CHAPTER 1: Is it An Orphanage Or Something More Sinister?

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Cuando ese frío día de invierno Adrián detuvo su coche en las coordenadas enviadas, encontró un orfanato que había visto días mejores.

Con el ceño fruncido, sacó su celular y llamó a su contacto.

—¿Estás seguro de que esas son las coordenadas correctas?

—Lo son. ¿Por qué preguntas?

—Es un orfanato. Tenía entendido que ya no existían —comentó, observando un lugar que debería haber sido cerrado 60 años atrás, por escasez de niños en las calles y por la creación de centros especiales en todos los países.

—Dame un segundo.

Adrián escuchó a su contacto teclear con rapidez.

—No aparece información alguna al respecto, pero puede que siga abierto porque no dejan de llegarle niños. Al parecer, no todos son enviados a los centros especiales.

—¿Padres rebeldes? ¿hippies? ¿disidentes? —preguntó Adrián.

—Quizá... O es una pantalla para algo más siniestro —sugirió su contacto.

—Lo investigaré. Llamaré con mi informe en un par de días —dijo Adrián, confiado en que como siempre le tomaría menos de una semana completar su misión.

Se alejó del orfanato para ocultar el coche de lujo de alquiler y poder cambiarse de ropa. Tenía que crearse una nueva personalidad, una acorde a las circunstancias que quería recrear para lograr acceso al lugar.

En un callejón, estacionó el coche entre dos contenedores industriales de basura. Se trasladó al asiento posterior y cambió su ropa y calzado de diseñador por unos harapientos; añadió sucio a su rostro, cuello, brazos y manos, agradeciendo no haberse rasurado en varios días por falta de tiempo; despeinó su cabello; y tras mirarse en el espejo, salió del coche.

Mientras caminaba hacia el orfanato, rogó no tener que exterminar a un niño porque jamás lo había tenido que hacer. Sin embargo, si tenía que hacerlo, lo haría, pensó mientras traspasaba aquellos grandes y mohosos portones. Era su trabajo; era para lo que había sido entrenado desde pequeño.

Un hombre, al que le calculó unos 60 años, abrió la puerta principal.

—Estoy buscando trabajo —dijo Adrián, a modo de saludo.

—No hay plazas disponibles —refunfuñó el hombre, comenzando a cerrar la puerta.

—¿Quién es, querido? —preguntó una mujer, más o menos de la misma edad, asomándose por encima del hombro del hombre.

—Buenos días —saltó Adrián, sin darle oportunidad al hombre a contestar—. Estoy buscando trabajo. Llevo tiempo desempleado. —Gracias a su cambio de ropa y demás detalles añadidos a su persona, lucía como alguien que llevaba semanas en la calle.

—Ya le informé que no tenemos plazas disponibles —argumentó el hombre, con las claras intenciones de cerrarle la puerta en la cara.

—Querido, jamás hemos despachado a nadie sin alimentarle primero —le recordó la mujer, sonriéndole a Adrián—. Pase, pase.

—Querida... —comenzó el hombre.

—Sabes lo que dice Thomas: Si hay alimento para 40 bocas, siempre habrá para una más.

Reacio, el hombre dejó pasar a Adrián.

Adrián notó que el lugar, aunque obviamente viejo, lo mantenían limpio y en buenas condiciones. No había lujos ni exceso, solo lo necesario.

En el comedor, observó que los pocos adultos presentes, todos mayores de 40 años, controlaban eficazmente la gran cantidad de niños presentes.

Para integrarse, agarró una bandeja con comida humilde pero nutritiva, siguiendo el ejemplo de la pareja anfitriona, y caminó detrás de ellos hasta una mesa.

Mesa que, según se iba acercando, pudo observar que estaba ocupada por otro adulto de espalda amplia y fuerte. Este adulto era más o menos de su edad, pero mucho más alto. No tenía que estar de pie para confirmar ese hecho por cómo sus anchos hombros y cabeza de cabellos castaños sobresalían.

—Estos son los más jóvenes —anunció la mujer con una sonrisa, sentándose junto al hombre que le había abierto la puerta, y que supuso era su esposo.

Adrián se sentó del otro lado de la mesa, junto al esposo de la mujer, y al levantar la mirada, descubrió 3 cosas: que el joven hombre sentado delante de él estaba alimentando 2 bebés (en sus respectivos asientos, sobre la mesa), que era el tipo de hombre que le atraía física y sexualmente, y que tenía ¡ojos verdes! Ese último detalle lo descolocó completamente.

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