Capitulo Ocho

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No podía dormir. Hacía una temperatura bastante alta esa noche de verano. Pero, tal vez, no fuera por el calor, sino por el sofoco que tenía.

Fluke había hecho ya el equipaje y estaba listo para marcharse, tal como Ohm Thitiwat le había ordenado. Sin embargo, en el fondo, deseaba quedarse, por duro que se le hiciese. Marcharse sería tanto como admitir la derrota.

Ohm era ciertamente un reto. A pesar de su carácter tan fuerte y obstinado, presentía que era un hombre esencialmente bueno. Había sacado a Etienne de aquellos suburbios de París y le había prestado su ayuda. Trataba al personal del castillo con cordialidad, aunque con cierta distancia. No había dicho ni una mala palabra contra su exprometida, a pesar de la forma en que lo había abandonado. ¿No era eso prueba suficiente de su honradez y su nobleza?

Estaba enojado y amargado porque le resultaba duro enfrentarse a lo que le había sucedido. Fluke comprendía su estado de ánimo mucho mejor de lo que él se imaginaba, porque había pasado por algo parecido. Había rechazado a todos los que habían querido acercarse a Fluke. Se había sentido terriblemente solo, pero había preferido eso a involucrarse emocionalmente con nadie.

¿No estaba haciendo él lo mismo?

Fluke, quizá, podía ayudarlo. Sería una vergüenza, por su parte, marcharse y dejarlo a su suerte. No sería muy ético volver a Londres tan pronto. Pero eso no era culpa suya. Ohm Thitiwat era capaz de poner a prueba la paciencia de un santo y Fluke estaba lejos de ser uno.

Especialmente, cuando estaba con él. Él parecía sacar lo peor de Fluke. Era grosero y arrogante.

Se alegraba de marcharse. Era lo mejor que podía hacer.

En realidad, Fluke no había querido ir allí. Su vida estaba en Londres. Podía ser una vida algo monótona y aburrida, pero al menos no tenía que vérselas con hombres groseros y arrogantes.

Apartó la colcha a un lado y se dirigió a la ventana para contemplar los jardines iluminados por la luna. Había una piscina en la parte de atrás del jardín. Era una verdadera tentación para refrescarse del calor y la humedad pegajosa que hacía esa noche. Hacía mucho que no nadaba. Trabajaba con los pacientes en la piscina de hidroterapia de la clínica, pero no podía decir que eso fuera nadar. Pasaba la mayor parte del tiempo de pie, con el agua hasta la cintura, supervisando los ejercicios de los pacientes. Solía llevar un modesto traje de baño de una sola pieza con una camiseta de manga larga. Fluke decía que era para protegerse la piel del cloro.

La idea de darse un baño en una noche cálida a la luz de la luna era una tentación difícil de resistir. Dado lo reacio que Ohm era a salir al aire libre, no parecía probable que lo viera bañándose a esas horas de la noche. Sería su manera de desafiarle por última vez. Usaría su piscina sin su conocimiento y disfrutaría cada minuto de su pequeño acto de rebeldía.

Tomó el bañador y la camiseta. ¿Eran imaginaciones suyas o la tela del traje le parecía más gruesa e incómoda de lo habitual? Tras un instante de duda, lo dejó a un lado y se puso una camiseta, y unos calzoncillos. Si iba a nadar, lo mejor sería ir con la ropa adecuada.

Vestido con su improvisado traje de baño, tomó una toalla del cuarto de baño y bajó las escaleras de puntillas, pendiente de cualquier ruido. Pero solo el tictac del viejo reloj del abuelo, colgado en el segundo rellano, rompía el silencio de la noche.

Las losetas que bordeaban la piscina aún estaban calientes por el sol que había estado dando todo el día, pero, cuando metió un pie en el agua, comprobó que estaba agradablemente fresca.

Se sentó en el borde de la piscina y se puso a chapotear con los pies en el agua. Luego tomó aire y se zambulló lentamente. Su pelo se extendió por la superficie del agua, abriéndose en abanico y ejecutando una especie de baile acuático. Se sumergió finalmente en la piscina y se puso a bucear como hace mucho no lo hacía, sintiéndose tan libre y desinhibido como hacía años que no se sentía.

Heridas imborrablesWhere stories live. Discover now