Capítulo 8: En la cuerda floja

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Al día siguiente, todo parecía increíblemente normal. Claudia me envió un mensaje por la mañana, invitándome a ir a la cafetería con ella por la tarde, pero la verdad es que no tenía ganas de estar con nadie. Mi mente seguía atrapada en ese beso, en las miradas rápidas con Lucía, y cómo, a pesar de todo, algo en mí seguía ansioso por más.

El juego había cambiado. Ya no era una simple atracción. Había algo más, algo peligroso, que me empujaba a seguir adelante, incluso sabiendo que era una locura. Lucía me había marcado de alguna manera, y la sensación de estar jugando con fuego me excitaba de una manera que no podía ignorar.

Esa tarde, cuando decidí salir a dar una vuelta con los chicos, me sorprendió ver que mi novia me estaba llamando, pero no era para quedar.
Princesa: ¿Te pasa algo? Estás raro hoy.
Me preguntó directamente, sin siquiera un "hola". La típica preocupación de novia, como si lo que realmente importara fuera que no estaba siendo yo mismo. La verdad, era complicado explicarle que mi mente estaba obsesionada con su madre. Así que, para evitar más preguntas, decidí responderle de manera breve.
Yo: Primero, hola. Y segundo, nada, solo cansado. Te veo luego.
Dije, terminando rápidamente la llamada.

No la veía desde la última vez en la que nos encontramos con Lucía, y la verdad, no me apetecía verla. Sabía que, si Claudia estaba cerca, las cosas entre Lucía y yo iban a volverse aún más complicadas.

Pero no podía alejarme de esto.

Esa noche, sin esperarlo, el teléfono vibró en mi bolsillo, vi que era un mensaje de Lucía.

Mi señora sexy: "¿Pasas por aquí otra vez? Creo que esta vez deberíamos hablar."

Esa frase me hizo sentir como si el suelo se abriera debajo de mí. No tuve tiempo para reflexionar. La respuesta simplemente salió de mí.

Yo: "A las 7. Contando los minutos."

Aunque traté de mantenerme tranquilo, sabía lo que venía. Lucía no quería solo hablar, y yo tampoco. El deseo estaba ahí, al borde, como una cuerda floja que nos mantenía en tensión.

Llegué a su casa antes de lo previsto. El aire estaba cargado, y al tocar el timbre, sentí el mismo cosquilleo recorrerme la columna vertebral. No era como antes, cuando todo era un juego. Esto era otra cosa, algo más profundo.

Ella abrió la puerta sin decir nada, dejándome entrar. No hubo sonrisas ni palabras, solo una mirada llena de intenciones. El silencio entre nosotros era tan pesado que podía escuchar el latido de mi corazón. Estábamos en sintonía, caminando por la misma línea peligrosa, y ya no había forma de retroceder.

—Tienes algo que decirme, ¿no? —le dije, directo, sin rodeos. Ella me miró fijamente, sus ojos intensos, observando cada uno de mis movimientos.

—Lo sabes —respondió, su voz suave, pero firme. No se andaba con rodeos.

Sin pensarlo más, me acerqué a ella, hasta quedar a unos centímetros. Sentí cómo su respiración se entrecortaba, y eso me excita aún más. La tensión entre nosotros era tan evidente que parecía que cualquier gesto de uno de los dos podría desencadenar una explosión.

—No sé por qué, pero no puedo dejar de pensar en ti —dije, casi en un susurro, mientras la observaba. —Esto no es solo un juego, Lucía. Sabes que lo siento, sabes lo que está pasando entre nosotros.

Ella no respondió de inmediato. Pero podía ver cómo sus ojos vacilaban, como si estuviera luchando consigo misma. El deseo estaba allí, tan cerca de romper la barrera, pero por alguna razón, ella no daba el paso definitivo.

—Tú... no sabes lo que estás diciendo —respondió, pero no con convicción. Su voz tembló, y su cuerpo estaba tan cerca del mío que podía sentir su calor. Fue una fracción de segundo, un movimiento casi imperceptible, pero lo vi. Ella quería dar el paso, solo que algo la frenaba.

—Lo sé perfectamente —respondí, tomando su rostro entre mis manos, atrayéndola hacia mí. Esta vez no había excusas, no había nada que nos pudiera detener. Sus labios encontraron los míos en un beso feroz, lleno de una urgencia que me quemaba por dentro.

Lucía reaccionó al instante, sus manos se aferraron a mi camisa, tirando de mí con la misma desesperación que yo sentía. La sensación de tenerla tan cerca, tan entregada, me hizo perder cualquier sentido de racionalidad.

Los minutos pasaban y no queríamos detenernos. Mis manos recorrían su espalda, sintiendo el calor de su piel a través de la tela. Pero en el fondo, algo seguía haciendo ruido en mi cabeza. La realidad era que, en el momento en que cruzamos esa línea, las consecuencias no iban a ser fáciles de manejar.

El sonido del teléfono de Lucía interrumpió nuestro momento, pero ni ella ni yo nos apartamos. Sabíamos lo que estaba pasando. Sabíamos que este era el punto sin retorno.

Lucía se separó levemente, mirándome con una mezcla de deseo y algo más, algo que parecía mucho más profundo que lo físico. La conexión entre nosotros ya no se podía negar.

—Esto va a cambiar todo —susurró, su voz cargada de significado.

—No me importa —respondí, mi mirada fija en ella, sin apartarme. Porque, en ese momento, lo único que sabía era que no podía detenerme.

Este juego entre ella y yo ya había comenzado, y no importaba quién estuviera en medio. La tentación, el deseo, todo lo que nos había llevado hasta aquí nos empujaba a seguir. Ya no quedaba lugar para arrepentimientos.

"Entre el silencio y el deseo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora