Capítulo 3: El Líder de la Humanidad

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El sol brillaba radiante sobre la fortaleza de Eridión, el símbolo máximo de la seguridad y poder de Sylvaris. Ubicada sobre una imponente colina, la fortaleza dominaba el paisaje con sus torres de metal y piedra, que se alzaban hacia el cielo como guardianes eternos. Desde lo alto, la vista alcanzaba la plaza principal, donde una multitud de ciudadanos se había congregado desde el amanecer para escuchar el esperado anuncio de Oberon.

La plaza, conectada a la fortaleza por un largo paseo de columnas y arcos de piedra, era un bullicio de expectación. Hombres, mujeres, y hasta niños se habían congregado, llenando cada rincón, ansiosos por el discurso que marcaría un nuevo capítulo para su nación. El murmullo de la multitud era incesante, y cada rostro reflejaba la mezcla de fervor y esperanza que Oberon había cultivado con esmero a lo largo de los años.

De repente, el rugido de ovaciones estalló en la plaza cuando Oberon apareció en el estrado. Caminaba con paso firme, proyectando una imagen de autoridad inquebrantable, mientras las personas lo miraban como si fuera una figura celestial. Su uniforme blanco, ajustado con precisión militar, acentuaba sus hombros anchos y su esbelta figura, irradiando poder. A pesar de las primeras canas que comenzaban a aparecer entre su cabello rubio, su rostro parecía esculpido por el tiempo, apenas mostrando señales de los años. Su mirada, azul grisácea, recorrió a la multitud, cada uno de sus movimientos medidos y calculados, como si la plaza misma fuera su escenario.

Frente a él, la multitud se extendía hasta donde alcanzaba la vista. El eco de los vítores resonaba como una ola de energía que chocaba contra las paredes de la fortaleza y se dispersaba por las calles. Las personas levantaban la vista hacia Oberon con devoción. Y allí, junto a su líder, se alzaba la imponente figura del Golem Coloso.

De dos metros y medio de altura, el Golem parecía un guardián viviente, una obra maestra de ingeniería. Su cuerpo, una mezcla de piedra pulida y metal oscuro, irradiaba poder. Los brazos desproporcionadamente grandes y pesados contrastaban con sus piernas más cortas, lo que le daba una apariencia brutal, casi primitiva. En el centro de su pecho, un brillante núcleo de Cristal Luminar pulsaba con una luz azulada, como si fuera el corazón de una criatura viva. El rostro del Golem, liso y sin rasgos humanos, solo acentuaba su frialdad. No tenía ojos, ni boca, ni nariz. Era como la máscara de una deidad antigua que inspiraba tanto respeto como miedo.

Oberon levantó una mano, y el bullicio de la plaza cesó instantáneamente, como si todos estuvieran bajo un hechizo. El silencio que cayó sobre la multitud fue absoluto, y solo se escuchaba el leve zumbido del Cristal Luminar en el pecho del Golem.

—¡Pueblo de Sylvaris! —comenzó Oberon, su voz fuerte y cálida a la vez, resonando en cada rincón de la plaza—. Hoy es un día que marcará el inicio de una nueva era de seguridad para nuestra nación. En un mundo donde los demonios aurífugos nos acechan, hemos creado una defensa que cambiará para siempre nuestro destino. Nuestra capital, Pueblo de Sylvaris, estará más protegida que nunca.

La multitud observaba en silencio, hipnotizada por la presencia de su líder y el Golem que lo acompañaba. Oberon hizo una pausa, permitiendo que sus palabras calaran en lo más profundo de sus oyentes. Luego, señalando al Golem con un gesto casi teatral, continuó.

—Gracias a los últimos avances en nuestra tecnología, y al poder del Cristal Luminar, hemos desarrollado defensas que superan todo lo que hemos visto antes. Este Golem Coloso, nuestro nuevo protector, es una prueba de la fuerza y el ingenio de nuestro pueblo.

Mientras la multitud observaba con reverencia, Airine mantenía la vista en el cristal incrustado en el pecho del Golem. Su mano se movió casi instintivamente al borde de su chaqueta, deslizando los dedos suavemente, como si estuviera considerando algo. Se acercó ligeramente al borde del palco, estirando el cuello como si quisiera observar mejor los detalles del Golem, pero en cuanto se dio cuenta de que su padre la observaba, retrocedió sin decir una palabra.

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