CHAPTER 2: Green Eyes And Babies

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Todo el mundo conocía las leyendas de otros mundos donde los ojos verdes eran tan comunes como los marrones oscuros, grises, hazel, azules y dorados, igual que los suyos. Ojos verdes que ocultaban secretos, algunos inofensivos y otros peligrosos.

Según informes, en su mundo, en la actualidad solo había 4 personas con ojos verdes. Y Adrián las conocía a todas. Sin embargo, delante de él estaba sentado un alto e increíblemente apuesto hombre... de ojos verdes. Y aunque las personas de ojos verdes ya no eran perseguidas oficialmente, sí eran observadas de forma extraoficial.

La última persona de ojos verdes exterminada, 100 años atrás, había poseído el don del fuego y lo había usado discriminadamente, asesinando niños y ancianos. En la actualidad, los niños y los ancianos escaseaban, por lo que eran cuidados en centros especiales.

—Hola, soy Tom —dijo el joven hombre de ojos verdes, con una sonrisa sincera.

—A... Ah, Sly —se presentó, sorprendido consigo mismo, porque por primera vez en su vida, había estado a punto de dar su verdadero nombre.

Los miembros de la agencia de Protección contra lo Sobrenatural a la que pertenecía, o PS como eran conocidos mundialmente, jamás daban sus nombres... ¡Jamás!

—Oh, por Dios, ¿dónde dejamos nuestros modales? Yo soy Marta, y él es mi esposo, Morris —dijo la mujer, al escuchar la presentación entre ellos.

—Son nuestros M&M —dijo Tom, riendo—. ¿Estás perdido? —preguntó, pasando a mirar a Adrián con mirada traviesa y sonrisa simpática.

Adrián tuvo que tragar varias veces para poder contestar. La risa de Tom había despertado emociones desconocidas en su ser.

—En realidad, estoy buscando trabajo —contestó Adrián, observando cómo el grandulón atendía a los bebés con ternura. Era una extraña mezcla de fuerza y delicadeza—. ¿Solo tienen dos bebés en el orfanato? —Había mirado a su alrededor mientras caminaba hacia la mesa y calculado que los demás niños tenían de 4 a 16 años.

Tom asintió, sacando a uno de los bebés de su asiento para darle unas palmadas en la espalda. —Llegaron aquí con pocos días de nacidos, y los adopté. —Besó la cabecita del pequeño en sus brazos.

Adrián masticaba distraído, observando al atractivo hombre cuando... —¿Ojos verdes?

—¿Te refieres a mí? —preguntó Tom, con un tono pícaro.

—Al bebé —señaló Adrián, tras sentir unas cosquillitas en su interior, sonriendo sin poder evitarlo. Algo en ese hombre lo invitaba a sentir... felicidad, esperanza.

—Comprueba por ti mismo —dijo Tom, volteando al pequeño en sus brazos, que no le prestó la más mínima atención al desconocido, antes de regresarlo a su asiento y sacar al siguiente... que resultó ser una niña.

Para sorpresa de Adrián, cuando lo vio, la pequeña sonrió y le tendió los brazos.

—Oh, no me esperaba eso —murmuró Marta, sorprendida—. Esos niños jamás se despegan de su padre.

Sin embargo, Tom sonrió y se levantó un poco en su asiento para colocarla en los brazos de un desprevenido Adrián.

—¿Qué-qué haces? Se me caerá. —Adrián miró espantado el pequeño bulto sonriente de ojos verdes entre sus brazos.

—¡Qué va! Eres un natural —dijo Tom, sonriendo ampliamente.

—¿Un qué? —Adrián lo miró, bajando la vista deprisa. No se atrevía a despegar los ojos de la niña por mucho tiempo, no fuera a ser que se le cayera.

—Natural —repitió Tom, volviendo a coger en sus brazos al niño—. Ella es Samantha, pero todos le decimos Sammy. Y este es Benjamín, pero todos le decimos Ben.

Adrián miró de la niña al niño. —¿Son hermanos?

Tom asintió. —Es lo único que sabemos de ellos. En la canasta donde los dejaron, bien envueltos afortunadamente, había una nota que decía que eran hermanos y que por favor no los separáramos.

Adrián asintió, mirando de nuevo a la niña. —Es el primer orfanato que veo. Ni siquiera sabía que aún existían. ¿Por qué no están todos estos niños en los centros especiales?

Tom se encogió de hombros. —¿Por qué habrían de estarlo si aquí tienen lo mismo que allá: techo y comida?

—Tienen más —gruñó Morris.

Adrián seguía con gran interés la conversación, esperando captar alguna señal de la procedencia de la magia. Los ojos verdes de Tom lo hacían el principal sospechoso. Sin embargo, los bebés también tenían ojos verdes, y sabía que algunos niños con magia, no sabían controlarla. Pero no podía centrarse en ellos solamente, porque no todos los poseedores de magia tenían ojos verdes. Aquello era... desconcertante.

—Papá... —Tom miró a Morris, sonriendo.

—Sabes que es verdad, hijo. En esos centros, no les dan amor —añadió Marta.

—Lo sé, mamá. —Tom asintió, pasándole el niño a su madre, cuando ella terminó de comer, para poder comer él.

Adrián miró de la pareja de adultos a Tom. —¿De quién sacaste los ojos verdes?

Tom sonrió, travieso. —De mis padres biológicos, supongo.

—¿Eres adoptado? —Eso explicaba por qué no se parecía en nada a la pareja.

—Thomas llegó aquí de días de nacido, igual que sus hijos. Nos encariñamos con él, por lo que lo adoptamos —explicó Morris.

—Desde siempre ha tenido una sonrisa en los labios, buena disposición para ayudar y... —comenzó Marta, con amor.

—Mamá... —Tom se rio, avergonzado.

—Fuerza de toro —concluyó Morris, con orgullo.

—Dijiste que buscas trabajo —dijo Tom, intentando desviar la conversación de su persona.

La sonrisa de Adrián mostraba complicidad. Sabía lo que Tom intentaba, y por alguna extraña razón, quiso ayudarlo.

—Así es. Llevo dos meses desempleado y varias semanas en la calle. —Se encogió de hombros.

—¿Qué hacías antes? —preguntó Tom, prestándole toda su atención, a pesar de que estaba comiendo.

—De todo un poco —dijo vagamente.

—Entonces, ¿no le tienes miedo al trabajo? —Tom lo miró con una gran sonrisa.

—No, ninguno —confesó, aunque el otro no sabía cuán cierto era eso.

—Perfecto. Siempre necesitamos manos extra en las cosechas.

—Hijo... —comenzó Morris.

—Lo sé, papá. —Tom miró de su padre al hombre de ojos dorados—. No podemos pagarte, pero podemos darte una habitación, 3 comidas y 3 meriendas. Ah, además, ropa y calzado en buenas condiciones.

—Gracias, es más de lo que tengo ahora —mintió Adrián, descaradamente.

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