Tom regresó al comedor a tiempo para ayudar a distribuir los niños en las diferentes áreas: arte, matemática, ciencia, historia, música, español y deportes.
Después, pasó a reemplazar las bombillas fundidas y ajustar las bisagras flojas. El orfanato tendría más años que él y sus padres juntos, no habría nada lujoso en su interior, pero aún así, Tom lo amaba.
Cuando sus padres adoptivos lo habían rescatado delante de los portones viejos y enmohecidos, su magia había recorrido el lugar y decidido apoderarse del área. Tom no se quejaba. La antigua casa era lo bastante grande como para alojarlos a todos cómodamente, y su terreno lo bastante grande como para permitirles sembrar y cosechar sus alimentos.
No había nada que se le escapara dentro de esos portones, nada. De hecho, lo que se le escapaba era porque él lo permitía. No deseaba vivir leyendo los pensamientos de los demás, por lo que los bloqueaba. Solo leía sus auras a diario, y solo porque no era un recurso invasivo.
Sin embargo, cuando llegaban desconocidos a su hogar, su magia pasaba de leer sus auras a leer sus mentes, almas y corazones. Justo como había hecho minutos antes en la habitación de Adrián. Desde la llegada de sus hijos, su magia era más celosa, posesiva, protectora.
Como si hubiera sido ayer, Tom podía recordar la medianoche en que los pequeños llegaron al orfanato, y por ende, a su vida. Como todas las noches, se había ido a dormir a las diez, pero no había logrado conciliar el sueño. Por alguna razón, se había sentido inquieto, y había atribuido su inquietud a la intensa lluvia que caía.
Cuando a las doce en punto su magia lo había urgido a que se levantara y caminara hasta los portones, jamás hubiera pensado que hallaría un par de bebés bajo la lluvia. Mucho menos, que su magia reconocería la magia de los pequeños como de su propiedad. Sammy y Ben no serían sus hijos biológicos, pero provenían de la misma línea de magos.
Con la típica sonrisa que ponían sus hijos en sus labios, entró a la pequeña oficina donde sus padres lo esperaban.
—¿Y bien? —preguntó Morris.
—¿Dónde está? —preguntó Marta, a su vez.
Tom se dejó caer en el sofá, delante de las sillas que ocupaban sus padres, subiendo los pies en el borde del escritorio.
—Se está duchando —contestó, conociendo la cadena de preguntas que seguirían.
—¿Está vivo? —La voz de Morris mostraba sorpresa.
—Entonces, no es peligroso. —La voz de Marta en cambio mostraba alivio.
—Lo es, y mucho —les aclaró.
Tanto Marta como Morris se enderezaron en sus asientos.
—No entiendo... —comenzó Marta, llevándose una mano al pecho, preocupada, confundida.
—¿Por qué sigue vivo? —Aunque el rostro de Morris también mostraba preocupación, ganaba el instinto protector.
—Tranquilos —susurró Tom, dejando que su magia los serenara.
Marta y Morris poseían magia, aunque en un nivel más básico. De hecho, había sido sus magias las que habían respondido al llamado de la magia del bebé Tom cuando había sido abandonado delante de sus portones.
Ellos le contaban a Tom, sin saber que él recordaba exactamente cada momento de su vida incluyendo el de su nacimiento, que había llegado a sus vidas un mediodía lleno de actividad. Y que de no haber sido porque ellos habían sentido un extraño llamado a caminar hasta el portón, lo cual reconocieron como un llamado mágico, quién sabe si Tom hubiera sobrevivido al candente sol de aquel verano.
Cuando Tom sintió que estaban más sosegados, pasó a explicarles.
—Adrián es exterminador... —Levantó la mano para detener sus preguntas, sus inquietudes, pidiéndoles con ese gesto que, por favor, lo dejaran terminar de hablar—. Ha cometido crímenes atroces, pero... —Y era ese pero el que le había salvado la vida a "Sly".
Su magia mataba al instante a todo el que consideraba una amenaza para los niños bajo su cuidado, para su hogar, para su propiedad.
—Pero en el fondo de su alma, es un ser solitario que añora compañía... —«Y no de la que está acostumbrado para satisfacer su necesidad física», concluyó en su mente—. Encontrar una razón para vivir. Actualmente, no vive, solo cumple con la misión para la cual fue engendrado —concluyó.
—Maldición —gruñó Morris.
—Pobre criatura —susurró Marta, en plan maternal—. Entonces, es uno de esos niños.
Tom asintió. Todos conocían la existencia de los niños engendrados para ser "soldados" del planeta. Niños que jamás habían conocido el calor de un abrazo materno ni la sabiduría de los consejos paternos. Niños que habían sido criados en instalaciones bélicas.
—¿Estás seguro? —insistió Morris.
Tom asintió. Marta y Morris se miraron, y luego lo miraron, con el ceño fruncido.
—¿Qué lo trajo aquí?
—¿Viene por ti?
El matrimonio preguntó a la misma vez.
—Viene tras un rastro de magia —contestó Tom.
—Pero somos tan cuidadosos... —murmuró Marta.
—Sammy y Ben aún no controlan completamente su magia —les recordó Tom.
—Oh, Dios... No podemos dejarlo que se acerque a los niños. —Marta se levantó, atemorizada.
—Por el contrario, eso es precisamente lo que necesita. —Tom se levantó y la abrazó—. Sabes que jamás permitiré que lastimen a nadie; en especial, a mis hijos. Además, ¿viste cómo Sammy se fue a sus brazos?
—Sí, fue extraño —murmuró Morris.
Marta miró a su esposo y a su hijo, asintiendo.
—Le coloqué a Ben en los brazos y lo dejé solo con los dos en su habitación. La magia de los niños lo evaluó y no lo atacó. —Tom sonrió, orgulloso de sus pequeños. Ellos eran definitivamente como él.
—¿Tendrá un tiempo de prueba? —Morris hizo la pregunta obligada.
—Lo tendrá. Si en un mes aún insiste en buscar la fuente de esa magia, entonces... —Tom no necesitaba concluir la oración.
Marta y Morris asintieron, y caminando a su lado, salieron de la oficina.
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SPARK OF MAGIC
FantasyAdrián Sloane, exterminador de seres sobrenaturales, va tras las pistas de un chispazo que aparece esporádicamente en las montañas de un país lejano, sin levantar sospechas hasta que llega un agente recién graduado a la agencia y les señala que lo q...