Chapter 3: Are You Smiling At Me?

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La verdad era que, debido a que Adrián era el mejor exterminador de la agencia, tenía un apartamento lleno de lujo, demasiado grande para él solo. Además, ropa, calzado y joyas de la mejor calidad. Sus comidas gourmet eran preparadas por un chef. Y todas las noches satisfacía sus necesidades sexuales con un hombre distinto de una respetada agencia.

Ese último detalle le hizo fruncir el ceño. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Abstenerse por varias semanas? ¡Imposible! Llevaba más de 10 años satisfaciendo a diario esa hambre en específico. ¿Tendría que recurrir a su mano? No había tenido esa necesidad prácticamente en ninguna etapa de su vida.

—Te mostraré tu habitación —dijo Tom, levantándose al terminar de comer. Agarró a su hijo, y con él en brazos, salió del comedor.

—Pero, ¿a qué cosechas te refieres? —preguntó Adrián, tras despedirse aprisa de Marta y Morris, y alcanzarlo en el pasillo, con la pequeña en sus brazos—. Sa-Sammy se está durmiendo. —¿Acaso se había olvidado que la niña seguía con él?

—Le gustas —dijo Tom, mirando de la niña a él, con una gran sonrisa—. Cosechamos todo lo que comemos.

—¿De dónde sacan la carne, la leche, y esas otras cosas? —Adrián tenía curiosidad, no podía negarlo.

—Tenemos cabras, gallinas, pavos, patos y conejos. —Tom acarició la espalda de su hijo, mientras subía las escaleras. Ben había acomodado su cabecita entre el hueco del hombro y cuello de su padre, comenzando a quedarse dormido.

—¿Son autosuficientes? —preguntó Adrián, confirmando que no había muebles nuevos ni equipos modernos.

Tom asintió. —Generamos electricidad del agua, sol y viento. En cuanto a agua para las cosechas y limpieza, recurrimos al río que atraviesa la propiedad, y tenemos un pozo para el agua potable.

Eso explicaba por qué nadie sabía de su existencia. Si no solicitaban ayuda ni servicios básicos al gobierno, obviamente no estarían registrados.

—Imagino que no tienen teléfono —comentó Adrián.

—Tenemos... —afirmó Tom, deteniéndose delante de una puerta casi al final del pasillo—. Esta será tu habitación. —Abrió la puerta y lo dejó pasar.

La habitación era del tamaño del clóset del apartamento de Adrián. Tenía una cama, una mesa de noche, una ventana y un armario.

Si tenían teléfono, ¿sería gracias a la magia? Más importante aún, ¿sería Tom el poseedor de dicha arma mortal?

—Tenemos una antena —explicó Tom, finalmente—. Los baños están en esta puerta —señaló una cerca de la escalera— y en aquella —señaló otra en el otro extremo del pasillo—. Iré por ropa.

—Espera. —Adrián lo detuvo—. ¿No se te olvida alguien? —Bajó la mirada hacia Sammy.

—Gracias por decírmelo. —Tom se rio.

Y con su risa, distrajo a Adrián lo suficiente como para colocarle también a Ben entre los brazos.

—¿¡Qué haces!? —Adrián miró horrorizado a los dos pequeños entre sus brazos. ¡Se le iban a caer! ¡Estaba seguro! Para cuando levantó la vista, Tom ya no estaba en la habitación.

Adrián no se atrevía a mover un músculo.

—Lindo bebé, no te muevas —suplicó, mirando al varoncito que, contrario a su hermana estaba completamente despierto ahora y lo miraba.

La mirada de Ben mostraba la inocencia típica de los bebés, pero Adrián podría jurar que captaba un chispazo de analítica inteligencia.

—¿Ben, verdad? —Si hubiera podido, se hubiera golpeado. ¿Acaso esperaba que el bebé le contestara? ¡Absurdo!

Sintió movimiento del otro lado y giró la cabeza de inmediato. Sammy le sonreía, y Adrián pudo captar el mismo chispazo que había encontrado en los ojos de su hermano.

