Después de cinco días de lo sucedido con Lucía, al despertar temprano, revisé mi teléfono. Un mensaje de ella: "Nos vemos hoy, ¿verdad?". Claro, ya no había forma de echarme atrás. Habíamos cruzado una línea invisible, y aunque mi corazón latía con una mezcla de adrenalina y culpa, algo dentro de mí sabía que no quería dar marcha atrás. No quería.
"Claro. A las 11." Respondí sin pensarlo, como si las palabras ya hubieran salido solas. Sabía lo que vendría después, la misma tensión en el aire, el mismo calor recorriéndome cuando estaba cerca de ella. Era una necesidad que no podía sacudir.
A las 11 en punto, estuve ahí, frente a su puerta. Ya no había nervios, solo la familiaridad de un juego del que no quería escapar. La puerta se abrió sin sorpresa alguna, y Lucía estaba allí, vestida con algo sencillo, pero tan sensual que, por un momento, casi se me olvidó cómo respirar. Esa mujer tenía un magnetismo único, una forma de moverse que me derretía por dentro. No podía ni mentir al respecto: me sentía completamente atrapado.
—¿Te tomas tu tiempo para llegar, o simplemente no tienes prisa? —dijo con una sonrisa cargada de picardía mientras me observaba, la puerta abierta detrás de ella. No estaba jugando a ser indiferente. No quería esconder lo que había pasado entre nosotros, lo que ya había crecido y que, aunque no lo dijéramos en voz alta, ambos sabíamos que era innegable.
No respondí de inmediato. Simplemente la miré, mi cuerpo ahora tan cercano al suyo que podía oler su perfume. La atracción era tan fuerte que ya no importaban las reglas ni las consecuencias.
—Creo que no tengo prisa por nada —respondí con una sonrisa desafiante, acercándome aún más. Aun cuando su mirada se mantenía cautelosa, había un destello en sus ojos que no podía negar: ella quería lo mismo.
Pasaron unos segundos en los que ninguno de los dos se movió. La tensión estaba tan cargada que sentía que cualquier roce, cualquier palabra, sería la chispa que prendería el fuego entre nosotros.
Finalmente, no pude más. La tomé por la cintura y la atraje hacia mí, sin pensarlo, sin decir una palabra más. El roce de sus labios contra los míos fue como un estallido, algo que ya venía anticipando, pero que aún me desbordó. Sus manos se aferraron a mi camiseta, tirando de mí para acercarnos aún más, y yo respondí con la misma necesidad. No había ningún lugar en el que quisiéramos estar más que ahí, en ese momento, juntos. La conexión era tan visceral que todo lo demás desaparecía.
Ella, en su forma única, se apartó ligeramente, pero no lo suficiente. Sus ojos no me dejaban ir.
—Esto... —empezó, pero no terminó. Sabía que estaba luchando contra algo dentro de sí misma. Yo también lo hacía. Pero la necesidad que compartíamos era más fuerte, y todo lo que hacíamos se sentía como un paso inevitable hacia algo que ninguno de los dos se atrevía a verbalizar.
—No digas nada. Solo... —dije, con la voz baja, cargada de deseo. Sin dejarla responder, me incliné hacia ella, besándola nuevamente, con más intensidad. Esta vez no había juegos. Era pura necesidad, pura pasión.
Cada roce, cada movimiento, solo aumentaba la tensión, y no podía dejar de pensar en el hecho de que todo esto estaba mal. Claudia estaba fuera, ajena a lo que realmente ocurría en la casa de su madre, y aunque sabía que había consecuencias, no podía evitarlo.
La habitación, ya conocida, se volvía aún más intensa con cada segundo que pasaba. Estábamos atrapados en un torbellino de deseo y emociones encontradas. Ninguno de los dos quería parar, pero algo en el fondo de mi cabeza seguía diciéndome que teníamos que poner un freno.
Lucía se separó lentamente, pero esta vez no fue un simple distanciamiento físico. Fue como si hubiera llegado a un punto de no retorno, donde las palabras ya no importaban y las decisiones ya no tenían espacio.
—Esto... va a traer problemas, sabes —susurró, y en sus ojos pude ver que ella también lo sabía. Ya no podía negar lo que sucedía entre nosotros.
—¿Y qué? —respondí con una sonrisa desafiante. —¿No te excita más la idea de que no podemos parar? ¿De qué lo estamos haciendo sin importar nada más?
No pude leer sus pensamientos, pero su respiración acelerada decía todo lo que necesitaba saber. Aunque estaba consciente de lo que estaba en juego, no podía retroceder. No después de todo lo que había pasado, no después de cómo me sentía cuando ella estaba cerca.
Nos miramos durante unos segundos que se sintieron como una eternidad, y en ese instante, las palabras sobraron. Nos fundimos en otro beso, tan fuerte como el primero, pero más cargado, más urgente. La línea que habíamos cruzado ya no tenía vuelta atrás.
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"Entre el silencio y el deseo"
RomanceCuando conocí a Claudia, jamás imaginé que mi vida tomaría un giro tan oscuro y complicado. Ella lo tenía todo: inteligente, divertida y llena de energía. Estar a su lado me hacía sentir completo... al menos, eso pensaba. Pero el destino, con su nat...