10. Libres

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Era una noche templada en un bar escondido de Liverpool, uno de esos sitios donde la luz tenue y el jazz de fondo invitaban a relajarse y soltar las preocupaciones. George y Richard, dos amigos de toda la vida, estaban acodados en la barra, ambos con sus copas en la mano, riendo más fuerte de lo que la educación les sugeriría.

Con las mejillas sonrojadas y las palabras enredándose con la ebriedad, George levantó su copa, un vaso de whisky casi vacío, y miró a Ringo a través de sus gafas oscuras, aunque ya era casi medianoche y dentro no había mucha luz.

—¡Por nuestra libertad!—exclamó George, intentando no tropezar con sus propias palabras, y echó el whisky al fondo de su garganta.

Ringo soltó una risa profunda, una de esas carcajadas que hacían eco, y que hasta los meseros, ocupados con otros clientes, notaron.

Levantó su propio vaso con una gran sonrisa que mostraba todos sus dientes.

—¡Por la libertad!—repitió, chocando su vaso contra el de George y derramando un poco de la bebida sin preocuparse.

Pasaron los minutos y la conversación derivaba de un tema a otro sin mucho sentido. Se reían de todo: de anécdotas de gira, de los excesos del pasado, e incluso de las peleas domésticas que ahora les parecían casi graciosas, bajo el efecto del alcohol y con la distancia que la situación les ofrecía.

Sin embargo, mientras George seguía relatando una historia particularmente graciosa, notó que Ringo había dejado de reír. Su amigo estaba completamente abstraído, mirando algo detrás de él con los ojos entrecerrados. George frunció el ceño.

—¿Me estás escuchando?—preguntó, con un tono levemente molesto.

Ringo no respondió de inmediato, limitándose a señalar con la cabeza hacia la puerta del pub. Finalmente, habló, con una sonrisa que parecía de niño travieso.

—Mira detrás de ti, George.

Intrigado, pero algo irritado, George se giró lentamente. Allí, enmarcada por las sombras de la entrada y las luces cálidas del local, estaba una mujer impresionante. Alta y esbelta, su vestido rojo oscuro realzaba cada movimiento que hacía, y su chaqueta negra de cuero le daba un toque de rebeldía sofisticada.

Su cabello castaño caía en suaves ondas alrededor de sus hombros, y sus ojos azules tenían un brillo que parecía iluminar la sala.

—Por el amor de Dios, Ringo. ¿Cuántas veces has perdido la cabeza en una noche por alguien que ni siquiera conoces?

Ringo le dio un codazo ligero, ignorando el comentario.

—No digas tonterías. Es como un regalo divino, George. Mira esa entrada. ¿No te parece como si fuera sacada de una película?

—Sí, de esas que terminan mal —respondió George con sarcasmo, pero no pudo evitar esbozar una leve sonrisa.

La mujer avanzó hacia la barra, su andar seguro y elegante atrayendo miradas de todos los presentes. Ringo seguía observándola embelesado, mientras George tomaba un largo trago de su cerveza, negando con la cabeza.

—Richie, es nuestra noche.

Ringo ni siquiera le prestaba atención ya que seguía mirando a la mujer sin disimulo.

Ringo se levantó con una sonrisa de confianza y se dirigió hacia la barra, dejando a George solo en la mesa. George apoyó la cabeza en una mano, mirando la escena mientras pensaba que quizá esa noche de "libertad" sería menos entretenida de lo que había previsto.

George permaneció sentado en su mesa, tamborileando con los dedos sobre su vaso medio vacío mientras observaba a Ringo reír y conversar animadamente con la mujer en la barra.

La situación le resultaba insoportable. Habían salido juntos para pasar una noche de camaradería, pero ahora, como tantas otras veces, una mujer había capturado toda la atención de Ringo.

Con cada carcajada que veía y cada gesto de complicidad entre ellos, George sentía un calor creciente en el pecho. No era algo que quisiera admitir, pero la punzada de celos era real. No se trataba de la mujer —aunque era hermosa—, sino de cómo Ringo lo había dejado a un lado tan fácilmente.

Habían estado compartiendo historias y riendo juntos hacía apenas unos minutos, pero ahora era como si él ya no existiera.

Se sirvió un poco más de cerveza, intentando ahogar su irritación. "¿Qué tiene ella que yo no tenga?" pensó con ironía. Se corrigió mentalmente de inmediato, avergonzado de sus propios pensamientos. "No es eso... Es que una noche como esta se suponía que era nuestra. Solo nosotros."

El golpe final llegó cuando vio cómo Ringo inclinaba ligeramente la cabeza hacia ella, escuchándola con una atención que parecía reservada solo para sus canciones favoritas.

Luego, ambos alzaron sus copas y brindaron, como si se conocieran de toda la vida. George no pudo contener un suspiro exasperado y se hundió en el respaldo de la silla.

A los pocos minutos, Ringo finalmente regresó, con una sonrisa amplia y las mejillas ligeramente ruborizadas por el alcohol y la emoción. Parecía completamente ajeno al malestar de su amigo.

—¿Qué te parece, George?—preguntó, señalando hacia la barra—. Es una mujer increíble, ¿no?

George levantó una ceja, tratando de mantener un tono neutral.

—Sí, claro. Parece… encantadora.

Ringo, ignorando el sarcasmo, se dejó caer en la silla frente a él.

—Hemos estado charlando, ¿sabes? Es estadounidense, está de paso en Liverpool por unos días. ¿Puedes creerlo? Tiene un acento que... ¡Uf! No sé cómo describirlo.

—Fascinante —murmuró George, tomando un largo trago de su cerveza.

Ringo pareció no notar la frialdad en su respuesta. En cambio, continuó hablando de la mujer, de cómo le gustaba la música, de su pasión por el arte y de cómo había terminado en aquel bar.

George apenas escuchaba, cada palabra aumentando su molestia. Finalmente, no pudo contenerse más.

—Richard, se supone que es una noche nuestra. Y me dejas por una completa desconocida.

Ringo parpadeó, confundido por un momento.

—¿Eh? No, claro que no, George. Solo estaba hablando con ella, hombre. Nada más.

—Claro—respondió George, su tono cortante—. Solo hablas con ella, mientras yo me quedo aquí, hablando con mi cerveza.

Ringo lo miró con una mezcla de sorpresa y culpa.

—Ven, George, no te pongas así. Solo fue una charla. No voy a dejarte tirado.

George suspiró y apartó la mirada.

—A veces parece que lo haces. Pero olvídalo. Da igual.

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Te amamos Barbara. 💖

Lamb | Starrison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora