Capitulo Cinco

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Fluke sintió un vacío en el estómago al ver a Ohm aparecer en la sala de masajes. No se atrevió siquiera a mirarlo a los ojos para que no descubriera lo nervioso que estaba.

–Le dejaré un momento para que se desnude... para que se prepare, quería decir –dijo Fluke con voz temblorosa, apartándose un mechón de pelo de la cara y aprovechando para mirarlo de soslayo–. ¿Necesita ayuda para subir a la mesa?

–Ya lo llamaré si lo necesito –replicó él con una expresión inescrutable.

–Muy bien.

Fluke salió corriendo de la sala para dejarlo solo.

El corazón le latía como las hojas de un árbol en un tornado.

Cuando volvió a los pocos minutos, lo encontró tumbado boca abajo en la mesa de masaje. Fluke le había dejado una toalla para que se la echase por encima de las nalgas, pero, debido a sus problemas de movilidad, no había sido capaz de colocársela bien. Se le había quedado un poco caída, ofreciéndole una sugestiva visión de su cuerpo bronceado y de su glúteo derecho.

¡Y estaba totalmente desnudo debajo de aquella toalla!

–¿Se siente cómodo? –preguntó Fluke con voz chillona, tapándole cuidadosamente con la toalla.

–Sí.

Fluke miró la cicatriz que tenía entre los discos de las lumbares L5S1 y L4S2.

Todavía era visible la zona en la que el neurocirujano había hecho la incisión para descomprimir la médula espinal, pero con el tiempo no se notaría nada. Echó una ojeada al resto. Tenía un físico increíble. Hombros anchos, caderas estrechas y un cuerpo bien musculado, pero sin exagerar. Podría haberse quedado horas, recreándose con aquella visión maravillosa. Hacía mucho que no había visto a un hombre así. Era como contemplar la obra maestra de un escultor. Resultaba casi doloroso mirarlo sabiendo que no podía tenerse en pie.

–Debo estar mucho peor de lo que pensaba –dijo él, arrastrando las palabras–. No siento nada.

–No lo he tocado todavía –replicó Fluke con una sonrisa de circunstancias.

–¿Y a qué está esperando?

–A nada. Ahora mismo... me pongo... a ello.

Respiró hondo y se echó un poco de aceite en las manos. Empezó masajeándole los pies, usando unos movimientos que había usado cientos de veces con otros pacientes. Pero nunca había sentido la corriente de alto voltaje que percibía ahora al tocarlo. Notó entonces que él se estremecía también como si sintiera lo mismo que Fluke. Respiró profundamente de nuevo y subió las manos hasta la pierna derecha, tratando de relajar los gemelos. Sintió cómo él se estremecía de nuevo y ahogaba una maldición.

–¿Puede sentir mis dedos? –preguntó Fluke.

–Siento sus pulgares como si fueran sacacorchos.

–Está muy tenso. Tiene los músculos como una piedra.

–Me gustaría verlo en mi lugar.

–Deje de quejarse y procure relajarse.

Fluke continuó trabajando la pierna, subiendo hasta el muslo, masajeando todos los músculos con movimientos largos y enérgicos. Luego pasó a la otra pierna e hizo lo mismo. Sintió su cuerpo duro, ligeramente velloso, cálido y profundamente masculino. Sus piernas eran fuertes, fibrosas, sin un solo gramo de grasa.

Apartó la toalla lentamente para poder trabajar los glúteos. Eran unos glúteos prietos y firmes, pero estaban algo tensos y agarrotados. Sin embargo, después de un rato, sintió que empezaban a relajarse bajo el contacto de sus dedos. Hasta su respiración pareció ir volviéndose más pausada y uniforme. Subió las manos por la espalda, siguiendo la línea de la columna vertebral, pero teniendo cuidado de no pasar por las vértebras dañadas, trabajando solo los músculos y los ligamentos. Subió un poco más arriba. Tenía el cuello y los hombros bastante tensos como ya había observado antes, pero, de nuevo, tras un par de minutos de masajes, los sintió más relajados. Su piel era suave y cálida y tenía el aroma del aceite que estaba usando, mezclado con su propio olor corporal. Era una combinación embriagadora que parecía hacer revivir en Fluke sus sentidos aletargados durante tantos años.

Heridas imborrablesWhere stories live. Discover now