Parte 23

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CAPÍTULO 22


Candy se sentó en la cama junto a Terence, le acarició la mejilla y la frente

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Candy se sentó en la cama junto a Terence, le acarició la mejilla y la frente. Su piel estaba fría y sudorosa.... Ella le cogió la mano y se la llevó a la mejilla.

«Amor mío, estoy aquí...
No quiero rendirme, no puedo hacerlo. No me permiten estar a tu lado en todo momento, pero estaba justo delante de tu puerta. Y no me voy a mover. No estás solo, Stear también está aquí conmigo». Le hubiera gustado decirle que su madre también estaba allí, pero no sabía si era bueno o malo hacerlo. Estaba convencida de que él podía oírla. El vínculo entre ellos nunca se había roto completamente; a pesar de la separación y las circunstancias en que se había realizado, siempre había habido un pedacito de su corazón que nunca había renunciado a tener confianza en él. Lo había silenciado como pudo, pero se había hecho oír constantemente y ahora ella quería creer con toda su alma que también lo había sido para él. Así que tenía que haber una forma diferente de comunicarse, una que fuera más allá de las palabras, y eso era a lo que ella apelaba.

Evitó mencionar a Eleanor, aunque tuvo que admitir que la mujer tenía un aspecto lamentable. ¿Cuánto puede doler el corazón de una madre cuando quiere estar cerca de su hijo, pero sabe al mismo tiempo que ella no lo merece y que no la quiere cerca? No tenía ejemplos de madres biológicas, así que no podía juzgar....
¿Madres biológicas?
Sonrió para sus adentros... Sí, había habido un tiempo en el que, a pesar de la voz de la razón que intentaba impedirlo, había llegado a soñar con una vida con Terence, una vida que incluía un hijo, fruto de su amor. Había sentido que su corazón se ensanchaba ante esa idea... Una familia propia era el sueño que había acariciado desde niña.

Habría estado dispuesta a vender su alma al diablo para mantenerlo en el mundo de los vivos.
Apretó los dientes al recordar la mueca de Neal... y llegó a pensar que, si él hubiera conseguido ensuciarla de nuevo aquella noche, ella habría sufrido mucho menos de lo que estaba sufriendo en aquel momento... con la vida de su vida pendiendo de un hilo.
Él era la vida de su vida ....

Si se hubiera dado cuenta de que el duque era el artífice del distanciamiento de Terence....
«Si hubiera sabido que tu padre estaba detrás de todo, habría dejado todo para huir contigo. Habríamos venido a América y nos habríamos casado... y nada de lo que estamos viviendo habría ocurrido. Tú... Tú sabes que siempre has estado tú por encima de todo, ¿verdad? ¿Sabes que sólo vuelvo a quererme a mí misma gracias a ti?
¡Así que esta Candy simplemente no existiría si tú no hubieras entrado en su vida!
Claro que lo sabes...
Es exactamente por eso que no me dijiste nada y no puedo evitar amarte con cada célula de mi cuerpo por ser así, exactamente como eres....
He sido tan estúpida que me he plantado con ese discurso tan tonto de que Cenicienta nunca se casa con el príncipe en la realidad.
He estado celosa... no sabes cuánto... ¡me moría con la idea de que Lucrecia se pusiera guapa para la fiesta de compromiso, con la idea de que le pusieras un anillo en el dedo! Dios... cuántas veces me he despertado en mitad de la noche decidida y he venido a contártelo por la mañana, pero luego siempre me acobardaba. Porque en el fondo soy un cobarde; tenía miedo de leer en tus ojos que te era indiferente, que había alguien más en tu corazón o que nunca había habido nadie ni antes ni después, que yo había sido igual que todos los demás...
Esos malditos periódicos no hacían más que hablar de los preparativos de esa fiesta....
Y casi caigo otra vez con Susanna...»

