El cuartel del escuadrón Tirsa se erguía solitario en medio de un paisaje árido y desolado, un vestigio perdido entre las tierras grises de Sylvaris. A diferencia de la fortaleza impecable de Asael, las instalaciones de Tirsa parecían haber sucumbido al tiempo. Los muros, agrietados y desgastados, hablaban de un lugar que había sido abandonado por la esperanza. Era un recordatorio constante de la decadencia que la humanidad había sufrido.
El sonido del viento golpeando las ruidosas ventanas fue lo primero que escuchó Soren Layman al despertar. El aire de la mañana entraba por las grietas de su habitación, pero, a pesar del frescor, su cuerpo estaba empapado en sudor. Abrió los ojos lentamente, tratando de sacudirse los fragmentos de un extraño sueño que aún flotaban en su mente.
Había soñado con una mujer, una figura que no lograba identificar, pero cuya presencia le provocaba una extraña sensación de nostalgia. Su rostro no era claro, pero había algo en su mirada, algo que parecía conectarse con un lugar lejano. En el sueño, ella lo miraba con una mezcla de tristeza y determinación, como si quisiera decirle algo, pero las palabras eran devoradas por el silencio. Cuando Soren trataba de acercarse a ella, la imagen se desvanecía, dejándolo con una terrible sensación de vacío.
Se frotó los ojos y pasó una mano por su cabello, aún enredado, tratando de despejarse. No sabía quién era esa mujer, pero la imagen persistía, como si su subconsciente intentara aferrarse a ella. Pero cada vez que trataba de concentrarse, el recuerdo se escapaba, desvaneciéndose en su mente como arena entre los dedos.
Con un suspiro, se incorporó. Notó que el ardor en su espalda volvió a aparecer, esa incomodidad extraña que sentía justo entre los omóplatos. Era como si su piel estuviera demasiado tensa, una presión constante que se había convertido en una sombra inquietante desde hacía algún tiempo
Sentado en el borde de su cama, dirigió la vista hacia la de Kale, la cual estaba vacía, como de costumbre. Al bajar los pies al suelo, sintió el frío del metal. Se levantó y se dirigió al baño, notando que el aire en el campamento estaba impregnado de ese mismo silencio que se apoderaba de las mañanas.
Se miró al espejo y notó que su cabello estaba cada vez más largo; ya casi llegaba hasta los hombros. Hace un tiempo había decidido dejarlo crecer y le gustaba cómo lucía. Entró a la ducha y sintió cómo el agua fría golpeaba su piel, provocándole un escalofrío, pero ayudando a despejar su mente.
Mientras se vestía, la sensación en su espalda seguía presente, como una presión constante que no podía ignorar. Sin querer, sus pensamientos lo llevaron de vuelta a su infancia, a una noche en la que esa misma sensación lo había invadido por primera vez.
Tenía seis años y había tenido una pesadilla. El dolor entre sus omóplatos era tan fuerte que se despertó llorando. Nadia, su madre adoptiva, lo encontró acurrucado en su cama, temblando de miedo. Se sentó a su lado, con una mirada llena de compasión, y acarició su cabello con suavidad.
—¿Qué sucede, Soren? —le preguntó en voz baja, como si su tono suave pudiera alejar el miedo.
—Me duele, mamá... duele mucho y tengo miedo ꟷmurmuró Soren, todavía sollozando.
Nadia lo rodeó con sus brazos, permitiendo que él apoyara la cabeza en su regazo.
—Está bien tener miedo, hijo. El miedo solo significa que hay algo importante que temes perder. Eso es lo que lo convierte en un aliado. No lo ignores, pero no dejes que te paralice —murmuró con suavidad, mientras sus dedos recorrían su cabello con ternura.
Soren, aún acurrucado en su regazo, asintió débilmente. Esa fue una de las pocas veces que habló sobre sus miedos con su madre, pero las palabras de Nadia quedaron grabadas en su corazón.
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Luminar
Science FictionEn un mundo donde la luz puede ser la última esperanza o el principio de la destrucción, Luminar explora las vidas de aquellos que desafían el destino y buscan sentido en un planeta desolado. Entre facciones enfrentadas, seres con poderes sobrenatur...