Capítulo 1: El Juicio

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El sonido de las pisadas resonaba en los pasillos de la fortaleza de Eridión, la base militar más importante del centro de Sylvaris. Aquí, la humanidad había encontrado refugio tras el Cataclismo de Eldara, ocurrido hace más de un siglo atrás, un evento que arrasó con toda civilización conocida, dejando al mundo en ruinas. Lo que vino después no fue solo la lucha por la supervivencia, sino una guerra continua por el Cristal Luminar, un mineral capaz de generar energía casi ilimitada.

Para la humanidad, cada yacimiento conquistado representaba una oportunidad para reconstruir su sociedad y, al mismo tiempo, una victoria decisiva en la búsqueda de un futuro más estable. Con cada paso ganado, se sentía una esperanza tenue, pero detrás de cada expedición también acechaba la certeza de que nada estaba garantizado. Los soldados que marchaban desde Eridión sabían que, al final del camino, solo les esperaba más lucha.

Larissa Moonwhisper avanzaba en silencio junto a un soldado de la División de Seguridad Interior que la escoltaba a paso firme. Aunque su rostro aparentaba serenidad, el entrecejo ligeramente fruncido y la tensión en sus labios delataban una molestia contenida. Su piel clara y suave, contrastaba con la severidad del entorno.

El viento que se colaba por los corredores movía ligeramente los mechones de color castaño oscuro de su cabello, que caía suelto hasta los hombros, con un flequillo recto que rozaba su frente. Algunos mechones más largos se deslizaban hacia los lados de su rostro, moviéndose con cada paso, añadiendo un aire despreocupado a su apariencia pulida. Era un corte de cabello meticuloso, dejando entrever solo lo suficiente de sus cejas y enmarcando sus ojos verdes que parecían esconder un torbellino de emociones bajo una capa de autocontrol.

Había algo delicado en sus facciones que contrastaba con su naturaleza de soldado; su rostro era de líneas suaves, con una nariz pequeña y unos labios que ahora se tensaban en una expresión de determinación. Pero aquellos que miraban de cerca podían ver la fragilidad que residía detrás de su fuerza. Esa mezcla de vulnerabilidad y resistencia era lo que hacía de Larissa, con apenas 21 años, una guerrera única dentro del Escuadrón Asael, la élite de la División de Reconstrucción. Pero en ese momento, mientras recorría ese pasillo largo y frío hacia el tribunal, sentía que todo su control emocional tambaleaba.

Su corazón latía con fuerza, mientras su pecho parecía oprimido por la tensión. Larissa sabía que había seguido sus principios, pero ese juicio no sería sobre justicia, sino sobre obediencia.

"Nunca llores frente a los demás. Solo los débiles muestran sus sentimientos". Las palabras que su padre había repetido muchas veces cuando era una niña resonaban en su mente.

—¿Ella es Moonwhisper? —preguntó un soldado que custodiaba la gran puerta metálica al final del pasillo.

—Sí, es ella. Es hora del juicio —respondió el soldado que la escoltaba con tono impersonal y cortante.

Las enormes puertas se abrieron con un chirrido que resonó en sus oídos como un eco siniestro, y Larissa apretó la mandíbula. Lo que se desplegó frente a ella era una sala amplia, de altos muros de piedra oscura que reflejaban autoridad y poder. Las banderas colgaban pesadamente de las paredes, cada una adornada con la imagen imponente de Oberon, el líder de la humanidad.

A la derecha, sentados en lugares elevados, se encontraban los capitanes de los escuadrones Asael, Jetro y Tirsa, quienes la observaban con rostros inmutables, como si su juicio ya estuviera decidido. Ellos tenían en sus manos los informes de la misión fallida en el sector Alfa-3: un desastre de varias pérdidas, todo por la desobediencia de Larissa.

En el otro extremo, una mujer de mediana edad tomaba notas en un dispositivo de última generación, casi sin levantar la vista. Detrás de ella, un grupo de altos oficiales observaba desde la sombra. Sin embargo, era la figura del General Norman Cole, en el centro de la sala, quien dominaba la escena. Con un rostro tallado por los años y ojos que parecían atravesar el alma de quien los mirara, hojeaba los documentos frente a él con la lentitud calculada de alguien que sabía que cada movimiento infundía respeto.

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