De buena gana habría intercambiado lugares, le habría gustado ser ella en aquella cama de hospital, agonizando.
Se lo imaginó junto a su cama, con los ojos llenos de lágrimas. No... ella nunca habría querido verle ni siquiera así....

Sus profundos y misteriosos océanos llenos de lágrimas....

Terence, por su parte, estaba atrapado en una especie de letargo en un pasado extraño... un pasado que le estaba dando nuevas perspectivas...

En la cubierta del Mauritania, trágicamente atraído por la negrura del océano, aún podía oír los gritos de Eleanor...
«¡Eres el hijo del duque de Granchester, nunca debes olvidarlo!». ¿Cómo había podido negárselo después del largo viaje que había soportado para sentir el calor de su pecho? Se había escapado de la escuela, durante meses había planeado su huida para tener tiempo suficiente de embarcarse antes de que los hombres de su padre olfatearan su rastro. La noche anterior había pasado por la enfermería del internado, fingiendo un dolor de estómago. La monja que lo había rescatado había insistido en que lo examinara un médico, pero él le había restado importancia. Había regresado a su habitación a altas horas de la noche, pidiendo la cortesía de no ser molestado ni siquiera para desayunar.

Estaba nevando cuando llegó al puerto, quería llegar cuanto antes con su madre. La ciudad seguía engalanada para las fiestas navideñas. Por primera vez, miró las luces de colores con otros ojos... quizá había llegado el momento de disfrutar del tan cacareado amor.
La criada que le había abierto la puerta de la elegante mansión de Eleanor Baker le había hecho pasar y le había dejado esperar en el vestíbulo.
Ella era preciosa; había corrido hacia él, le había abrazado y le había acariciado suavemente el pelo. Aún podía oler su perfume francés.
Había una especie de fiesta en casa, podía oír la alegre charla de los invitados de su madre.
Después del primer momento idílico, había absorbido su ligera vergüenza como si fuera veneno, cuando ella le sugirió que bajara el tono de voz y le preguntó en qué hotel se alojaba...
¿Hotel?
Ella no lo quería en casa... o no esa noche, al menos. No estaba preparada para eso.
¿Por qué? Por mucho que lo intentara, no se le ocurría una buena razón, después de todo el camino que había recorrido para que ella lo abrazara.
Tenía que volver...
Cuando volviera tendría que soportar la furia de su padre. No querría volver con él, ¿qué podía hacer? Cuanto más pensaba en ello, más le llamaba la negrura. Deseó no haber nacido.
Mientras este pensamiento nublaba su mente, se planteó trepar por el parapeto... con una frialdad escalofriante, casi como si ni siquiera se tratara de él.
¿Le lloraría alguien? No podía pensar en nadie.
Se había marchado lleno de esperanza, sólo quería sentir lo que se sentía al ser amado, al ser importante para alguien; en cambio, aquella mujer lo había ocultado a sus invitados. ¿Qué habría sido de su carrera si se hubiera sabido que tenía un hijo? Así que ella lo había enviado de vuelta al lugar de donde había venido.

Y de repente...
Le distrajeron de sus pensamientos más oscuros los gritos del jefe de máquinas llamando al orden a un tal James.
En medio de la niebla que flotaba ominosamente sobre la cubierta, vislumbró una esbelta figura enjaezada hasta las orejas, perdiendo la mirada en la inmensidad de la bóveda celeste. En ese momento no supo decir si era un chico o una chica, o si era real o un fantasma... pero no había nadie más y tenía que ser el tal James. Parecía buscar desesperadamente la luz de una estrella, tanto como él buscaba trágicamente la oscuridad del fondo del mar. El hombretón que lo buscaba lo había alcanzado rápidamente; era realmente enorme y aquella figura parecía el tallo de una flor junto al tronco de un roble que tenía delante. Le agarró por el cuello y tiró de él, recordándole su turno.

