Fluke salió furioso y humillado de la sala. ¿Cómo se había atrevido a sugerir una cosa así de Fluke? ¿Qué clase de persona se creía que era? Su clínica tenía fama de aplicar algunas terapias innovadoras, pero lo que él había dejado entrever era poco menos que ridículo. Fluke no se acostaría contra su voluntad con un hombre ni por todo el oro del mundo.
¿Cómo podía intimar con un hombre con las cicatrices que tenía en los brazos y los muslos? Se imaginaba la cara de asco y repugnancia que pondría cuando se desnudara y las viese.
Recordó con nostalgia lo orgulloso que se sentía de su cuerpo a los veintiún años. Pero, aquella noche fatídica de su cumpleaños, toda su autoestima se vino abajo.
Los cortes habían sido una forma de liberar su tormento emocional y controlar la vergüenza que sentía por haber sido mancillado por un hombre en el que confiaba plenamente. Fluke no se merecía aquel trato y, aunque reconocía que aquel hombre no era dueño de sus actos, por hallarse bebido, no por ello dejaba de recriminarse. Tendría que haber sido más cauteloso. Debería haberse quedado con sus amigos. No debería haber tomado aquella cuarta copa.
Debería habérselo dicho a alguien.
Pero eso era algo que Fluke nunca se había decidido a hacer. ¿Cómo podía explicar a su mejor amigo que su hermano mayor lo había llevado con engaños a una habitación y lo había forzado mientras todos los demás estaban en la fiesta?
No, Fluke no había dicho nada a nadie. Había guardado el secreto y se había tragado en silencio su dolor y su vergüenza.
Lo que Ohm Thitiwat pensaba de Fluke era absurdo. Nunca había sido uno de esos que se iba fácilmente con un hombre. Ni siquiera en aquellos años cuando aún conservaba su alegría y su autoestima. Había tenido solo dos relaciones. Una a los diecinueve años, que duró cuatro meses, y otra a los veinte, que había durado seis años. Nunca se había sentido emocionalmente preparado para mantener una relación física plena con nadie.
Durante su infancia, había visto las relaciones tan desafortunadas que su madre había mantenido con los hombres, y eso le había hecho ser muy precavido con ellos. A menudo, se preguntaba si habría podido evitar lo que le pasó si no se hubiera dejado llevar por su complacencia juvenil.
Pero ahora ya no era tan joven y era más sensato.
Y estaba furioso. Eso tenía sus ventajas. Así no pensaba en el beso.
¿Cómo había sucedido? Recordó que estaba poniendo a Ohm una gasa en la herida de la frente, y, sin saber cómo, lo estaba besando como si su boca fuera una tabla de salvación. Había sentido sus labios de terciopelo, cálidos y sensuales. Había sentido escalofríos por toda la espalda con los movimientos seductores de su lengua. Le había gustado. Pero sabía que besar a un paciente estaba completamente fuera de lugar.
Decidió salir al jardín en vez de ir a refugiarse en su habitación.
Necesitaba un poco de aire fresco.
Llevaba años sin pensar en el sexo. Lo asociaba a la sensación de vergüenza que había sentido aquella vez. Pero, por alguna razón, el beso de Ohm no le había hecho sentir avergonzado. Todo lo contrario, había deseado que hubiera ido más allá.
Había sido tan tierno y delicado...
Eso lo había desarmado por completo.
Si él le hubiera aplastado la boca entre sus labios de primeras y lo hubiera manoseado, Fluke se habría apartado de él muy rápido y le habría dicho un par de cosas. Tal vez, incluso, le habría dado una bofetada.
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Heridas imborrables
Romantizm: Ohm Thitiwat, el conocido millonario y playboy, había vivido siempre al límite. Pero, cuando un accidente lo confinó en una silla de ruedas, al cuidado de un chico cuya belleza lo cautivó, se vio sumido en un estado de rabia y frustración. Acostum...