Capítulo 9: Luces en la noche

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La noche caía sobre el campamento Tirsa con un silencio tranquilizador. La guardia de Soren transcurría sin incidentes. Se encontraba sentado sobre una caja de madera, con la espalda apoyada contra el muro de la torre de vigilancia y la espada descansando sobre sus piernas.

El fuego de la fogata a pocos metros chasqueaba con suavidad, proyectando sombras alargadas que danzaban contra el suelo de tierra.

Respiró hondo. El cansancio pesaba sobre sus hombros. Sus párpados descendieron por un instante.

Parpadeó una vez.

Parpadeó otra.

El silencio se tragó todo.

Soñó con ella. La extraña mujer de la otra vez.

Una silueta femenina en medio de la bruma. No podía verla con claridad, pero su presencia lo envolvía, cálida y melancólica.

—Sobrevive, por favor, sobrevive.

La voz lo atravesó como un eco en todas direcciones.

Soren intentó dar un paso adelante, pero el suelo bajo sus pies era inestable, como si caminara sobre agua. Su respiración se volvió errática.

—No dejes que te controlen, sobrevive.

Algo estaba mal. Algo estaba detrás de ella. Una sombra enorme con una forma difícil de distinguir.

La silueta de la mujer se volvió más clara. Ojos cálidos. La sombra de una sonrisa triste en su rostro.

—¡Despierta, Soren, despierta!

Soren abrió la boca para hablar, pero no pudo emitir sonido.

—¡Soren, despierta!

El eco de su nombre se mezcló con un golpe cálido en su mejilla.

—¡Soren, Soren, Soren, despierta!

Una voz temblorosa, desesperada.

El mundo se sacudió a su alrededor, una sensación de vértigo que lo arrancó del sueño.

—¡Soren, se quema!

Soren abrió los ojos de golpe. Su cuerpo se tensó en un espasmo, como si un latigazo recorriera sus músculos. Su pecho subía y bajaba descontrolado.

Lo primero que vio fue el rostro de Leena, pálido, con los ojos desorbitados y la respiración entrecortada.

Lo segundo fue el resplandor anaranjado del fuego reflejándose en su piel.

Giró la cabeza bruscamente. El campamento estaba ardiendo.

La torre de almacenamiento estaba envuelta en llamas. La estructura de madera crujía con estruendo, despedazándose poco a poco bajo el peso del fuego. Los cadetes emergían de sus habitaciones, algunos con el cabello revuelto y las armas en mano, otros con rostros de pánico y desconcierto.

Soren sintió un vacío en el estómago.

—¿Qué... qué pasó? —balbuceó, sintiendo cómo la garganta se le secaba.

Leena lo miró, confundida.

—¿Tú no lo viste? —preguntó con un hilo de voz.

El corazón de Soren latía con violencia en su pecho. No vio a nadie. No escuchó a nadie. Pero el fuego estaba allí.

Se puso de pie tan rápido que casi perdió el equilibrio. Su espada estaba en el suelo, alejada de él.

¿Cuándo la solté?

Un estruendo los sacudió.

Fobos llegó con el ceño fruncido, la mirada afilada como un cuchillo.

—¡¿Qué demonios pasó aquí?!

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