Y ya... se oía música procedente del salón de baile; aquella noche era noche de fiesta, pero no para todos. Había quien sufría y quien tenía que trabajar para ganarse la vida.
Como por arte de magia, el faro del barco iluminó el delicado perfil de aquella figura, dibujando, como el pincel de un pintor, una lágrima en su rostro, la más brillante que él había visto nunca. Aquella lágrima captó toda su atención; ¡ojalá hubiera podido recoger aquella pequeña perla! En aquel momento, sin entender por qué, había sentido la certeza de que recoger aquella lágrima habría calmado su dolor.
Y aquel perfil... ahora, ahora que quizá era demasiado tarde, pudo reconocerlo: el más delicado que había visto nunca.
Aquel momento había sido como una mano que le impedía hacer un gesto extremo.

Lo siguiente que supo fue que estaba recorriendo los largos pasillos de Oxford, esperando para hablar con el Dr. Inglis y... aquel niño...
¿Pero era el del barco? ¡Claro que era el mismo! Llevaba una chaqueta remendada tan suelta que casi le caía por los hombros, y un sombrero hinchado como un globo, que mantenía bajo sobre los ojos. El joven desfiló junto a él. Se volvió para mirarle sólo cuando ya había vuelto la mirada hacia delante... y un largo rizo dorado se le escapó de la gorra.
Aquella noche había dejado de insistir en que lo enviaran al frente sólo para fastidiar a su padre, y había empezado a servir en la clasificación de los heridos que llegaban del puerto a los distintos hospitales. ¡Y cuántas cartas había escrito para ellos, para sus madres, sus jóvenes esposas, sus novias! Le habían impresionado tanto sus heridas, sus gritos agónicos, sus mutilaciones, que se había propuesto convencer a Stear de que no se alistara... y lo había conseguido. A cambio le había prometido a su amigo que se tragaría su terrible orgullo y sentido del honor y permitiría que el Duque lo salvara de ese destino


Ella era Candy.... Siempre había sido Candy, siempre había sido ella.
En su delirio revivió el pasado mientras un eco lejano traía a su presente las plegarias de la muchacha y una lágrima solitaria resbalaba por su mejilla....



Una lágrima... otra vez...

La joven la recogió en su delicado pulgar y, a través de esa, él la devolvió a la cubierta de un barco en la niebla...
No le había visto desde la Nochevieja de hacía ahora nueve años... ¡Eleanor había dicho precisamente eso!
¿Quién había llamado a quién aquella noche en medio del océano? En ese momento tuvo la certeza de que el chico que había visto era Terence.

«Tenemos tanto de lo que ponernos al día... Sé que me estás oyendo, acabas de hablarme a través de tus lágrimas. Así que escúchame bien, sólo hay una posibilidad: debes volver conmigo.
Me prometiste que visitaríamos tu villa cuando florecieran los narcisos. Bueno... no lo olvidé...
¿Y ese avión? ¿No vamos a intentar pilotarlo? Tú eres mis alas...»
La voz de Candy era alta y clara, pero luego se interrumpió de nuevo. Era como si alguien lo mantuviera lejos y él se perdía constantemente en los meandros de su mente y seguía vagando como un alma inquieta en el pasado hasta que la escuchó de nuevo...
Un laberinto sin fin que jugaba con él, acercándolo a Candy sólo para deleitarse alejándolo.
Buscó su voz para poder encontrar el camino de vuelta, pero no fue fácil.

«Mi amor... mi amor... mi amor...» ella se había inclinado y había hundido la cara en su cuello.

No... él no quería alejarse de ella. Todo estaba oscuro lejos de Candy, oscuro y frío....
«¡NO!» Terence escuchó su propia voz gritar y disolverse en el vacío que quería tragarlo y que lentamente desapareció haciéndolo tomar verdadera conciencia de la presencia de ella a su lado.
Sintió el frío de sus lágrimas en el cuello, sus labios húmedos y sus pestañas temblorosas.
Ya no tenía que llorar....


