CHAPTER 5: A Handsome Man Under An Ugly Costume

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Adrián salió de la habitación, donde había dejado su ropa sucia en el cesto, y se abotonaba la camisa, preguntándose si Tom se había olvidado de él.

—Vaya, te ves bien cuando te arreglas.

Adrián se sobresaltó y levantó la mirada de golpe, al escucharlo.

—No te escuché llegar —señaló—. Para alguien de tu tamaño, tus pasos no se sienten... Pareces gato.

Lo que no sabía Adrián era que Tom estaba real y gratamente asombrado. Porque, a pesar de haber visto en su mente a Adrián actuando como exterminador, no había visto su versión "común". Delante de Tom, con la cabeza baja, terminando de abotonarse la camisa, estaba un atractivo hombre de cabello tan dorado como sus ojos. Sin la barba y la suciedad, se podía percibir su piel sana y bronceada. Y tras la ropa humilde, surgía su excelente figura.

Adrián escuchó a Tom reírse, y volvió a recorrerlo esa extraña sensación de... ¿anhelo?

—Eso me dicen unas diez veces al día. Ven, te mostraré la huerta.

Adrián asintió, bajando la escalera a su lado.

—¿Dónde están todos? —preguntó, mirando a su alrededor.

No tenía conocimiento de cómo era la dinámica en los orfanatos del pasado, pero en aquel todo era ordenado y extrañamente tranquilo, a pesar de las risas y voces de los niños que traía el viento.

—Los niños en sus respectivas clases, y los adultos en sus respectivas labores —explicó Tom, llevándolo hacia la parte posterior de la casa—. Comenzarás en la huerta.

—De acuerdo. —Adrián asintió, reconociendo segundos después que la huerta que había imaginado no le llegaba a los pies a la que tenía delante de él—. ¿Cómo...? Desde el exterior, el orfanato no parece tener tanto terreno.

—Eso es porque los edificios a cada lado obstruyen la vista. —Tom se encogió de hombros.

—¿De dónde salieron esos jóvenes? —preguntó Adrián, viendo asombrado dos grupos de jóvenes que divididos sembraban, cosechaban o atendían a los animales.

—Al cumplir los 18 años, los niños que cuidamos deciden si se quedan o se marchan a la ciudad. —Tom iba repartiendo abrazos a los jóvenes que al verlo se acercaban sonrientes a saludarlo—. La mitad se marcha, consigue trabajo y viene de visita en fechas especiales. El resto permanece con nosotros.

—Con razón no pueden contratar más empleados —comentó Adrián, con más interés de sacar información que verdadero interés de conocer cómo funcionaban las cosas en su "nuevo hogar".

—Ninguno recibe dinero. Igual que tú, solo reciben comida, techo...

—Y amor —les interrumpió una linda chica, abrazando a Tom con una gran sonrisa, pasando a mirar con curiosidad a Adrián.

—Sly, permíteme presentarte a mi hermana Millie.

Adrián vio a Tom inclinarse para besar la cabeza de la jovencita.

—Mucho gusto... ¿Hermana? —Adrián miró de uno a otro. No se parecían en nada. Ella era rubia de ojos azules y baja estatura.

—Sí, hermana. ¿Acaso no ves los rasgos compartidos? —Millie lo miró desafiante.

—En realidad, no. —Adrián la miró con una ceja alzada. No por nada era el número uno en su oficio. Nada lo amedrentaba... ni nadie. Mucho menos lo haría una mocosa.

—Niños, nada de peleas. Millie, por favor, avísale a Miharu que tiene un nuevo pupilo.

Aunque Tom habló con firmeza mientras los separaba, tanto Adrián como Millie podían ver que estaba aguantando la risa.

Adrián vio cómo Millie miró a Tom con el ceño fruncido y un lindo puchero, antes de asentir. Pero al girarse, le sacó la lengua, a espaldas de Tom.

Para sorpresa de la jovencita, y propia, Adrián le hizo lo mismo.

—Marta y Morris son sus padres biológicos —aclaró Tom, riéndose, sin explicar de qué se reía.

Y es que, claro, Adrián no sabía que Tom había visto en su mente a Millie sacarle la lengua y viceversa.

—Tengo que ir a revisar una cabra preñada. En unos minutos, llegará un jovencito de cabello y ojos negros, rasgos orientales. Ese será tu maestro, espéralo.

Adrián observó a Tom alejarse sin esperar su respuesta.

—Esperar, seguro. —Miró a su alrededor, decidiendo que quizá podía comenzar a interrogar disimuladamente a los jóvenes.

Apenas había dado unos cuantos pasos en dirección a un joven de cabello rojo que lo miraba y le batía coquetamente las pestañas, cuando un jovencito de cabello y ojos negros se le atravesó en su camino.

—¿Se puede saber a dónde vas? Estoy seguro de que Tom te dijo que me esperaras. —Mirándolo con desaprobación, le entregó un par de guantes y un sombrero que había visto días mejores—. No son nuevos, pero son útiles —ladró Miharu, como regañándolo por mirar dos veces los artículos antes de agarrarlos—. Póntelos, no estamos para perder el tiempo. Sígueme -dicho eso, se giró y se dirigió a un extremo de la huerta.

Adrián lo seguía preguntándose cuándo había sido la última vez que había tenido que realizar trabajos físicos de ese tipo para una misión.

—Demasiado tiempo —masculló, colocándose los guantes y el sombrero. Resignado a trabajar, pero decidido a interrogar a todos los que pudiera.



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