08. Consuelo

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George y Sarah se miraban en silencio. Como en cada sesión, el espacio se llenaba con esa quietud tensa que solo ellos dos compartían. Sarah aguardaba, esperando el momento en que George rompiera el silencio. Siempre lo hacía, aunque al principio parecía reacio, como si se debatiera entre las palabras y el peso de sus emociones.

Justo cuando Sarah estaba a punto de preguntar, George habló. Su voz era baja, sin inflexión alguna, como si relatara algo trivial.

—La vi con él, en el sofá de mi casa —dijo, su mirada fija en un punto indefinido más allá de Sarah.

La terapeuta sintió un leve estremecimiento en el pecho y un pequeño gesto de preocupación surcó su rostro.

El tono inexpresivo de George resultaba perturbador, como si aquel acto de traición que describía fuera algo que observó en una película lejana y no un evento de su propia vida.

La terapeuta sintió un leve estremecimiento en el pecho y un pequeño gesto de preocupación surcó su rostro.

El tono inexpresivo de George resultaba perturbador, como si aquel acto de traición que describía fuera algo que observó en una película lejana y no un evento de su propia vida.

—¿Qué sentiste en ese momento?—le preguntó Sarah con suavidad, intentando captar algo, un atisbo de emoción en su paciente.

George guardó silencio de nuevo, y en su rostro se reflejó una extraña calma. Después de unos segundos, contestó:

—Nada, salí de casa y no volví hasta más tarde. Aunque era obvio que pasaría, la descuide y eso hace la gente cuando se sienten descuidados.

Sarah lo miró con empatía, tratando de desentrañar lo que había detrás de esa aparente indiferencia.

Sabía que debajo de esas palabras y del vacío en su mirada se ocultaba un torbellino de emociones enterradas.

—George—le dijo suavemente—. Es malo guardar lo que sientes. Reprimir las emociones puede hacer que el dolor crezca dentro de ti, hasta que se vuelva demasiado grande para soportarlo.

George mantuvo la vista en sus manos, que descansaban sobre sus rodillas. Tras unos segundos, suspiró.

—¿De qué sirve mostrar lo que siento, Sarah?—dijo, sin mirarla—. Al final, cada vez que lo hago, soy yo el que termina herido. Nadie se preocupa realmente. A nadie le importa.

Sarah notó la amargura en sus palabras. Con cuidado, trató de no apresurarse en responder; sabía que cualquier comentario equivocado podría hacer que George volviera a cerrarse.

—A veces, no se trata de que los demás lo comprendan o incluso de que reaccionen—le dijo, eligiendo sus palabras con precisión—. Se trata de darte el permiso de sentir. Tus emociones también son válidas, y no mostrar lo que llevas dentro puede hacerte sentir aún más solo.

George esbozó una sonrisa sin alegría.

—Tal vez, pero... —Hizo una pausa, como si considerara confesarle algo—. No sé, Sarah. La última vez que intenté expresar mis emociones, me dejaron solo. Me hicieron sentir que no valía nada.

Sarah lo miró fijamente, y sintió un profundo respeto por el proceso que George estaba comenzando.

Ella sabía que estaba empezando a abrirse, aunque con gran dificultad.

—¿Hay alguien en tu círculo cercano que te compranda?

George la miró, y en su mirada apareció algo diferente, una mezcla de tristeza y añoranza.

—La única persona que me comprende de verdad, Sarah, es Richard. Solo él ha podido ver al verdadero George, el que hay detrás de todo esto. Con él, no necesito fingir ni ponerme máscaras—dijo, con una honestidad que apenas lograba disimular la tensión en su voz.

Sarah asintió, captando la intensidad de las palabras de George. Había algo en Richard que le proporcionaba consuelo, una conexión que parecía ir más allá de cualquier vínculo superficial.

—¿Qué es lo que sientes cuando estás con Richard?—preguntó Sarah, sabiendo que este podría ser el camino para que George expresara lo que tanto guardaba.

George bajó la mirada, como si estuviera revisando sus propios sentimientos, decidiendo hasta qué punto podía confiar en abrirse.

—Con él... puedo ser yo mismo. No tengo que protegerme. Es como si pudiera ver a través de mí, y eso me da paz. No sé si me explico, pero con él siento que no tengo que justificarme, que no hace falta que esconda nada. Con Richard... siento que, incluso con todo lo que pasó, soy suficiente.

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—¿Qué te trae por aquí? —preguntó Richard al fin, mirándolo con una mezcla de curiosidad y una extraña satisfacción, como si intuyera que esta visita inesperada tenía un propósito.

George lo miró directamente, sopesando sus palabras antes de hablar.

—Quería verte.

Richard miro hacía la puerta y luego hacía George nuevamente.

—Sí es por lo de Eric y Pattie, créeme estoy de tu lado—intento tocar su mano.

—No es solo por ellos.

—¿Entonces..?

—Es por nosotros, te extraño Ringo.

—Sabes que lo "nuestro" fue algo del pasado, especialmente cuando tenías 15 y yo unos años más que tu.

George tomo la mano de Richard por lo completo.

—Solo quiero un poco de consuelo, Richard.

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En el silencio de la habitación, George sintió cómo la atmósfera se volvía densa, cargada de emociones que nunca había permitido salir a la superficie.

Richard lo llevó hasta el borde de la cama y, con una suavidad inesperada, sostuvo su rostro entre las manos, mirándolo profundamente, como si estuviera buscando algo que hasta ese momento había ignorado.

George no apartó la mirada; había algo en esos ojos, una especie de comprensión que le hacía sentir visto, comprendido en una forma que iba más allá de las palabras.

Richard se acercó despacio y depositó un beso suave en sus labios, uno lleno de una ternura y calma que contrastaba con la situación y el lugar.

A medida que sus labios se separaban, Richard comenzó a dejar una serie de besos delicados por el rostro de George, recorriendo lentamente sus mejillas, sus párpados y, finalmente, bajando hasta su cuello.

Cada contacto era un acto que parecía buscar sanar las heridas que ambos habían causado.

George cerró los ojos, dejándose llevar por el momento, sintiendo cómo su resentimiento y su dolor se disolvían poco a poco en aquella intimidad que nunca habían compartido antes.

Era un consuelo silencioso, uno que ambos parecían necesitar y que, de alguna forma, iba más allá de la traición o la culpa.

En el fondo, sabía que esto no borraba el pasado ni las cicatrices que les habían quedado.

Pero en ese instante, en la quietud de esa habitación y con el tacto reconfortante de Richard, George sintió que, aunque solo fuera por un breve momento, había encontrado una paz que llevaba tiempo buscando.

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Starrison mis papis.

Lamb | Starrison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora