A la mañana siguiente, desperté con el peso de lo ocurrido la noche anterior presionando sobre mí. La imagen de Lucía seguía presente en mi mente, y aunque traté de mantener todo bajo control, sentía que algo había cambiado. El roce de sus labios a milímetros de los míos, su respiración acelerada... todo me decía que el juego que estábamos jugando ya no tenía vuelta atrás.
Lo peor de todo es que no sabía qué hacer con eso.
Estaba sentado en el parque cerca de la universidad, fumando un cigarro y mirando al vacío. La universidad, con toda su gente y ruido, era como una distracción sin sentido para mí. No podía concentrarme en nada, mi mente estaba atrapada en esa casa, en esa habitación, en la tensión que flotaba en el aire entre Lucía y yo.
Mi teléfono vibró, y sin pensarlo, lo saqué del bolsillo. Un mensaje de Lucía.
Mi señora sexy: ¿Hoy, a las 7? Si quieres, claro.
No había ningún "por favor", ni ningún intento de suavizar la invitación. Solo esa frase, directa, como si estuviéramos en el mismo lugar que la última vez. Como si, a pesar de la interrupción de Claudia, nada hubiera cambiado. Como si ambos supiéramos que el límite ya estaba borroso, desvanecido.
No respondí de inmediato. Pensé en las consecuencias, en lo que podía significar. Pero después de unos minutos, me encogí de hombros, como si al final no importara lo que sucediera.
Yo: "Claro. A las 7."
Guardé el teléfono sin más, y aunque no lo admitiera, algo dentro de mí se despertó. La idea de verla de nuevo, de estar allí sin filtros, sin excusas, me provocaba una mezcla de ansiedad y excitación que no podía ignorar.
A las 7 en punto, la puerta se abrió sin que yo tuviera que tocar el timbre. Lucía estaba allí, como siempre, con esa mirada de quien sabe exactamente lo que está pasando, pero aún no quiere reconocerlo. Su expresión no era sorprendida, solo esperaba. Como si ya estuviera anticipando lo que iba a suceder.
—¿De nuevo tú? —dijo con un tono que era más suave de lo que intentaba parecer.
—¿Te molesta? —respondí, directo, desafiándola con mis ojos.
No hubo respuesta inmediata. Solo una sonrisa pequeña y una leve sacudida de cabeza.
—No. Pero ya sabes lo que viene con todo esto —dijo, y sus palabras fueron como un aviso, como una invitación a cruzar la última frontera que había entre nosotros.
No podía resistirme. No quería. Me acerqué a ella sin decir una palabra, y vi cómo su respiración se volvía más pesada a medida que lo hacía. Estábamos demasiado cerca. Y el espacio entre nosotros se volvía irrespirable. La tensión era palpable, densa, casi dolorosa.
Sin pensarlo más, la tomé por la cintura y la atraje hacia mí. Ella no hizo nada para detenerme, y eso fue lo que más me sorprendió. Ella podía haberse apartado, podía haber dicho algo, pero no lo hizo. En lugar de eso, sus ojos se cerraron brevemente, como si dejara que la oscuridad del momento la envolviera. Entonces, mis labios se encontraron con los suyos.
El beso no fue suave. No fue lento ni lleno de promesas dulces. Fue feroz, urgente, como si ambos hubiéramos estado esperando este momento desde el principio, aunque ninguno de los dos se atreviera a admitirlo en voz alta.
Ella reaccionó inmediatamente, correspondiendo con la misma intensidad, como si todo lo que había entre nosotros hubiera estallado en ese instante. Mi mano se deslizó por su espalda, acercándola aún más, y sentí su cuerpo temblar ligeramente. Pero no importaba. No nos importaba nada más que eso.
El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mi trance. De nuevo, esa voz familiar.
—¡Mamá, ya llegué! —era Claudia, entró sin notar lo que estaba pasando, pero el daño ya estaba hecho.
Lucía me empujó suavemente, apartándose de mí con rapidez. Y ahí, en ese segundo, todo volvió a la normalidad. El aire dejó de estar cargado de electricidad, y la realidad, esa realidad que habíamos estado evitando, se coló entre nosotros como un susurro.
Claudia no nos miró de inmediato, y Lucía, aún algo desordenada, trató de mantener la calma. Yo solo la observaba, mi cuerpo todavía cargado de adrenalina, mi mente procesando lo que acababa de suceder.
—¿Qué tal estuvo la universidad, cariño? —preguntó Lucía, intentando devolver la normalidad a la conversación, pero la incomodidad en su voz era obvia.
Claudia no sospechó nada. Pero yo sí. Yo sí sabía lo que acababa de pasar, y no había marcha atrás. El momento había llegado, y aunque no lo dijéramos, lo sabíamos. La línea que habíamos cruzado entre lo correcto y lo prohibido ya no se podía borrar.
Después de un rato, me despedí rápidamente de ambas, sin decir una palabra más. Sabía que este asunto iba a seguir, que este juego entre Lucía y yo estaba lejos de terminar. Y aunque me maldijera por lo que estaba haciendo, no podía evitarlo. Algo en mí necesitaba seguir adelante. No podía quedarme atrás.
Porque, al final, lo que había comenzado con una simple mirada había evolucionado en algo mucho más peligroso, y no había forma de detenerlo ahora.
Uy, no sé ustedes, pero yo definitivamente sentí esa chispa y esa tensión entre los protagonistas. Aquí parece que la llama va a encenderse más y más con cada momento.
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"Entre el silencio y el deseo"
RomanceCuando conocí a Claudia, jamás imaginé que mi vida tomaría un giro tan oscuro y complicado. Ella lo tenía todo: inteligente, divertida y llena de energía. Estar a su lado me hacía sentir completo... al menos, eso pensaba. Pero el destino, con su nat...