Capítulo IV. Adeline Miller

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16 de agosto de 1828

- Feliz cumpleaños guapa – dice Felipe sonriente y Adeline asiente – querida, esta tarde vienen los hermanos Bon Parker, se quedarán unos días – avisa Felipe a Elibeth –
- Interesante – susurra la rubia y el pelinegro solo asiente –

Los Bon Parker, son de los pocos humanos que a Elibeth les cae bien, no puede decir lo mismo con Francisco porque todavía siente que le robó a Victoria, pero como no estaba enamorada de ella, admite que por esa razón no hizo nada para cancelar la boda de los duques, sin embargo, sigue sin tener agrado por el castaño que hoy en día la llama cuñada y no princesa, en cambio con Ricardo siente una ternura inexplicable, sabe que es por el amor inmenso que le tienen los hermanos Castro, pero también admite que Ricardo se ha ganado su cariño a pulso, por eso lo que son los hermanos Bon Parker y Ricardo, son los únicos humanos a los que ella les tiene aprecio.

- ¡Nos vemos luego! ¿salimos? – pregunta Felipe por el cumpleaños de la pequeña de los Miller –
- ¿Queréis? – pregunta Elibeth a Adeline –
- Me gusta la idea – responde la pelinegra con una sonrisa –
- Me agradáis Adeline – confiesa Felipe y esta última asiente mientras se ríe –

Los tres sienten una presencia fuerte e imponente y voltean la cara para ver la entrada, en ese momento hace entrada triunfal Fernando, Felipe voltea los ojos y se termina de despedir de su esposa al igual que de Adeline para entonces marcharse, el rey saluda hipócritamente a ambas mujeres y Elibeth hace una mueca de disgusto al leer sus pensamientos, la rubia le hace una seña a su sobrina y ambas asienten para ponerse de pie, la primera en pasarle por un lado al rey fue Adeline y por último Elibeth quien se detiene a su lado y el rey se espera para escucharla.

- Le aseguro rey que ni usted ni sus hijos han hecho en su vida ni la cuarta parte de lo que yo sí, vago aquel que se cree rey de algo que nunca fue, nunca es y nunca será suyo, feliz día y saludo a la libre América – dice Elibeth y el rey voltea la cara con mucha furia –
- ¡Elibeth Daiana Miller! – grita aquel nombre que tanta repulsión le causa y Adeline espera a su tía con una sonrisa –
- Por eso todos dicen que soy igual a ti, ven – susurra mientras Elibeth se acerca para chocar sus manos –
- El muy imbécil aún no se da cuenta que puedo leer su mente – confiesa la rubia y la menor se ríe a carcajada mientras caminan el Palacio hasta llegar a los aposentos de la rubia –

Fue cuestión de minutos para que llegarán las jóvenes que visten y maquillan a la princesa Elibeth mientras tanto Adeline admira la situación con una sonrisa burlona, el mayordomo aparece con dos copas, le ofrece una a Adeline y la siguiente para Elibeth, como siempre. Después de irse el hombre yace mayor, ambas mujeres se quedan conversando, aunque esta vez de temas banales, ya que quienes arreglan a Elibeth siguen siendo humanas y aunque las hipnoticen, nunca ha tenido confianza de hablar algo de la realeza o de vampiros delante de ellas.

Después de un rato las arregladoras se marchan y entonces Elibeth siente la paz de poder hablar con libertad, la rubia se pone de pie y se acerca con lentitud hasta el balcón, mientras tato su sobrina la admira y Elibeth puede admirar parte del jardín del Palacio, alza la mirada al cielo y muchos recuerdos pasan por su memoria.

- Me alegra tenerte aquí – confiesa la rubia y la pelinegra sonríe de forma ladina –
- Yo estoy feliz de estar aquí contigo – responde Adeline y Elibeth asiente porque le cree –

Ambas sienten dos presencias y Elibeth reconoce una de ellas, la que está más cercana, es decir, detrás de la puerta de su aposento, ambas mujeres se quedan en silencio y es en ese momento que da paso Victoria para ver de cerca a la sobrina de Elibeth, la pelinegra se sorprende de lo guapísima que es la sobrina de su ex amante y sonríe con gallardía, se acerca a la más pequeña de los Miller y extiende su mano.

Eternas pt II Donde viven las historias. Descúbrelo ahora