Capitulo 11

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Capítulo 11: La Verdad del Guardián

El suelo, cubierto de escombros y el eco de la batalla, ahora caía en un pesado silencio. Aiko, con el aliento entrecortado, observaba el cuerpo caído de Orochi, su gran enemigo finalmente derrotado. La furia aún latía en su interior, pero había algo más en sus ojos, algo que no podía negar: la confusión. Los recuerdos de su madre y las palabras que había escuchado en su trance seguían dando vueltas en su mente.

Fue entonces cuando una figura se acercó a ella desde las sombras. Aiko frunció el ceño, sus sentidos aún alerta, pero cuando vio la silueta familiar, su rostro se suavizó un poco, aunque la desconfianza seguía latiendo en su pecho.

Yami apareció entre la niebla que rodeaba el campo de batalla, su figura erguida pero claramente cansada. Su mirada, esa que había sido tan dura y decidida cuando la había enfrentado, ahora mostraba una mezcla de gratitud y vulnerabilidad.

Aiko lo observó, sin mover un músculo. No sabía qué pensar de él, ni de todo lo que había sucedido hasta ahora. Había estado tan cegada por la furia y el dolor que no había tenido tiempo para pensar en la razón detrás de las acciones de Yami. Y ahora, con Orochi finalmente derrotado, la verdad comenzaba a tomar forma.

—Aiko… —su voz, grave pero llena de emoción, cortó el silencio entre ambos. Yami se detuvo a unos metros de ella, los ojos fijos en su rostro. Sabía que no merecía confianza, pero aún así, debía agradecerle.

—Lo lograste… —dijo él, con una expresión que era difícil de descifrar, pero que claramente reflejaba su profundo respeto hacia ella—. No sé si alguna vez podré agradecerte lo suficiente. Tú, que me venciste, has hecho lo que nadie más pudo: destruiste a Orochi.

Aiko lo miró fijamente, sin mover un dedo. La desconfiada mezcla de rabia y dolor seguía presente, pero había algo en las palabras de Yami que la hizo vacilar. No lo entendía del todo, pero la batalla contra Orochi no había sido simplemente suya. Había sido una lucha que ambos, de alguna manera, compartían.

—Yami… —dijo, con la voz aún temblorosa—. ¿Por qué…? ¿Por qué te pusiste del lado de Orochi? ¿Por qué me traicionaste?

Yami bajó la mirada, su expresión se tornó más grave. Sabía que no tenía una respuesta fácil, pero no quería mentirle más a Aiko. No podía.

—La voluntad de Orochi… era más fuerte que la mía. Los dioses me pusieron como su guardián, pero no me dejaron libre. Era una parte de él que no era malvada, pero la fuerza de su poder me controló. —Hizo una pausa, mirando al suelo, como si su confesión fuera un peso que por fin podía soltar—. Cuando vi tu fuerza, Aiko, supe que tú eras la única que podía destruirlo. Eso me hizo salir al mundo en busca de ti. No soy tu enemigo… nunca lo fui.

Aiko lo observó en silencio, su mente dando vueltas. ¿Era eso posible? ¿Podía realmente confiar en él después de todo lo que había sucedido? La desconfianza seguía en su interior, pero sus palabras parecían sinceras. No era solo un peón de Orochi; había algo más en su historia.

Aiko dio un paso hacia él, su corazón latía más rápido de lo que le gustaría admitir. No podía ignorar lo que sentía, la conexión que había entre ellos en ese momento. Alzó la mano, y sus ojos se encontraron con los de Yami, dudosos pero llenos de una vulnerabilidad inesperada. Algo dentro de ella cambió en ese instante.

En un impulso, Aiko lo abrazó.

Yami, sorprendido por la calidez del gesto, se quedó inmóvil por un momento, como si el abrazo lo hubiera descarrilado por completo. No esperaba eso. La serpiente, a pesar de su tamaño y su naturaleza oscura, se sintió pequeña ante la demostración de cariño de Aiko.

La frialdad de su corazón, alimentada por años de aislamiento, comenzó a desmoronarse. Aiko no confiaba completamente en él, lo sabía, pero había algo en su abrazo que hablaba más que cualquier palabra. Ella no podía dejar de ser cautelosa, pero en ese abrazo, había un atisbo de entendimiento, un susurro de esperanza.

—No confío en ti… —dijo Aiko, su voz baja, pero clara—. Pero no voy a ignorar lo que hiciste. Si de verdad buscas redimirte, entonces… tendré que aprender a confiar en ti.

Yami, con el corazón golpeando con fuerza en su pecho, la abrazó con cuidado, reconociendo la vulnerabilidad de ese momento. Aunque la relación entre ellos estaba lejos de ser perfecta, y aunque las cicatrices de la batalla aún marcaban su alma, había algo en Aiko que le mostraba que había una posibilidad de redención.

—Gracias, Aiko —dijo Yami, su voz temblorosa. No estaba acostumbrado a este tipo de muestras de afecto. En su pecho, el peso de las decisiones tomadas parecía aligerarse, aunque sabía que su camino hacia la reconciliación sería largo.

Ambos se quedaron allí, abrazados, en medio del campo de batalla. El viento que había traído la tormenta de Orochi comenzaba a calmarse, y aunque no todo estaba resuelto, la furia que había acompañado a Aiko en su lucha ahora estaba rodeada por un atisbo de esperanza. Yami no era el enemigo que ella había creído, y él, finalmente, podía ver la luz después de tanta oscuridad.

Orochi había caído, pero lo que quedaba ante ellos no era solo el final de una guerra, sino el principio de una nueva era. Uno que, aunque incierto, les daba una oportunidad para reconstruir lo que había sido destruido, y tal vez, de alguna manera, sanar las heridas que los dos compartían.

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