Capitulo Tres

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Fluke apenas probó ninguno de los platos que

Dominique le llevó. La mirada penetrante de Ohm Thitiwat le había quitado el poco apetito que tenía. Le hacía sentirse amenazado, aunque no de una manera física. Era como si quisiera desnudarlo con los ojos para llegar a ver su verdadera personalidad.

Se bajó instintivamente las mangas para taparse los brazos. Las heridas ya habían cicatrizado, pero las marcas seguían siendo lo bastante llamativas como para que todo el que las viese se preguntase qué le podía haber llevado a hacerse aquellos cortes de forma intencionada.

Y las cicatrices externas no eran nada comparadas con las que tenía por dentro.

Odiaba considerarse una víctima.

Prefería verse como un superviviente. Pero había días en que la pesadilla de aquel maldito cumpleaños volvía a resurgir como puñaladas que atravesaban el caparazón que se había construido a modo de defensa. A veces, se sentía como si su alma siguiera aún sangrando, gota a gota, hasta que llegara un día en que ya no le quedase nada...

Cuando alzó la vista, se encontró con los ojos de Ohm. ¿Cuánto tiempo llevaría mirándolo?

–Lo siento... ¿Decía algo?

–No –respondió él.

–Ah... pensé que...

–Parecía estar a muchos kilómetros de aquí.

–¿De veras? –replicó Fluke, tratando de aparentar indiferencia.

–¿Es usted un soñador, joven Natouch?

Fluke se habría reído si hubiera recordado cómo hacerlo. Hacía mucho que había dejado de soñar en cosas que sabía que nunca podría alcanzar. Estaba resignado a aceptar la amarga realidad. No podía hacer retroceder el tiempo y tener la oportunidad de enmendar sus errores pasados.

–No.

Él siguió mirándolo con insistencia, sin apenas pestañear. Fluke se esforzó por aguantar su mirada y adoptar una expresión impasible, pero comenzaba a sentir una tensión en el cuello y en los hombros y, lo que era peor, un fuerte dolor de cabeza. Si no ponía los medios para evitarlo, acabaría convirtiéndose en una migraña, y eso lo volvería aún más vulnerable.

–¿Me disculpa? –dijo Fluke, empujando la silla hacia atrás–. Tengo que ir al servicio.

–Por supuesto –dijo él, asintiendo con la cabeza, sin dejar de mirarlo.

Fluke dejó escapar un suspiro prolongado cuando entró en el baño. Se estremeció al mirarse en el espejo. Había momentos en los que no se reconocía a sí mismo. Era como si otra persona viviera dentro de su cuerpo.

Otra persona muy distinta de aquel chico alegre y extrovertido con la sonrisa siempre en los labios. Cuando regresó al comedor, el ama de llaves estaba recogiendo los platos.

–El señor Ohm se ha retirado ya –dijo Dominique, colocando los vasos en una bandeja de plata. –¡Ah! –exclamó Fluke con un cierto aire de decepción.

No tenía de qué extrañarse. Ya había sido bastante privilegio que hubiera aceptado cenar con él. Pero había sido algo grosero, marchándose así sin decirle siquiera buenas noches.

–¿Le apetece un café en el salón? –preguntó Dominique.

–Me encantaría. ¿Puedo ayudarle con la bandeja?

–Usted está aquí para trabajar con el señor Ohm, no para ayudarme a mi –respondió el ama de llaves con una sonrisa–. Pero gracias de todos modos. Le llevaré el café enseguida.

Heridas imborrablesWhere stories live. Discover now