscuras alcanzó su punto más álgido, ellos decidieron que era necesario crear un ser que pudiera atravesar los tres planos y llevar a Orochi de regreso al mundo de los dioses. Tú eras esa pieza. Tu existencia no fue una casualidad, Aiko. Tú siempre has sido parte de este juego.

Antes de que Aiko pudiera procesar toda la información, la estructura ante ellos comenzó a retumbar. El suelo temblaba bajo sus pies. Un estruendo profundo resonó desde el interior del castillo, y las puertas se abrieron lentamente, como si todo estuviera sincronizado para este momento.

Aiko miró a Yami, ahora completamente consciente de que había sido una pieza en un juego mucho más grande que ella. Pero algo dentro de ella seguía resistiéndose. No podía aceptar esto. No podía ser solo una marioneta en las manos de seres tan distantes.

—¡No voy a dejar que todo esto termine así! —gritó, su voz llena de determinación, aunque sentía que la última batalla estaba cerca.

Pero antes de que pudiera dar un solo paso hacia las puertas, un rayo de energía oscura surgió de la estructura, alcanzando a Aiko en pleno pecho. Fue como si todo su cuerpo fuera atravesado por una fuerza imparable. Cayó de rodillas, sintiendo cómo su vida se escapaba de ella.

—Es demasiado tarde, Aiko. —La voz de Yami resonó en su mente, ahora distorsionada, cruel. —No puedes escapar de lo que está por venir.

En ese instante, algo inesperado ocurrió. Yami, el protector que había sido su guía, comenzó a desintegrarse. Su forma espectral se retorció, como si fuera absorbida por la energía oscura emanando de Orochi.

—¡No! —Aiko gritó, intentando levantarse, pero su cuerpo ya no respondía. La luz se desvaneció, y todo lo que quedaba ante ella era la silueta de Orochi, su verdadero rostro apareciendo en la penumbra.

Con un rugido demoníaco, Orochi avanzó, y las últimas palabras de Yami resonaron en la mente de Aiko, antes de que la oscuridad la consumiera por completo.

—Lo siento, Aiko. Todo esto fue el plan de Orochi... desde el principio.

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