Ohm había estado haciendo el amor, practicando sexo sería más acertado decir, desde los diecisiete años.
Conocía los cuerpos. Sabía los resortes que tenía que tocar para encender su deseo. Era un verdadero maestro en el arte de la seducción.
Pero con Fluke Natouch se sentía como si fuera un principiante, como si fuera su primera aventura amorosa. Estaba preocupado. Le aterrorizaba la idea de poder hacerle daño o asustarlo.
Sintió su boca junto a la suya. Era tan suave como el terciopelo. Era como volver a empezar, aprendiendo de nuevo cada paso, cada caricia. Su timidez se mezclaba con su ardiente pasión, haciendo su cuerpo vibrar de deseo. La forma en que Fluke lo tocaba, la forma en que le rodeaba el cuello con los brazos, despertaba un deseo en él que parecía rugir en sus entrañas.
Fluke gimió de placer al sentir cómo él exploraba cada rincón de su boca.
Pero él sabía que tenía que controlarse. Estaba excitado y con una poderosa erección. Deseaba ir más allá, pero Fluke no estaba aún listo para él. Lo sintió moverse tembloroso como un potro asustado al verse obligado a saltar un obstáculo demasiado alto.
–No voy a hacerte daño –dijo él, acariciándole la mejilla con un dedo–. Confía en mí, Fluke.
–Confío en ti, Ohm –dijo con una sonrisa callada.
–Si quieres que lo dejemos en cualquier momento, no tienes más que decírmelo.
–No quiero que te pares –replicó Fluke, frotando la pelvis contra la suya, en un movimiento sutil, probablemente más instintivo que consciente, pero que encendió en él un torrente de fuego corriendo por sus venas–. Quiero que me hagas el amor. Ohm le acarició el pecho. De un modo que se adaptaba perfectamente al hueco de su mano. Sintió el pezón presionándole la palma como si anhelara sentir su contacto.
Deslizó una mano bajo su camisa, esperando su reacción, dejando que Fluke fuera el que marcara los tiempos. La reacción de Fluke fue instantánea.
Arqueó la espalda como un gato para que su pecho estuviera en contacto más íntimo con sus manos.
Él bajó la boca hacia las aureolas rosáceas de sus pezones, que acababa de dejar al descubierto, saboreándolos con fruición. Fluke se estremeció y se retorció de placer, hundiendo las manos en su pelo mientras él recorría con su lengua cada uno de los puntos sensibles de sus pezones.
De repente, Fluke se apartó de él con timidez.
–¿Tengo que... desnudarme?
Ohm se quedó mirándolo extasiado. Era tan adorable... Estaba acostumbrado a que sus amantes se quitaran la ropa antes incluso de entrar en el dormitorio, mostrando sus encantos sin ningún pudor. Sin dejar nada a la imaginación. Estaba acostumbrado a que le dijesen lo que les gustaba sin tabúes ni complejos: «Tócame aquí». «Más fuerte». «Más despacio». «Más deprisa».
Fluke Natouch lo miró con sus grandes ojos azul oscuro y le hizo sentirse... un hombre.
–Eso déjamelo a mí –dijo él con la voz apagada, poniéndose a desnudarlo con unas manos tan torpes como las de un adolescente en su primera cita.
Le quitó la camiseta y se quedó sin aliento al ver su cuerpo esbelto. Su pecho era pequeño, pero firme y sus pezones estaban erguidos.
–Parezco más grande cuando llevo más ropa –dijo Fluke, algo acomplejado, dirigiéndole una tímida mirada.
Ohm sonrió y le acarició el vientre con la mano.
–Tienes un cuerpo maravilloso.
Fluke se estremeció al sentir sus caricias.
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Heridas imborrables
Dragoste: Ohm Thitiwat, el conocido millonario y playboy, había vivido siempre al límite. Pero, cuando un accidente lo confinó en una silla de ruedas, al cuidado de un chico cuya belleza lo cautivó, se vio sumido en un estado de rabia y frustración. Acostum...