Capitulo Diez

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Dominique estaba sonriendo de oreja a oreja cuando Fluke bajó a desayunar al día siguiente.

–Al final, consiguió el milagro, oui?

–Sí, accedió a que me quedara todo el mes, pero aún no me hago muchas ilusiones.

–Pues mire ahí –dijo Dominique, señalando a la ventana.

Fluke se asomó y vio a Ohm en su silla de ruedas. Estaba en los establos hablando con Etienne que llevaba a uno de los caballos sujeto por la brida. Era un animal enorme, con un aspecto fiero, un cuello majestuoso y el morro ancho. Estaba inquieto y golpeaba continuamente el suelo con los cascos.

Cuando se calmó, avanzó unos pasos, lamió la mano de Ohm y luego se frotó la testuz contra su pecho, en una muestra del afecto y entendimiento tan profundos que había ente ellos.

–Es usted una influencia muy buena para él, joven Natouch. Pensé que ya no volviera a salir del castillo. Me emocioné al verlo en los establos. Él mismo crio a ese semental. Los ganaderos de medio mundo darían cualquier cosa por poder cruzarlo con sus potrancas.

–Tiene un aspecto muy atractivo.

Dominique lo miró sorprendida.

–Estaba hablando del caballo.

–Yo...también –replicó Fluke con un intenso rubor en las mejillas.

El ama de llaves sirvió a Fluke una taza de café.

–Etienne me dijo que monta a caballo.

–Hace mucho que no lo hago. Lo más probable es que me cayera antes de dar dos pasos.

–No lo creo –dijo Dominique, sonriendo–. Dicen que es como montar en bici. Nunca se olvida.

Fluke tomó la taza de café con las dos manos.

–Entonces, debo de ser la excepción de la regla, porque se me ha olvidado por completo.

–Es solo cuestión de confianza. Elegir el momento adecuado y el caballo adecuado, oui?

–Puede ser peligroso. Por muy bien entrenado que esté un caballo, siempre puede salirle su instinto animal –dijo Fluke, dejando la taza en la mesa y dirigiéndose a la puerta.

Ohm estaba ya en el gimnasio haciendo pesas cuando Fluke llegó una hora después. Se sentía mejor tras haber pasado unas horas al aire libre.

No le había sido fácil llegar a las cuadras, pero había valido la pena.

Tanto Mardi como Firestorm, lo habían recibido afectuosamente.

–Etienne me dijo que eres un gran jinete.

–No le hagas caso.

–¿Te gustaría montar alguno de mis caballos, mientras estés aquí?

–No –respondió Fluke de forma escueta.

–Tengo una yegua muy tranquila que...

–No estás levantando bien esa pesa –dijo Fluke, tomando una mancuerna ligera y enseñándole cómo hacer el ejercicio–. ¿Lo ves? Si no haces los ejercicios correctamente, los músculos que trabajarás no serán los que nos interesan y todo será una pérdida de tiempo y energía.

Ohm ni siquiera se fijó en lo que estaba haciendo.

–¿Te ocurre algo?

–No.

–Estás enfadado.

Fluke colocó la mancuerna, de mala gana, en el soporte donde estaban las demás.

Heridas imborrablesWhere stories live. Discover now