—Hermosa, sé buena niña y tampoco te muevas —canturreó, con más miedo que vergüenza, cuando ella intentó estirarse. Agradecía que ninguno de sus compañeros de la Agencia lo pudiera ver en esos momentos. Él era el número uno, el mejor, el que envidiaban jóvenes y viejos, novatos y jubilados. Nadie, nunca, lo había aterrado tanto como estos niños y su irresponsable e increíblemente atractivo padre. ¿A quién se le ocurría soltarle sus hijos a un desconocido que jamás había tenido contacto alguno con alguien menor de 18 años?

—Sammy, Ben, vamos a portarnos bien con tío A... Sly —se corrigió a tiempo—. ¡ Sammy, mira, Ben me sonrió! —No pudo evitar devolverle la sonrisa al encantador chiquillo con hoyuelos en sus regordetas mejillas—. Eres un pequeño muy guapo y deberías sonreír más. —Adrián estaba sorprendido consigo mismo por lo cómodo, aunque a la misma vez asustado, que se sentía con esos bebés—. ¿Cuántos tiempo tienen de nacidos? ¿Diez meses?

—Ocho —contestó Tom, sobresaltándolo cuando entró con las manos llenas—. Te traje artículos personales, ropa limpia, un pijama, ropa de cama y una toalla. —Fue colocando sobre la cama cada cosa para que Adrián las viera.

—¿Ocho meses? Van a ser grandes. —Como tú, pensó, aunque sabía que los niños eran adoptados—. ¿Cómo se te ocurrió dejarme solo con tus hijos? —comenzó a regañarlo, cuando recordó a los pequeños entre sus brazos—. ¿Y si se me caían?

Tom se giró a mirarlo, con una ceja levantada y una sonrisa divertida. —Yo los veo en perfectas condiciones.

—Bueno, sí, pero...

—No seas pesimista. Ellos están bien, tú estás bien, todo está bien —dijo Tom, riéndose, mientras se acercaba a recuperar a sus hijos—. Los llevaré a dormir. Es hora de su siesta.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Adrián, experimentando una sensación de vacío cuando Tom sacó de sus brazos a las criaturas, en especial a Sammy.

—No voy lejos.

Algo en la voz de Tom hizo que levantara la vista. Sus ojos quedaron atrapados en la mirada de Tom. Un estremecimiento lo recorrió, haciéndolo sentir miedo, alegría, tristeza y serenidad. Era como...

—¿Estás bien? —preguntó Tom, agarrando a Ben y girando para salir de la habitación, después de que Adrián asintiera.

Adrián lo siguió en automático. ¿Qué acababa de ocurrir? Juraría que Tom había leído su mente, analizado su alma y tocado su corazón. ¡Ridículo! Ningún mago era capaz de eso, ninguno.

Tom entró a la habitación del lado, dejando la puerta abierta.

—¿Duermen solos? Pensé que dormían contigo —comentó Adrián, observando desde la puerta el interior de la pequeña habitación con una ventana, una cuna grande, un armario pequeño y una silla mecedora.

—¿Ves esa puerta? No da para un clóset, da para mi habitación. Estas son las únicas habitaciones en la casa que se conectan, por eso me mudé acá cuando llegaron a mi vida —explicó Tom, cambiándoles el pañal y colocándolos en la cuna, donde los pequeñines pasaron a abrazarse.

Tras besar sus cabecitas, Tom se enderezó y caminó hasta la puerta. —Puedes bañarte ahora o puedo mostrarte dónde trabajarás, tú decides.

—Preferiría bañarme, si no es problema. —A Adrián comenzaba a causarle comezón el sucio en su piel.

—Para nada. Tengo que revisar unas cosas, así que regresaré por ti en quince minutos —informó Tom, guiñándole un ojo antes de bajar las escaleras silbando.

Adrián regresó a su habitación, agarró la ropa humilde pero limpia, y entró a uno de los baños comunales, agradeciendo que estaba vacío. No quería que vieran el tatuaje en su espalda, el mismo que lo proclamaba exterminador.


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