La luz de su mejilla humillaba aquellas estrellas como la de la luz del día borra una lámpara.
Sus ojos brillan tanto en el cielo y en el aire que los pájaros cantan pensando que no es de noche.
Mira cómo posa su mejilla sobre su mano....
¡Podría ser un guante en esa mano
¡para poder tocar esa mejilla!


Candy sintió que el pulgar de él se movía sobre su propia mejilla, pero no se atrevió a reaccionar por miedo a que sólo lo hubiera imaginado. Estaba tan cansada que no sabía si estaba despierta o seguía dormida sobre el hombro de Stear. Sólo confiaba en los olores y en ese momento sólo podía oler su pecho, su piel que olía a bosque, a abrazos, a besos.

«Te quiero, Candy... y no quiero irme de este mundo sin decirte cuánto...» le oyó susurrar antes de abrir los párpados y dejar que el rayo azul más brillante que jamás había visto la cegara.

Y finalmente una sonrisa iluminó su rostro...
«No dejaré que te vayas a ninguna parte... ¿me oyes? Tienes que decirme un millón de veces que me quieres, un millón de veces cada vez...»
Finalmente prorrumpió en un violento llanto que hizo aflorar toda su desesperación, mientras Stear salía a buscar al médico y Eleanor, que se había quedado fuera, caía de rodillas cubriéndose la cara con las manos.

«Es la tercera vez que me salvas la vida», Terence estaba demasiado débil para dejar salir estas palabras.

*****

Una semana después, la policía allanó una vieja casa de campo en las afueras de Nueva York. Iriza Legan no había conseguido mantenerse alejada del reluciente escenario de sus lujosos vicios. El detective que supervisaba la investigación había evitado cuidadosamente interrogarla en los días posteriores al suceso, y ella se había sentido por encima de toda sospecha. Había seguido viviendo la vida que más le convenía, consistente en alcohol y drogas y las fiestas más de moda de la ciudad. Una noche, completamente borracha, condujo a los policías que la seguían directamente a la guarida del lobo...

Al joven que habían encontrado lo habían esposado y tirado hacia el coche patrulla mientras intentaba zafarse...
«¡Usted... usted no sabe quién soy!» Murmuró con los dientes apretados cuando se presentó ante el inspector que le interrogaría al llegar a comisaría. La luz de sus ojos ostentaba la seguridad de quien la ha tenido toda la vida.

«Ohhh... te aseguro que él lo sabe muy bien», William Albert Andrew había aparecido a espaldas del agente de la ley y calló de inmediato a su sobrino.

«Señor Ardlay, solicito la cortesía de no mencionar a nadie la acción que llevó a la captura de Neal Legan esta noche... quiero decir sólo por unos días. Ni siquiera con los demás miembros de la familia Ardlay.
Estoy hirviendo a fuego lento la Sra. Marlowe. Está más claro que el agua que ella avisó a Legan del paradero de White, pero aún no puedo probarlo. La joven actriz no podrá soportar la presión psicológica de no saber nada, y esto me ofrecerá la mejor y más completa confesión. Tengo toda la intención de hacer pagar en su justa medida a todos los implicados».

Las palabras de Candy, sobre verse obligada a huir de su país a los catorce años porque la rueda de la justicia americana ni siquiera se paraba a escuchar su voz, le habían atormentado durante días.
Al darse cuenta de la profunda decepción en los ojos de Albert, continuó hablando tras un breve momento de silencio
«Dicho esto... el criminal es tu sobrino, tienes todo el derecho a contratar al mejor abogado que pueda defenderle. Pero yo cumpliré con mi deber hasta el final, ¡sin dejarme ningún detalle!».

El hombre frente a él sonrió forzadamente...
«Créame... yo cumpliré con el mío, que no será intentar que un culpable quede impune».

Así nunca tengo miedo...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora