06. Iglesia

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Era temprano en la mañana cuando Pattie, envuelta en un delicado vestido suelto blanco, se acercó a la cama donde George seguía profundamente dormido. La luz que entraba por las cortinas proyectaba suaves sombras sobre su rostro, pero ni la suave brisa ni el murmullo del viento lo despertaban.

—George, cariño, ya es hora—dijo Pattie en un susurro, mientras lo sacudía ligeramente por el hombro.

No hubo respuesta.

Con un suspiro, lo intentó de nuevo, esta vez en voz un poco más alta.

—George, tienes que levantarte, tenemos que ir a la iglesia.

Pero su marido ni se inmutaba. El cansancio y la frustración empezaron a hacerse visibles en el rostro de Pattie. Sabía que este día era especialmente duro para él, pero no podía retrasar más el despertar. Por fin, harta de la situación, alzó la voz con fuerza:

—¡George, despierta ya!

George abrió lentamente los ojos, su mirada aún perdida en el sueño, mientras su cuerpo se tensaba bajo las sábanas.

El silencio de la habitación fue interrumpido solo por el sonido de su respiración lenta.

Pattie, viendo que había conseguido su objetivo, cambió su tono y volvió a hablar con la suavidad que la caracterizaba.

—Lo siento, amor. Es que ya tenemos que ir a la iglesia... y luego al cementerio. Hoy es el aniversario de la muerte de tu madre, Louise.

George cerró los ojos un segundo más, inhalando profundamente, mientras el dolor que llevaba dentro le quemaba. Detestaba este día con todo su ser.

Se levantó pesadamente de la cama y se dirigió al baño, donde se echó agua fría sobre el rostro.

El frío del agua lo sacudió ligeramente, pero no consiguió disipar la pesadez que sentía. Después de secarse, salió en silencio, y al ver a Pattie esperándolo, la tomó suavemente del brazo.

Ambos salieron de la casa sin decir una palabra más.

El trayecto hacia el coche fue igual de silencioso. Se subieron al vehículo y George encendió el motor. Mientras el coche avanzaba por las calles vacías, Pattie observaba a George de reojo, sabiendo que, aunque no hablara, su dolor estaba más presente que nunca.

A veces el silencio era más elocuente que las palabras.

Cuando llegaron a la iglesia, el ambiente estaba cargado de una calma solemne que contrastaba con la tormenta interna que se desataba en George.

Al bajar del coche, algunos amigos y conocidos se acercaron para saludar, ofreciendo gestos de condolencia y afecto.

Pero George, con la cabeza gacha y los ojos apagados, pasó de largo, sin siquiera alzar la vista para devolver el saludo.

Era Pattie quien, con una sonrisa forzada, asentía y agradecía en su nombre, ofreciendo breves palabras de cortesía.

—Gracias por venir... —murmuraba ella, mientras su brazo permanecía entrelazado con el de George, casi arrastrándolo hacia el interior de la iglesia.

El eco de los pasos resonaba en la nave, donde las luces de las velas proyectaban sombras temblorosas sobre las paredes de piedra.

El frío del lugar hacía que Pattie apretara ligeramente el brazo de George, buscando alguna conexión, pero él seguía inmerso en su propio silencio.

Ambos se sentaron en uno de los bancos de madera cerca del altar. La mirada de Pattie se desvió hacia la estatua de Jesús crucificado, mientras George, incapaz de hacer lo mismo, mantenía la cabeza baja, sintiendo una presión angustiante en su cuello.

Lamb | Starrison.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora